Interesante, aleccionador, alegre, triste, indignante, conmovedor… La lista de adjetivos después de leer Las cartas del Boom es larga y contradictoria. Jamás un libro había permitido entrar de un modo tan directo a la intimidad de ese grupo y su época. Me he pasado la vida leyendo literatura latinoamericana y por supuesto agotando la obra de estos cuatro gigantes —para quien no conozca el libro, es la correspondencia entre García Márquez, Cortázar, Fuentes y Vargas Llosa—, y nunca creí que pudiera leer algo tan explosivo. Confirma las teorías que tenía sobre esos años y permite vivir en tiempo real los sucesos y la formación del grupo, dando la exacta medida de cómo era el mundo literario y político en el que, año a año, fueron llegando las obras maestras de estos cuatro autores: La región más transparente, Rayuela, La ciudad y los perros, Cien años de soledad, y los libros que siguieron hasta 1980, cuando el grupo estaba ya bastante resquebrajado.
Fuentes fue el primero que se hizo famoso en Europa y Estados Unidos, y el que usó su celebridad para arrastrar a los otros. Fuentes, por lo demás, era rico, contaba con una fortuna familiar a la que vino a sumarse lo que produjeron sus libros. Vargas Llosa, que es el que menos participa y el más joven, está siempre comentando sus clases universitarias y otros trabajos de manutención; García Márquez, ni se diga. En todas las cartas anteriores a Cien años menciona sus deudas y dificultades para el sustento de la familia. En el caso de García Márquez encontré algo nuevo: para mi sorpresa, antes de Cien años ya sus libros circulaban por editoriales europeas y norteamericanas. Mi idea romántica era que Cien años lo había catapultado del anonimato a la celebridad, y no fue así. Ya era conocido y admirado por un selecto grupo de lectores. Es entrañable la sincera admiración que se profesaban los cuatro, lo que es comprensible. Rara vez mencionan a otros autores con el mismo entusiasmo, tal vez con excepción de Donoso. Las figuras de Carpentier y Octavio Paz están muy presentes y me impresionó —no lo sabía— la actitud política de Elena Garro —a quien se considera una olvidada del Boom— cuando se cuenta que apoyó al Gobierno de Díaz Ordaz tras la masacre de estudiantes en Tlatelolco, el modo en que acusó a Paz de ser un instigador comunista y cómo convocó a escritores conservadores o de derecha, como Bioy Casares o el mismo Borges, para que apoyaran la versión del Gobierno mexicano de que “los comunistas se están matando entre ellos”. Esa división generacional y política se ve también con Germán Arciniegas, mencionado por García Márquez como un representante de la oligarquía y la vieja política.
Y fue la política y sobre todo Cuba lo que acabó con ellos, que se llamaban a sí mismos “mafia internacional”. Si no se tratara de talentos tan grandes, sería fácil acusarlos —como hicieron algunos escritores menos exitosos de su época— de ser una sociedad de mutuo elogio. ¿Pero cómo no elogiar las obras que escribían? Es visible el respeto que a todos inspiraba Cortázar, el mayor en edad. El hippie. Fuentes era el rico y exquisito. Y de los dos restantes, los premios nobel, ¿qué decir? Carmen Balcells los dibujó de cuerpo entero: “Vargas Llosa es el mejor, pero Gabo es un genio”.