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Algunas vidas no se dejan encerrar en un cargo ni en las categorías habituales; construyen liderazgo desde las periferias marinas, la paciencia y la terquedad de insistir cuando todo alrededor parece empujar en la dirección contraria. Jorge Sánchez fue una de esas personas: instructor de buceo, fotógrafo submarino, productor audiovisual, columnista y, sobre todo, defensor del mar del archipiélago de San Andrés y Providencia. Conocí a Jorge hace casi 25 años, cuando fui su alumna de buceo, y recuerdo la mezcla de exigencia, misticismo y cuidado con la que nos preparaba para entrar al agua.
Jorge fue uno de los fundadores de la Fundación Help 2 Oceans, desde donde coordinó más de un centenar de jornadas de limpieza submarina y actividades pedagógicas. Con ayuda de voluntarios, logró retirar toneladas de basura del fondo del mar en San Andrés. Ese trabajo fue una escuela de ciudadanía, de corresponsabilidad y de amor por el archipiélago.
Otra parte fundamental de su legado está en las imágenes. A través del video y la fotografía submarina, Jorge documentó durante años los arrecifes, las especies y los cambios del mar de Seaflower. Una parte importante de ese archivo reposa hoy en colecciones del Banco de la República y otras instituciones, disponible para el país como memoria viva de un ecosistema que seguimos transformando demasiado rápido. En un contexto de crisis climática y degradación acelerada de los arrecifes, ese material audiovisual cobra un valor especial como testimonio de su belleza y advertencia de su vulnerabilidad.
Creo que su misión fue lograr que quienes se acercaran al mar lo miraran con esa misma mezcla de asombro y conciencia que él sentía. Unió la instrucción de buceo, la fotografía, los audiovisuales, las columnas de opinión y las campañas de limpieza para hacer del cuidado del océano una práctica cotidiana.
En los últimos años, le preocupaba también el cambio acelerado y profundo en las prácticas culturales de las islas. Le dolía ver cómo el mar y las islas seguían ahí físicamente, pero cada vez menos cuidados, valorados y presentes en la vida cotidiana de muchos jóvenes isleños. Ese sentimiento lo llevó a emprender nuevamente un proyecto audiovisual que impulsaba junto a sus hijas para dejar memoria de lo que se está perdiendo y de lo que aún puede cuidarse. Jorge falleció el pasado jueves 27 de noviembre en San Andrés, sin poderlo terminar.
A veces romantizamos a quienes cuidan el territorio, pero rara vez miramos las condiciones reales en las que lo hacen. Muchos, como Jorge, han construido procesos casi en soledad, con apoyos intermitentes, navegando entre trámites e indiferencias. Defienden la naturaleza con la fuerza de su convicción frente a intereses financiados. No son héroes de postal, son personas que se cansan, se duelen, se enferman y, aun así, insisten. En todos los rincones de Colombia hay Jorges sosteniendo luchas similares. Su muerte nos recuerda que esos liderazgos son finitos y vulnerables.
Tal vez el mejor homenaje que se le pueda hacer sea mantener su legado y revisar el modelo de turismo que se promueve en las islas, fortalecer y acompañar a quienes ya cuidan los territorios y garantizar que las nuevas generaciones tengan espacio para contar sus propias historias del mar. Su legado queda en sus hijos Laura, Camila, Mariana y Miguel, y en sus nietos.
Buenas burbujas en el arrecife eterno, Jorge.
