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Viajar, volver


Santiago Gamboa
08 de junio de 2024 - 05:05 a. m.
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Tal vez el viaje literario más antiguo de la historia de Occidente es el de Jasón y sus marineros en la nave Argos, en la antigua Grecia. Son los argonautas. Viajaban en pos de un sueño que era simbólico y de poder: el vellocino de oro que haría de Jasón el rey de Tesalia. La vida de esos hombres quedó definida por su travesía, por su aventura. También Ulises, después de derrotar la ciudad de Troya, viajó por el Helesponto, el mar Egeo, y debió enfrentar al gigante Polifemo y superar el canto de las sirenas y vencer mil obstáculos para regresar a Ítaca, donde lo esperaban Penélope y su hijo Telémaco. Dante se internó por una cueva y viajó hacia lo más profundo: la tradición del descenso al Hades que retoma el cristianismo, con el viaje al infierno de Cristo a dar consuelo a los condenados. Eneas viajó desde Troya en llamas hasta Roma y propició su fundación.

Desde entonces, dos verbos quedaron unidos para siempre: viajar y vivir. Al nacer llegamos al primer país extranjero, e ir de un lugar a otro es cambiar y transformarse. Viajar es irse y luego regresar. Es entrar al camino del conocimiento y de la curiosidad. Abrirse paso en medio de la belleza y el peligro. Marco Polo viajó a oriente, hasta la China Imperial, y trajo de vuelta una historia que cambió a la vieja Europa Medieval. Cristóbal Colón fue hacia occidente y encontró el Nuevo Mundo. Ambos, con sus viajes, ensancharon la mirada y la cultura de su época. Cambiaron la vida porque ganaron territorios para la imaginación. El filósofo norteamericano Henry David Thoreau escribió que todo viaje hacia el futuro es un viaje de oriente a occidente, como el que hicieron los conquistadores españoles que, en su encuentro con los pueblos indígenas de América, crearon nuestras naciones. El naturalista Charles Darwin también subió a un barco en el puerto de Plymouth, en 1831, y su vida se transformó. El barco se llamaba el Beagle y con él, dando la vuelta al mundo y observando la naturaleza en diferentes climas, elaboró la teoría del origen de las especies. Viajar es pensar y todo viaje es hacia el conocimiento.

Hay otros viajes que son hacia adentro. Hacia lo más profundo de uno mismo. Eso que los teólogos llaman el espíritu o el alma y que no sabemos dónde está, pero lo comprendemos. Incluso podemos sentirlo. Para estos viajes las embarcaciones son de otro tipo. Son sobre todo la cultura, el pensamiento, la estética. Es el arte, la música, la poesía, el cine. La belleza. A través del arte comprendemos mejor el mundo al que llegamos y en el que pasaremos una temporada. Una travesía que al principio parece larga, infinita, pero que con los años se va acortando hasta volverse dramática. En ese viaje la cultura nos proporciona no sólo las naves, sino sobre todo los mapas. Dialogar con mentes sensibles y lúcidas del pasado e incorporar no sólo su sabiduría y sus experiencias, sino también sus miedos, sus preguntas. Y lo más difícil: este viaje no es sólo hacia uno mismo, sino también hacia el corazón de los demás. No vivimos solos. La cultura nos enseña a ser comprensivos, tolerantes, solidarios con los otros. Es llegar a la poesía, que siempre da a la vida una segunda oportunidad. La poesía que por estos días es de Piedad Bonnett, a quien esta columna felicita y agradece.

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Patricia(44480)11 de junio de 2024 - 03:42 a. m.
¡¡¡qué belleza!!!
Patricia(44480)11 de junio de 2024 - 03:39 a. m.
beleza!!
Carlos(87476)09 de junio de 2024 - 06:14 p. m.
Hermosa columna.
Martin(23380)09 de junio de 2024 - 04:14 p. m.
Gracias Santiago!
Flavio(nrv85)09 de junio de 2024 - 02:40 a. m.
Excelente columna.
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