La economía global enfrenta dos desafíos enormes al mismo tiempo: una pandemia que solo puede ser enfrentada mediante el encierro de la población de cada país por un tiempo prudencial, durante el cual se pierde mucha generación de riqueza al tiempo que se toman medidas terapéuticas extremas, y la ruptura del pacto de cuotas de la Organización de Países Exportadores de Petróleo que ya se nos vino encima.
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China, Corea del Sur y puede que Italia estén estabilizando el contagio y comienzan a recuperar su anterior nivel de producción, mientras que Estados Unidos y el resto de Europa deben atravesar por el tormento de controlar el virus, que es muy difícil de detectar, trazar y cuantificar; al mismo tiempo, el mundo subdesarrollado con menos defensas espera su turno. En todas partes se vislumbra una recesión inducida por la propagación del virus.
Un sistema privado de salud como el de Estados Unidos hace muy vulnerable a la población de ese país a la pandemia: 28 millones que no tienen seguro médico, 11 millones de inmigrantes ilegales y 25 % de la fuerza de trabajo sin derecho a recibir salario en caso de enfermarse, todos son caldo de cultivo para extender el alcance del virus y reducir la capacidad de combatirlo efectivamente. El desfinanciamiento de la salud pública y de los centros de investigación médica por la administración Trump han hecho todavía más vulnerable a esa gran nación.
La lucha de Arabia Saudita y Rusia por una mayor participación del mercado y el propósito de Putin de arrodillar a los productores norteamericanos que se inventaron el costoso proceso de fraccionamiento dieron al traste con un precario equilibrio del mercado y precipitaron los precios de los niveles de US$65 por barril a estar alrededor de US$30 actualmente. Se dice que el petróleo de Estados Unidos requiere un precio mayor de US$45 para cubrir sus costos de producción.
Colombia está muy expuesta a las dos crisis globales. Su sistema de salud, privado en su mayoría, es precario para la población que yace en la informalidad, que es el 53 % del total. Los cordones de tugurios que rodean las ciudades del país son focos propicios para el contagio del virus y hacen difícil su detección. No contamos con un sistema de comando central que dirija los esfuerzos para conjurar una pandemia.
El país es demasiado dependiente del petróleo, que aporta 61 % del total de sus exportaciones. La caída del precio le resta al Gobierno $6,5 billones por dividendos de Ecopetrol y $6,3 billones por menos impuestos. Carrasquilla se confió de la estabilidad del petróleo y redujo el recaudo tributario este año en $12 billones a favor de las empresas. Entre los dos, se aumenta el déficit público en 2,5 % del PIB y obliga a un recorte fenomenal del gasto público.
La deuda pública supera el 56 % del PIB y los mercados globales no están dispuestos a arriesgar nuevos créditos para el Gobierno, que ha hecho trampa con la contabilidad de su déficit y de la regla fiscal. El dólar rondando los $4.000 va a afectar la inflación, pues los consumos son ahora más dependientes de las importaciones, sobre todo de alimentos, que antes. El Gobierno no cuenta con ahorros fiscales para enfrentar los grandes faltantes de demanda que está generando la caída del precio del petróleo y el encarecimiento de la divisa. Tampoco cuenta con capacidad fiscal suficiente en caso de que la pandemia nos invada con la sevicia con que ha enfermado a países pobres como Irán. Ojalá que no se repita en este trópico.