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El 26 de junio, en una entrevista a la ex ministra de Agricultura titulada “El ambientalismo radical aspira a que la humanidad se reduzca”, publicada en El Espectador, se refirió a varios temas ambientales en términos sorprendentes, ya que ella pertenece al gobierno que quiere posicionar al “País de la belleza” por los valores estéticos de la biodiversidad, e invita al mundo a hacer la paz con la Naturaleza como el mensaje de la COP16. No es la primera vez que Jhenifer Mojica tira dardos sobre los temas ambientales, como si quisiera mantenerse en esos tiempos en donde los economistas más ortodoxos querían instalar una dicotomía entre conservación de la naturaleza y producción económica.
De pronto la exministra no se ha enterado que el paradigma cambió desde que Kofi Annan, siendo secretario general de Naciones Unidas, solicitó la Evaluación de Ecosistemas del Milenio, la evaluación más importante sobre la salud de los ecosistemas y su relación con el bienestar humano. Los resultados presentados en el 2005 dejaron como el mensaje más relevante reconocer que del buen funcionamiento de los ecosistemas acuáticos y terrestres del planeta depende el futuro económico, social y cultural de las sociedades humanas.
Sin duda, han existido visiones muy miopes en algunas etapas de la gestión ambiental que han separado a la naturaleza de la gente, algunos capítulos de la gestión de las áreas protegidas fueron así. Pero también hay que reconocer que en la cultura y mentalidad campesina en todas las escalas, la conservación de la naturaleza no ha sido una prioridad, sino todo lo contrario. Ya sea por visiones culturales o por asuntos técnicos y de mercado, el deterioro de los procesos biológicos que mantienen la fertilidad del suelo y la regulación del agua ha estado impulsado por prácticas agropecuarias. Recordemos como las “zonas improductivas” fueron sujetos de reforma agraria, los humedales o el bosque seco despectivamente llamado “monte”. Hay normas para desecar humedales y convertirlos en “tierras productivas”, que aún son vigentes. El primer motor de pérdida de biodiversidad es el cambio de uso del suelo, aquí lo hemos vivido.
Las invasiones de las especies introducidas son el quinto motor de pérdida de biodiversidad, por eso resulta increíble que la ahora exministra se posicione avalando una potencial nueva invasión biológica. ¿Cuánto nos ha costado ecológicamente la introducción de especies con fines productivos como la tilapia o los búfalos?, estas especies han recibido recursos públicos para su impulso, pero ¿cuántas de las especies amazónicas, que ya conocemos sus usos en detalle gracias al Instituto Sinchi, están adoptadas por el Ministerio de Agricultura para recibir apoyo tecnológico y financiero?
Insistir en señalar los culpables del pasado es insuficiente e inocuo en tiempos de la triple crisis; la prioridad debería ser diseñar la gestión rural ante las incertidumbres que nos trae el futuro, reconociendo lo que nos han costado las decisiones del pasado. Enfrentar a quienes defienden las otras formas de vida, a quienes desde la ciencia advierten las trayectorias peligrosas para la humanidad, con los campesinos, los pueblos indígenas y las comunidades afrodescendientes, que son los más vulnerables, es una torpeza. No perdamos el tiempo en enfrentamientos vacuos, cuando lo que necesitamos es asegurar la transición y la adaptación para garantizar los derechos de los campesinos no solo a sus tierras, sino para que estas puedan seguir produciendo alimentos, gracias a la biodiversidad, en medio de la crisis climática.
