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Casas, ciudades, libros

Santiago Gamboa
30 de abril de 2022 - 05:30 a. m.

Lo primero que uno debe hacer es irse.

Caminar en línea recta, cruzar la avenida e internarse en la ciudad lejana, ese espacio turbio y azul que se ve al fondo de algunos cuadros renacentistas y que hoy es una fuerte mancha de luz en las fotos de los satélites.

La ciudad, la ciudad.

Allá donde nadie te conoce y está tu destino. Alejarse de la casa es dejar la infancia, el universo en el que resuenan los primeros pasos, las palabras aprendidas y los gestos de quienes nos aman. Crecer es irse de ahí hacia un territorio donde nada de eso existe o tiene valor. Hay que despojarse del amor de la casa y deambular entre los seres anónimos de la ciudad. Convertirse en “el hombre de la multitud” de Poe y buscar entre los desconocidos una historia o una revelación. Incluso un rostro, un corazón revelador. El amor que ofrece esa ciudad puede llevarnos a la desesperanza o al crimen. Hay desamparados que se enamoran de una mujer en un cartel publicitario y un día entran disparando a una cafetería o se vuelan la tapa de los sesos en algún oscuro hotel. Hay mujeres solas que beben en los bares o en una sombría terraza preguntándole cosas a la Luna. Cosas que nadie escucha. Porque el esquivo amor de la ciudad enloquece a los tristes, aunque casi siempre, un día, retribuye con algo de felicidad. Hay que saber esperar. Tan contrario al amor de la casa, que simplemente está ahí. En el hábitat familiar siempre seremos amados. No hemos hecho nada para merecer ese amor.

José Cemí siente la protección de Baldovina, la empleada, y de su propia madre en Paradiso, de José Lezama Lima, una de las grandes novelas sobre la casa familiar latinoamericana, de 1966. Se publicó apenas un año antes de otra, tal vez la más famosa novela “de casa” no sólo de la literatura latinoamericana, sino de la lengua española e incluso de la literatura universal: Cien años de soledad. La casa familiar que se extiende, echa tentáculos y funda un pequeño pueblo, un mundo, una época, un planeta. Se llama Macondo. Al salir de ahí el niño es ya un adolescente. Un mundo para Julius, de Alfredo Bryce Echenique. Las historias cambian: el barrio, la universidad, los amigos, las citas amorosas. Los jóvenes se rebelan contra sus padres y se vuelven intransigentes. La juventud no da su brazo a torcer y el universo debe ajustarse a sus ideales. Se milita y se ama. Se descubren vocaciones. En Conversación en La Catedral, de Vargas Llosa, el joven testarudo y vehemente sólo estará dispuesto a aceptar la verdad, aunque esta lo destruya. Y para cuando se dé cuenta ya no podrá regresar. La casa familiar está cerrada o vendida. Ítaca desapareció y es hoy la sede de una iglesia evangélica o un almacén de celulares. Un enorme edificio se levanta en el mismo terreno en el que transcurrió la infancia y la ciudad nos devora para siempre. Quedamos a la deriva y los muchachos limeños de Julio Ramón Ribeyro, en Cambio de guardia, intentan imitar la vida con gestos audaces. Ya están, ya estamos en La región más transparente, de Carlos Fuentes. “Aquí nos tocó, qué le vamos a hacer. En la región más transparente del aire”. Debemos irnos para siempre antes de que sea la propia casa quien nos saque a patadas a la calle y al mundo, como en Casa tomada, de Cortázar.

 

Nebo(bc6a6)04 de mayo de 2022 - 08:35 p. m.
Excelente columna estimado escritor Santiago Gamboa ( en las siguientes semanas iniciaré con "Plegarias Nocturnas"), sobre la columna, no importa si estamos en la fría Bogota o en los calurosos Emiratos, siempre estará con nosotros las vivencias de los santos días idos y porque no, los rostros que hemos amado.
Caliche(62305)30 de abril de 2022 - 05:43 p. m.
Gracias. Cuando los escritores escriben sobre literatura, por lo general, lo hacen muy bien. No tanto cuando opinan de la menuda política.
EMILIA(29392)30 de abril de 2022 - 04:43 p. m.
Maestro con lo que acabo de leer recorrí mi juventud y adultez. Gracias
horacio(76762)30 de abril de 2022 - 04:22 p. m.
Que bueno aprender lo que nos enseña la columna sobre la literatura latinoamericana. También recordar "esa infancia alegre que yo nunca olvidaré" y pensar que la casa donde nací ,jugué y me quisieron es hoy un colegio donde hay muchos niños que hacen lo mismo.
CAMILITO(7137)30 de abril de 2022 - 03:37 p. m.
Hermosa y evocadora columna. Me llevo a mi infancia feliz y sencilla en mi pueblo. Gracias
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