
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El pasado 9 de noviembre se cumplieron 65 años desde la declaración del primer parque nacional natural en Colombia, Cueva de los Guácharos, un área ubicada entre los departamentos de Huila, Cauca y Caquetá, que conserva, entre bosques andinos y subandinos, cuevas que alojan a colonias de guácharos, unas aves nocturnas, grandes arquitectas e ingenieras de nidos resistentes por años.
Celebramos 65 años de una idea que ha crecido gracias a la pasión y mística de mucha gente; celebramos una institución que ha tenido que transformarse y aprender de su propia historia de aciertos y desaciertos; y que sigue aprendiendo de los territorios y de las comunidades con las que coexiste.
Los parques nacionales nacieron, como tantas entidades públicas, de una visión heredada del norte: debían ser territorios “prístinos”, sin habitantes. Pero esa idea, a lo largo de las décadas, se ha encontrado con una realidad muy distinta. La institución tuvo que pasar de la exclusión al reconocimiento y la participación. No ha sido una tarea fácil y aún hay muchos temas pendientes, pero se ha avanzado de manera muy importante, especialmente en el reconocimiento de la convivencia con los pueblos indígenas y comunidades afrodescendientes. No obstante, siguen siendo un reto los acuerdos con campesinos y pescadores que han usado esos territorios.
Hoy, Parques Nacionales Naturales administra 65 áreas protegidas que se encuentran de extremo a extremo del país: desde Old Providence McBean Lagoon, en Providencia y la Cordillera Beata en el Caribe, hasta Amacayacú en el límite en la Amazonia; desde las sabanas inundables de Cinaruco en Arauca, hasta la isla oceánica de Malpelo en el Pacifico. Esa diversidad geográfica convierte al sistema de parques en una representación casi completa de la diversidad de ecosistemas de este país megadiverso.
Pero los Parques Nacionales no son solo escenarios de belleza. Los ecosistemas y la biodiversidad allí conservada generan contribuciones sociales y económicas fundamentales para el país. De ellos depende buena parte de las cuencas que alimentan: las hidroeléctricas, las que sostienen por lo menos el 70 % de la actividad agroindustrial del país, y los acueductos de muchas ciudades. Regulan el clima local, fijan carbono en bosques y corales, producen la arena blanca de las playas, son las guarderías de muchas especies pesqueras costeras, entre muchos más beneficios. Los Parques Nacionales son parte esencial de nuestra infraestructura natural, tan estratégica como cualquier carretera o represa, aunque mucho menos valorada y visible.
Durante estas seis décadas también han sido escenario de conflicto. La guerra se ha incrustado en sus bosques, páramos y ciénagas; el crimen organizado los ha usado para sembrar coca, abrir minas ilegales o mover mercancías clandestinas. Aun así, los Parques Nacionales han sido espacios de resistencia e insisten en ser lugares de construcción de paz.
Con el cambio climático acelerándose, su papel es aún más crucial. Algunos parques serán refugios climáticos; otros, más vulnerables, mostrarán la velocidad de los cambios. Todos deberían ser laboratorios vivos para monitorear, comprender y adaptar nuestras estrategias de conservación y resiliencia.
A los 65 años, más que celebrar una fecha, deberíamos renovar el compromiso con estas áreas que guardan nuestra memoria natural. Fortalecer su gestión, dignificar el trabajo de los guardaparques y valorarlas más allá de la foto perfecta. Porque proteger los parques nacionales es protegernos a nosotros mismos: nuestro futuro climático, nuestra seguridad hídrica y nuestra identidad como país megadiverso.
