Si algo caracteriza la vida de Colombia es que los grandes problemas nunca se resuelven, sino que se cambian por otros. Un problema llega y desplaza al anterior, el cual se va sin solución a la sombra, a esa especie de purgatorio de problemas aún activos pero que, al no estar en primer plano, ya no ejercen influencia negativa sobre quienes están en el poder y por lo tanto solucionarlos deja de ser importante. Es como si cada problema tuviera su cuarto de hora, convirtiéndose por unos días en el nervio de la vida nacional, pero luego pasara de moda y tuviera que retirarse, cual actor que ya no hace suspirar a las masas y sólo le dan roles secundarios. Esa es la vida de nuestros problemas, los gravísimos y los definitivos. Los menos graves e incluso los leves. Nunca se resuelve nada.
Por eso es que, cada tanto, conviene hacer un recorderis con preguntas incómodas: ¿qué pasó con Reficar, considerado el atraco más grande a la nación después del envejecido caso de Foncolpuertos? La procuradora del Centro Democrático borró culpas, pero ese no es el fin del problema. Y ya que estamos: ¿acabó la investigación de Foncolpuertos, que empezó en 1992? Nada. ¿Y en qué va el famoso caso Odebrecht, que involucra al dueño de Colombia, Luis Carlos Sarmiento Angulo, jefe natural del actual Gobierno? Sabemos que la Fiscalía de Néstor Humberto puso todo en los refrigeradores. Las mismas neveras en las que se encuentra, por ejemplo, el caso de Santiago Uribe, sospechoso de crear y patrocinar un grupo paramilitar en Yarumal, prestando su finquita y poniendo plata. ¿No estaba en detención domiciliaria? ¿Qué pasó? ¿Alguien sabe algo? Nada, mutis por el foro. El caso del expresidente Álvaro Uribe, que también durmió meses a menos de cien grados bajo cero, tuvo ahora algún retruécano. Con la Fiscalía aliada a sus abogados defensores, la idea es hacer desaparecer el problemita cual pompa de jabón. El inconveniente es que para eso la juez de garantías debe contradecir a la Sala de Instrucción de la Corte Suprema de Justicia, y eso, para cualquiera que pretenda hacer carrera, es un suicidio profesional. Que el fiscal Gabriel Jaimes, abogado de la Universidad Santo Tomás de Bucaramanga, quiera inmolarse contradiciendo decisiones de magistrados muy superiores a él es comprensible. Su techo profesional ya está cerrado y, al revés, favoreciendo ahora a Uribe podría más adelante obtener algo en empresas amigas del Centro Democrático. Pero la juez que debe decidir, joven, ¿estará dispuesta a quemar su futuro?
Los problemas sin resolver son como los zombis de las películas: cada tanto salen a la calle y asustan a la gente. ¿Qué pasó con la investigación presentada por El Espectador según la cual todo el caso de Santrich fue un montaje de la DEA y la Fiscalía de Néstor Humberto para atacar el proceso de paz? ¿Qué pasó con Santrich, al fin? ¿Murió o no murió? Y en temas no tan políticos, ¿por qué el caso del asesinato de Johnny Alonso Orjuela, dueño de Surtifruver de la Sabana, sigue engavetado? Por supuesto que no pretendo en esta columna resolver nada, yo tampoco. Sólo invitar a los lectores a dar un paseo por esa especie de turbio inconsciente nacional en el que dormitan, semicongelados, la mayoría de los grandes delitos de estos últimos tiempos.