Por primera vez en la historia, una recesión global es causada por la política económica de un presidente del país hegemónico: los Estados Unidos de América. Tanto la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado como la recesión de 2008 fueron causadas por fuerzas económicas y no por individuos. Quizá los responsables tardaron demasiado en aplicar políticas contracíclicas para superar la crisis. Pero la recesión que se cocina en 2025 es diferente: la imposición de un arancel monumental a las transacciones del gran país con el resto del mundo fue como echar una carretada de arena sobre el delicado y aceitado aparato que alberga las transacciones comerciales y financieras de todo el mundo, trabándolo irremediablemente.
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Según James Stafford, en el London Review of Books, “el pasado 2 de abril, el ‘día de la liberación’ de Trump, marcó un nuevo comienzo para el sistema global de comercio... no hay siquiera la pretensión de jugar por medio de reglas de ahora en adelante. Esto fue un carnaval de comercio discriminatorio, abierto, delirante, triunfante. La corteza de la Organización de Comercio Internacional (WTO por sus siglas en inglés), masticada por termitas de todas clases y tamaños durante décadas, ha sido destruida de un golpe propinado por un enorme martillo”.
Srinivasan, un observador agudo del devenir mundial, lo expresó así: “Si los poderes presidenciales de Trump son abolidos o si él mismo es recogido por la ambulancia del manicomio, él ya ha logrado hacer historia de manera fenomenal. Todos los expresidentes vivos deben estar sintiendo envidia por sus logros. Los intelectuales de izquierda que han hecho carrera lamentando la intervención yanki y su hegemonía deben estar agradecidos en secreto por la aceptación tácita de sus acusaciones por no menos que el propio presidente de los Estados Unidos de América. Los trabajadores explotados en las fábricas de Asia, laborando como esbirros, fabricando aparatos y bolas de árboles de Navidad para Norteamérica, mientras sus patronos se tornan en asiáticos ricos y locos deben estar considerando a Trump como su redentor”.
Las tarifas impactan directa o indirectamente los precios fundamentales de la economía, que es otro problema que debe enfrentar el Banco de la Reserva Federal: ¿deben elevar las tasas de interés y frenar adicionalmente la economía que está siendo impactada por el aumento de precios de las importaciones, que afectan el consumo de las personas y también los costos de las empresas?
La decisión de Trump de castigar a los competidores de Estados Unidos y en particular a China se devuelve contra la población en la forma de precios más elevados que carcomen los ingresos de las familias. Buena parte de los consumos populares de los norteamericanos son atendidos por las importaciones que llegan sobre todo de Asia y en particular de la China.
Es que el que toma las decisiones económicas no debe guiarse por el resentimiento y la venganza sino por el cálculo de las consecuencias sobre los ciudadanos y escoger los que sean mejores para ellos. Trump es presa del hubris, la arrogancia que lo ciega y lo hace tomar decisiones erráticas y contraproducentes. La consecuencia es que castiga y empobrece a su pueblo al encarecerle sus consumos atendidos por las fábricas del lejano oriente. Trump cree posible recuperar la manufactura de su país, aunque olvida que Estados Unidos disfruta de pleno empleo y se especializa en fabricar bienes complejos que diseñan sus ingenieros y científicos. Si se pusiera a producir todos los bienes de consumo que importa lo llevaría a una inflación generalizada.
La tregua arancelaria que decretó Trump durante 90 días, y mantuvo en su lugar el arancel base del 10 % –que incluye a Colombia y a su café–, invita a cientos de países a negociar con el hegemón. Sin embargo, no incluyó a China, que cuenta con la población, la paciencia y la resiliencia que le ha permitido convertirse en la segunda potencia del mundo. No será presa fácil del decadente imperio norteamericano.