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Hace unos días, en una reunión para revisar los contenidos de sostenibilidad de un programa de alta gerencia donde participo como docente, se hizo evidente uno de los principales retos de esta formación: las verdades incómodas de la triple crisis planetaria se sienten como ataques personales, y quienes hablamos de sostenibilidad somos percibidos, a veces, como evangelizadores. Además, estamos en tiempos donde el negacionismo ya no es solo ideológico: es una amenaza sistémica, impartida por directivas desde uno de los gobiernos con mayor influencia global. Esto plantea un desafío personal: ¿cómo formar a quienes no creen en la urgencia del problema que más impactará el futuro económico de las empresas y de las personas?
La paradoja actual es muy compleja: mientras las empresas declaran su compromiso con la sostenibilidad con equipos técnicos creciendo, muchos de sus líderes aún operan bajo paradigmas del siglo pasado. Siguen buscando eficiencia sin entender que traspasamos seis de los nueve límites planetarios, insisten en rentabilidades que ignoran la degradación del capital natural y de los activos ambientales (metáforas para financieros) y toman decisiones estratégicas sin considerar un mundo que se está calentando a una velocidad récord.
A comienzos de abril, The Guardian publicó una advertencia de Günther Thallinger, miembro de la junta directiva de Allianz, una de las aseguradoras más grandes del mundo. Según Thallinger, estamos alcanzando temperaturas en las que será inviable ofrecer cobertura frente a desastres climáticos. Y sin seguros, no hay hipotecas, ni inversiones, ni estabilidad financiera. En sus palabras: “Esto es una crisis inducida por el clima que amenaza los cimientos mismos del sistema financiero”. A esto se suma el reciente informe del Instituto de Actuarios del Reino Unido y la Universidad de Exeter, que estima una pérdida potencial de hasta el 50 % del PIB global entre 2070 y 2090 si no se toman medidas urgentes. Hablan de insolvencia planetaria, un escenario en el que los sistemas naturales colapsan al punto de hacer imposible sostener economías, sociedades y, por supuesto, negocios. Los modelos económicos actuales subestiman estos riesgos porque ignoran factores como migraciones forzadas, conflictos por recursos o eventos climáticos extremos simultáneos. En ese mismo sentido, un reciente estudio publicado en Environmental Research Letters encontró que si la temperatura global sube 4°C, la persona promedio será hasta un 40 % más pobre. Incluso con un aumento de solo 2°C —escenario muy probable—, el PIB per cápita mundial podría caer un 16 %. A diferencia de los anteriores, este incorpora los efectos en cascada que provocarán disrupciones globales en las cadenas de suministro. La conclusión es clara: la economía global no está preparada para el mundo que estamos creando.
El problema no es la falta de soluciones, lo que falta es velocidad, escala y liderazgo para implementarlas en este gran experimento de la humanidad que es la adaptación climática. Y ese tipo de liderazgo, lamentablemente, aún no estamos formando masivamente.
El lunes falleció el papa Francisco y despedimos a uno de los pocos líderes que entendió la gravedad del momento. Francisco nos recordó que la crisis climática es también una crisis de liderazgo. Hoy más que nunca necesitamos formar líderes que crean en la ciencia del clima y que comprendan que sin justicia socioecológica no hay prosperidad duradera. Porque ya no se trata de creer o no creer. Se trata de saber liderar en un mundo que ya cambió.