La semana pasada en Bogotá se realizó la Cumbre de la OTCA, y firmaron una nueva declaración con llamados urgentes y apuestas para evitar que la selva más importante del planeta llegue a un punto de no retorno. También a inicios de mes, en Ginebra, concluyeron sin mayores avances las negociaciones del Tratado Mundial sobre Plásticos, mientras las cifras de acumulación alcanzan niveles récord y la brecha tecnológica para cerrar el ciclo sigue siendo monumental. El 15 de agosto, se publicó en la revista One Earth el artículo "Breaching planetary boundaries: Over half of global land area suffers critical losses in functional biosphere integrity" con un dato estremecedor: el 60 % de la superficie terrestre ya ha traspasado los límites críticos de integridad de la biosfera, y un 38 % está en alto riesgo de colapso funcional. Estos tres hechos siguen sumando para insistir en una pregunta: ¿qué pasa si nuestros esfuerzos son insuficientes y cruzamos los umbrales ecológicos?
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Los umbrales son esos puntos críticos en los que los sistemas naturales dejan de responder de forma gradual y se transforman abruptamente hacia un estado diferente, con menos capacidad de sostener la vida tal como la conocemos. Y cuando se cruza un umbral, no hay marcha atrás: el sistema cambia de estado.
Las consecuencias no son solo ecológicas, también son económicas, sociales y fiscales: pérdidas millonarias en agricultura, pesca y la estabilidad de procesos que dábamos por seguros; impactos en el PIB de países megadiversos; aumento de costos de adaptación que superan la capacidad de los Estados; comunidades desplazadas por sequías o inundaciones, mayor inseguridad alimentaria y tensiones que pueden detonar en conflictos. Al erosionarse la base productiva basada en la biodiversidad, disminuyen regalías e impuestos, debilitando aún más la capacidad de los gobiernos.
En este contexto, las declaraciones de buena voluntad se quedan cortas. Mientras se redactan comunicados, los ecosistemas siguen cruzando límites silenciosamente. La evidencia nos muestra que las medidas actuales son insuficientes para cambiar las tendencias, y que la probabilidad de seguir traspasando umbrales es muy alta.
Seguir la trayectoria de los cambios es crucial. Para esto requerimos datos confiables, actualizados y a la escala adecuada. Pero países como Colombia aún no logran producir y difundir información oportuna: muchos monitoreos se publican con un año de retraso, es como si fuéramos notarios del colapso en lugar de gestores de resiliencia. La gestión de la información será clave para imaginar los escenarios que quizá tendremos que enfrentar, pero este conocimiento no está siendo incorporado en la planeación pública ni en la económica, perdiéndose la oportunidad de blindarnos y prepararnos.
Por eso, necesitamos imaginar cómo será el mundo que habitaremos cuando esos umbrales se vayan superando. ¿Cómo garantizar el bienestar de las personas en economías basadas en ecosistemas degradados? ¿Qué nuevos pactos sociales y fiscales se necesitarán? ¿Cómo rediseñar nuestras instituciones para sostener la vida en un planeta transformado?
No se trata de caer en el fatalismo, sino de reconocer que la razón nos exige mirar de frente este escenario. Lo que está en juego no es un futuro abstracto, sino la base misma de nuestra estabilidad económica, social y política. Cruzar los umbrales no es un destino inevitable, pero ignorarlos sí lo es. La gran tarea es prepararnos para sostener el bienestar en medio de esos cambios, y hacerlo desde ya.