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2025 confirmó algo incómodo: la preocupante realidad biofísica del planeta avanza más rápido que la política. Mientras el calendario se siguió llenando de COPs, cumbres y rondas de negociación, el sistema biofísico del planeta sigue dejando señales imposibles de relativizar. Para el programa Copernicus de la Unión Europea, era “virtualmente seguro” que el 2025 quedaría como el segundo o tercer año más cálido, y que el promedio 2023–2025 superaría por primera vez 1,5°C en unos tres años, un aviso de que el margen del Acuerdo de París se estrecha a una velocidad peligrosa. A la vez, la Organización Meteorológica Mundial volvió a resaltar que el océano continúa acumulando energía en niveles récord, alimentando extremos y efectos que se sentirán durante décadas.
En ese contexto, 2025 también fue el año en que los bloqueos diplomáticos se hicieron más frecuentes que los avances. En clima, COP30 en Belém reforzó el lenguaje y la centralidad de la adaptación, pero no produjo un salto equivalente en la ruta para la eliminación de los combustibles fósiles, fundamental para cambiar la trayectoria global con la contundencia que exige la física. En contaminación, la negociación del tratado global de plásticos llegó a una cita crucial –en Ginebra– y terminó sin acuerdo. Y en biodiversidad, aunque se mueven piezas institucionales, la deforestación y los incendios siguieron empujando en sentido contrario al discurso global de “revertir la pérdida” hacia 2030.
La brecha más evidente sigue siendo la financiera. La brecha de financiación para la Adaptación es de más de $300 mil millones de dólares y está empeorando (los flujos públicos cayeron a $26 mil millones en 2023). La brecha de Biodiversidad es aún mayor, cercana a los $700 mil millones, lo que demuestra que la naturaleza es la gran descuidada de la financiación global. Y el contraste se vuelve aún más crítico cuando tenemos estimaciones ampliamente citadas que ubican en cerca de US$542 mil millones los subsidios en agricultura, pesca y silvicultura que son perjudiciales para la naturaleza.
Aun así, 2025 dejó señales tardías pero estructurales desde las finanzas públicas. Los Bancos Multilaterales de Desarrollo reportaron como punto de partida (2024, comunicado en 2025) un récord de US $137 mil millones en financiación climática y US$134 mil millones movilizados desde capital privado; US$85 mil millones fueron hacia economías de ingreso bajo y medio, y US$26,3 mil millones a adaptación. Quiero resaltar de manera muy especial el dinamismo e innovación de la CAF en los temas de financiación para la naturaleza en cabeza de Sergio Díaz-Granados y Alicia Fontalvo.
Sin duda el trasfondo de 2025 no fue ambiental, fue geopolítico. En un mundo dominado por urgencias económicas, tensiones comerciales y escaladas bélicas, el ambiente volvió a perder centralidad en las agendas multilaterales, de gobiernos y en el debate público. Ese desplazamiento importa porque 2026 puede desacelerar aún más: menos capital político para reformas profundas, más presión por “estabilidad” de corto plazo. Ya veremos cómo se visibilizará en nuestras elecciones al Congreso y Presidencia.
Si 2026 se enfría en ambición, alguien tendrá que sostener el pulso. El papel de comunidades locales, sociedad civil y científicos será más necesario que nunca: para producir evidencia y para defenderla; para innovar y exigir coherencia; para adaptarse para también impedir que la adaptación se convierta en resignación.
