Llevo varios meses sintiendo que se nos han vuelto cada vez más familiares las situaciones que aplican a ese refrán de “cuando no se puede ganar, se tumba la mesa” cobrando una relevancia inquietante, en estos tiempos de tantas turbulencias en la escena pública nacional e internacional. Esta metáfora ilustra cómo, ante la incapacidad de alcanzar consensos para hacer cambios profundos frente a los retos que implica disminuir la inequidad y la injusticia, se está optando por desestabilizar las instituciones formales. Sin duda, algunas de ellas deben ser modificadas para avanzar en el bienestar de los que aún no lo gozan; pero está sucediendo en medio de procesos que se perciben como poco planificados, sin transiciones que incluyan la evaluación de los riesgos para no ampliar más las injusticias.
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En medio de estos pulsos dialécticos, ideológicos y de facto entre los que tienen el poder, los ciudadanos quedamos atrapados en un limbo que nos hace sentir vulnerables. Enfrentamos la incertidumbre ante las consecuencias sociales y económicas que pueden generar las políticas tradicionales que se desmoronan y las nuevas propuestas que aún no logran consolidarse. Los argumentos no están siendo expuestos de manera pedagógica, la guerra para tumbar argumentos en contra es despiadada y amplificada por los medios de comunicación y las redes sociales; este ruido de sordos está creando un grave efecto: deteriora la confianza y aumenta la polarización, ya que es fácil dejarse llevar por discursos que simplifican problemas complejos y buscan culpables en lugar de soluciones.
Hemos visto estos pulsos políticos feroces asociados a la reforma a la salud o sobre los lineamientos ambientales de la sabana de Bogotá, por traer solo dos ejemplos en donde los ciudadanos necesitamos líderes que sean mucho más pedagógicos, más transparentes con lo que implica la operatividad de los cambios y sus costos, con los riesgos y su distribución, que busquen el consenso hasta el cansancio o, al menos, el 70 % de acuerdos para disminuir los efectos indeseados para la mayoría.
En nuestro país está iniciando una etapa preelectoral anticipada, para quienes quieran tomar un papel de liderazgo en este momento el llamado es que asuman la responsabilidad de presentar posturas críticas con el pasado, pero especialmente constructivas para el futuro que nos espera y un compromiso genuino con el bienestar colectivo. Por favor, paren de querer tumbar la mesa. El escenario que estamos viviendo en este 2025 exige una reflexión profunda sobre el papel de los líderes y su responsabilidad hacia quienes representan.
Este país ha sido roto muchas veces por mucha gente que ha tumbado una y otra vez la mesa, intentando imponer visiones que creen que son las mejores para todos, pero sin consensos. Las instituciones también se han roto con la corrupción, están remendadas y frágiles, pero necesitamos seguir defendiendo las bases de la democracia y del diálogo político. Solo así podremos contrarrestar el impacto negativo de las luchas de poder y trabajar hacia una sociedad más cohesionada.
Afortunadamente, a este país lo ha curado y remendado la sociedad civil, que sigue buscando, con muchísimas de sus organizaciones, consensos, hacer pedagogía, evaluar y divulgar información. Desde la sociedad civil, necesitamos marcar la diferencia en este ensordecedor momento; la clave está en rechazar la polarización y fomentar espacios de diálogo que permitan reconstruir la confianza y la cohesión social.
