El Fondo Monetario Internacional (FMI) anunció la suspensión temporal de la Línea de Crédito Flexible (LCF) que mantenía con Colombia. “La permanencia de Colombia en la Línea de Crédito Flexible (LCF) del FMI está sujeta a la finalización de la consulta del Artículo IV y a una posterior revisión intermedia”, indicó la entidad. Mejor dicho, le va a medir el aceite al carrostato nacional. El cupo perdido es de US$9.800 millones y sí que va a hacer falta.
La decisión es grave porque deja desguarnecido al país en caso de que surja un problema financiero o de caída de los ingresos externos. Ante esta decisión, la ira del presidente Petro no se hizo esperar: llamó “vampira” a la directora de la entidad. ¿Qué necesidad tiene un presidente de un país digno de insultar a la directora de una poderosa agencia internacional de financiamiento que agrupa a 191 países? ¿Se trata de valentía o más bien de torpeza?
La afrenta le resbala a Kristalina Georgieva, la directora del FMI, a quien le toca lidiar con presidentes y dictadorzuelos de países varios y ha obtenido un segundo mandato de cinco años en el FMI. Tildarla de vampira es un descrédito para Colombia, un paso en falso que refleja el infantilismo de nuestro presidente.
Antes del desencuentro, el organismo había anunciado que Colombia no clasificaba para recibir financiamiento de emergencia, a pesar de que está enfrentando problemas severos para financiar el presupuesto de 2025 y el de 2026 también. Con un déficit fiscal cercano al 7 % del PIB, unos de los más abultados en toda la historia del país, los riesgos de no pago de sus deudas se hacen más evidentes. El gobierno requiere urgentemente una reforma tributaria para reducir el desequilibrio, pero no tiene el capital político ni la voluntad para hacerlo. Petro quedó como un valiente enardecido ante sus huestes, pero ante el mundo quedó en ridículo. Está lejos de ser un estadista.
El exministro Diego Guevara le había advertido al presidente que el déficit fiscal era inmanejable y que era necesario un fuerte recorte del gasto público. En vez de seguir la voz de la razón, Petro destituyó a su fiel ministro. El gobierno se está valiendo de créditos costosos de corto plazo con intereses que superan el 12 % anual, cuando hace dos años conseguía tasas del 8 %, pero esa es otra muestra del desgreño e incompetencia de un mandatario que es supuestamente economista profesional.
Por donde se le mire, el gobierno va de mal en peor. La política de la Paz total es de guerra abierta con el Clan del Golfo y con las disidencias de las FARC a las que les dio aliento el propio Petro. Grandes zonas del país están bajo control de grupos armados de naturaleza variopinta. Las fuerzas armadas han sido maltratadas, desfinanciadas y su moral no está en su mejor momento. Su ministro de Defensa viene de las Fuerzas Especiales que no del Ejército como tal.
Lo único que parece ir bien es la economía, pero no por acción pública sino por el propio movimiento espontáneo del ciclo de los negocios tras tres años de estancamiento, pero tampoco son cifras de maravilla: crecemos al 2,5 % según la Cepal, 0,9 % más que en 2024, pero lejos del 4 % de épocas no muy lejanas.
El déficit comercial del país con el resto del mundo aumentó más del 60 % en lo que va de 2025 frente al año pasado, y de profundizarse puede hacer disparar la tasa de cambio. Esta ha pasado de $4.000 por dólar la semana pasada a $4.280 el 2 de mayo, un deterioro de 7 % que puede empeorar. Nos queda la espada de Bolívar para salvarnos.