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El premio Nobel de economía otorgado a Joel Mokyr este año es el tercero en un corto período otorgado a un historiador. Los otros fueron para Claudia Goldin en 2022, por sus estudios sobre la evolución de las relaciones de género, y para Acemoglu, Robinson y Johnson en 2024 al explicar el éxito o fracaso de las naciones en el largo plazo. Anteriormente, el premio fue otorgado en 1976 a la obra de Milton Friedman, en la que se destaca su Historia Monetaria de los Estados Unidos, texto que puede considerarse más monetario que histórico.
Por contraste, Mokyr privilegia el estudio riguroso de las sendas de desarrollo económico e institucional seguidas por las sociedades a lo largo de la historia. Así, por ejemplo, las divergencias en las rutas seguidas por la China y Occidente son atribuibles en gran parte a la revolución industrial. “Las instituciones y la cultura jugaron un papel importante en impulsar por caminos diferentes a Europa y China mucho antes de que se diera la revolución industrial, pero el papel jugado por ellas fue mediado por una diferencia fundamental entre las dos civilizaciones: la naturaleza de sus organizaciones sociales prevalentes en cada cual. Un factor clave tras el resurgimiento notable de China ha sido su capacidad de adaptar instituciones tradicionales y prácticas culturales a las necesidades de una economía moderna”.
Mokyr se pregunta por las causas del crecimiento económico de largo plazo que mejoró las condiciones de vida de ciertos países en nutrición, vestuario, vivienda y salud, a la vez que se reducían el trabajo extenuante y su monotonía, las hambrunas y las enfermedades. El progreso tecnológico ha sido uno de las más potentes fuerzas de la historia, al proveer a la sociedad con lo que los economistas llaman un “almuerzo gratis”, es decir, el incremento de la riqueza que no es proporcional al aumento del esfuerzo y costo requeridos para generarla.
A fines del siglo XVIII, una serie de innovaciones y reformas en Europa desataron la revolución industrial y un progreso económico sostenido por todo el mundo. No se conoce por qué, en efecto, sucedió así y por qué se inició en Occidente y no en otro lugar y por qué continuó conduciendo a una prosperidad sin antecedentes hasta el presente. Mokyr argumenta que una cultura del crecimiento específica a la temprana Europa moderna, conocida como la “Ilustración”, sembró los fundamentos de los avances científicos e invenciones que impulsarían grandes desarrollos tecnológicos y económicos. Mokyr combina la economía, la historia de la ciencia y la tecnología y modelos de evolución cultural para demostrar que la cultura, definida por creencias valores y preferencias en la sociedad capaces de cambiar la conducta, fueron factores decisivos de la transformación social. Hay que agregar que nuevas costumbres sociales basadas en la tolerancia y el debate de las ideas fueron importantes para que los individuos educados dedicaran sus vidas a la investigación y a la publicación de sus resultados para ser compartidos y confrontados por sus pares.
Mokyr analiza el período 1500-1700 para demostrar que una Europa fragmentada impulsó un “mercado de ideas” competitivo y una voluntad de investigar los secretos de la naturaleza. Simultáneamente, una comunidad transnacional de pensadores brillantes conocida como la “República de las cartas” distribuyeron ideas y escritos. Esta fragmentación política y un medio intelectual de apoyo explican cómo la revolución industrial se dio en Europa, mas no en China, a pesar de que tenían niveles similares de tecnología y actividad intelectual. En Europa, pensadores heterodoxos y creativos que tuvieran problemas en sus pueblos pudieron encontrar santuario en otros países y diseminar su pensamiento a través de las fronteras. Por contraste, la versión china de la ilustración permaneció controlada por una élite centralista que frenó su desarrollo.
