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El Nuremberg criollo

Santiago Gamboa

03 de diciembre de 2010 - 10:26 p. m.

NO ES EXAGERADO EVOCAR HOY    en Colombia, mutatis mutandis, el célebre Proceso de Nuremberg —juicio y condena a los jerarcas nazis después de la II Guerra—; evocarlo en tanto que metáfora de un avatar humano en el que los mandamases que se creían intocables y de mármol vuelven a ser de carne y hueso.

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 De carnitas y hueso. De pronto alguien pide silencio y los sienta en el banquillo. Su primera reacción es de incredulidad y rabia. ¿Quién se atreve a poner en duda nuestros actos, nuestras palabras que el pueblo adora? El ex Supremo da un paso adelante y grita: ¡El pueblo me ama y yo soy el pueblo! ¡Por mis venas corre el agua de nuestros ríos y la lluvia que baña la tierra fértil del café y la sangre de los héroes caídos! ¡¿Quién se atreve a juzgarme o a juzgar a los míos?!, dice, golpeando con el puño una mesa de mármol que traquea, echando rayos por los ojos. ¡¿Quién?!, vuelve a inquirir.

La apacible noche bogotana le responde: es la justicia, Señor, sólo la justicia.

¿Y cómo se atreve esa diosa disfrazada de mujer a ponernos en duda, yo que soy el nuevo Libertador de este país desagradecido?, pregunta furioso el Supremo.

Es que la diosa Justicia tiene los ojos vendados, Señor —explica la noche bogotana—, lo que quiere decir que ante ella todos son iguales.

¿Y quién dijo esa pendejada? ¿Cómo vamos a ser iguales nosotros, que somos los buenos, a los demás? ¿O sea que mis ministros, mis jefes de la policía secreta, mis congresistas, mis aduladores, mis secretarios privados y mis embajadores son iguales al resto? Me temo que sí —responde la noche.

Entonces el Supremo conspira a favor de los suyos, pues haciéndolo se protege. Quiere postergar el momento en que, como César, deba decir: ¿Tú también, Bruto? ¿Cuál de todos será Bruto? ¿Cuál el primero en hundir el puñal en su tenso cuello? Luego hace que los nombren en cargos diplomáticos pero la diosa de ojos vendados indaga y estorba, los obliga a retroceder. Se rumora que al más joven y frentero el país de refugio no le dio el beneplácito, pobrecito; pobres todos los que antes gozaban de algún poder y ahora la justicia les respira en la nuca; pobres los que creyeron que imitando al Supremo iban a estar protegidos para siempre; pobres los que creyeron que el Supremo iba a ser eterno como un dios y que “el fin justifica los medios”, olvidando, como dijo Moreno-Durán, que es una frase sin principios. Olvidando que nada es para siempre.

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Y ahora los vemos ahí, en nuestro Nuremberg criollo, vociferando sin otro poder que el de agitar sus manos y enrarecer el aire, porque ahora están solos. Agárrense de la brocha que me llevo la escalera, les dijo alguien. ¡Pidan asilo!, ordenó el Supremo, a quien ya no le importa la imagen del país que tanto le obsesionó en su mandato. ¡Asilo político! Y en eso están. Huyendo. Ay, quien nos lo iba a decir hace un año, cuando se daban abrazos en el Congreso. Ahora dan lástima. Los aduladores de antes no les responden los mensajes de Blackberry; los manzanillos que les ofrecían cenas no les pasan al teléfono. Pronto empezarán a morderse y acusarse entre ellos, brillarán las dagas, y entonces hará falta un nuevo Shakespeare para inmortalizar sus almas negras, sus cantos de odio envenenados y brutales.

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