Este año, Santa Marta cumple 500 años de su fundación por Rodrigo de Bastidas, en medio de ese proceso complejo que fue la conquista, lo que la convierte en la ciudad fundada por los españoles más antigua y en pie. En medio de la polémica que ha surgido sobre si es conmemoración o celebración, quiero proponer un enfoque diferente por el amor que le tengo, aunque no soy samaria.
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Algunos de los lectores sabrán que Santa Marta ha sido mi casa durante mucho tiempo. Me acogió cuando fui a terminar mi carrera como bióloga marina por tres años, luego regresé para vincularme con la Universidad del Magdalena durante casi 15 años; crié a mi hija en una parte muy importante de su vida. Mis abuelos paternos terminaron retornando a Santa Marta, y se convirtió en el lugar donde la familia se reagrupaba en torno a la casa familiar. Aún hoy mi padre vive allí, y espero seguir teniendo siempre mi casa junto al mar.
He crecido personal y profesionalmente en ella. Vivo enamorada de su belleza natural y de la posibilidad de coexistencia con los hermanos mayores de los pueblos de la Sierra Nevada. Me ha dolido en el alma sus dolores, la violencia que ha tenido mil formas y caras, los piratas y filibusteros que la han saqueado y no la valoran, y la dificultad generalizada para comprender su excepcional valor. He intentado aportar desde mi visión profesional en muchos espacios y procesos, y aunque la frustración se renueva, el amor por ella y sus potencialidades siguen siendo una motivación para seguir insistiendo en sumar para que sea cada día un lugar mejor para todos.
Estoy segura de que mi historia puede ser la de muchas personas que tienen una historia personal más larga o más corta, pero llena de amor por Santa Marta. ¿Cuántas personas conocieron por primera vez el mar en su bahía? ¿Cuántas personas retornan una y otra vez a las bahías del Parque Tayrona para sentir la naturaleza de manera única y desbordante? ¿Cuántas personas la han elegido para casarse, para despedir a sus seres queridos, para vivir sus tiempos de pensión? ¿Cuántos turistas la escogen año tras año para ver la mayor cantidad de aves o bucear en sus ecosistemas marinos?
Casi todos los colombianos que hemos podido conocer a Santa Marta tenemos una historia feliz en ella. Es una ciudad que nos ha dado mucha felicidad, y este año puede ser un buen momento para agradecérselo. Hablando en estos días de inicio de año con Hernán Cuello, un buen amigo samario de mi padre, me compartió su inquietud: cuando cumplimos años, esperamos que los amigos, los familiares, los vecinos nos acompañen y celebren la vida construida, y también esperamos regalos. Entonces, ¿qué le vamos a regalar a Santa Marta?
Dejo esta idea para que samarios y no samarios preparemos, a lo largo de este año, qué le vamos a devolver a una ciudad que nos ha dado tanta alegría, gozo y reflexiones. Una ciudad que pide con urgencia un nuevo pacto entre sus ciudadanos para cuidarla y respetarla; entre los turistas, para no agredirla ni despilfarrar su belleza; y entre empresarios y gobernantes, para cuidarla y retornar en inversiones las riquezas que ella generosamente nos ha brindado a todos.