Publicidad

Pensar la escritura

Santiago Gamboa
18 de febrero de 2023 - 02:05 a. m.

Desde el festival literario de Póvoa de Varzim, en el norte de Portugal, recupero algunas ideas sobre la escritura literaria.

Escribir no es sólo mover los dedos con agilidad sobre un teclado y ver, al cabo de una jornada, que el número de páginas aumentó. Julio Ramón Ribeyro decía que aun acodado en el balcón de su casa, con una taza de café y fumando un cigarrillo, estaba escribiendo, pues pensaba con intensidad en el texto que tenía a medio hacer en el rodillo de su máquina. Pensar literariamente en algo ya es escribir.

En un momento bastante memorable del film Amadeus, de Milos Forman, el personaje de Salieri le pregunta a Mozart por una pieza musical que le encargó, y este dice que ya está terminada. Cuando pregunta dónde está, él simplemente responde: “Aquí”, y se señala la cabeza. Luego agrega: “El resto son sólo garabatos”. Ese resto es la escritura musical, que contiene y transmite la música, pero que no es la música, del mismo modo que en literatura el lenguaje escrito transmite la obra, pero no es la obra.

¿Dónde está la obra literaria? No en el libro. El libro es un objeto formado por papel y tinta que en sí mismo no tiene nada de artístico. La obra literaria está cifrada en el libro y existe, adquiere vida, a través del lenguaje, en la imaginación del lector.

Desde este punto de vista la literatura es un bien inmaterial, pues el soporte que la transmite no es artístico, a diferencia de las artes plásticas, en donde la materia y la obra son una misma cosa.

El verbo “escribir”, considerado como “escribir literatura”, es la acción que se deriva de un pensamiento poético, que en este caso es también sinónimo de “pensamiento creador”.

Cada escritor inventa de nuevo la escritura. Cada escritor es, de algún modo, el primer escritor, pues la materia sobre la cual trabaja no es literaria y entonces debe partir de cero. Ni la realidad ni el lenguaje, en su origen, son literarios. Lo que es literario es el modo en que él los percibe, los piensa y, finalmente, los procesa para transformarlos en obra.

El escritor está solo. Puede ver lo que otros han hecho a través de la lectura y establecer comparaciones, nutrirse de influencias y establecer una genealogía, pero nada más. Quien lee ya está en la esfera de lo literario e incluso puede que piense de un modo literario, pero aún no es escritor. Ocasionalmente puede ser crítico literario.

Dice Marguerite Duras: “Escribo para saber lo que escribiría si escribiera”.

Desear intensamente escribir una gran obra y desplegar los medios para lograrlo tampoco es suficiente. Esto es lo que se suele llamar “vocación”. La vocación puede servir para acabar los trabajos iniciados, imponerse un horario, dotarse del espacio de concentración y soledad necesarias para ejercer la disciplina y el dominio de sí, pero no basta para lograr grandes obras. Para ellas se requiere el talento, un extraño factor de la génesis artística que, felizmente, nadie ha logrado aislar ni describir.

Quien no tiene talento es mucho más consciente de él que quien sí lo tiene, y esto es normal. Igual que la salud o el dinero, son más conscientes de ellos quienes no los tienen.

El talento es tal vez el único bien que se derrocha no usándolo.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar