Aunque todas las encuestas pronosticaban que el Rechazo ganaría el plebiscito sobre el proyecto de la nueva Constitución de Chile, el abrumador resultado sorprendió a propios y extraños, lo que ha demandado razones para tamaña sorpresa. Más allá de la arrogancia, el sentimiento de superioridad moral y el desprecio a los opositores que demostraron varios miembros de la mayoría, algo que redujo la aprobación de la Convención entre la opinión pública, los chilenos rechazaron el contenido del texto final por múltiples razones. Era un proyecto que no unía sino que dividía al país con un concepto refundacional de un Estado plurinacional basado en percepciones identitarias y victimistas de grupos minoritarios. El repudio se acentuó por la violencia de grupos terroristas, en especial en la Araucanía, de mayoría mapuche, donde el Rechazo alcanzó un 73 %. Una mayoría de ciudadanos reprobaron también la eliminación del Senado y la concentración del Legislativo en la Cámara de Diputados, así como la noción según la cual la presión ejercida por las movilizaciones populares y, para algunos convencionales, la violencia son también formas legítimas de acción política. Como consecuencia, una mayoría de chilenos sintieron que se amenazaba su tradición republicana y su democracia representativa liberal, para ser suplantada por una noción de democracia asamblearia, propia de los Estados fascistas. Otros artículos debilitaban la justicia, la independencia del banco central, la estabilidad fiscal y la seguridad jurídica.
Al rechazar este texto los chilenos no revivieron a Pinochet, porque todos los grupos políticos están comprometidos con una nueva Constitución que contemple un Estado social de derecho, un Estado multicultural mas no plurinacional, y otros temas como una mayor protección al medio ambiente y equidad de género.
Pero, más allá de las falencias del texto mismo, el repudio es quizá también consecuencia de la conciencia de una mayoría de ciudadanos de que el país sí ha tenido un progreso innegable en las últimas tres décadas, con un aumento muy grande del ingreso per cápita y una drástica reducción de la pobreza y la desigualdad, factores que, entre muchos otros, situaron a Chile en el primer lugar de la región según el índice de desarrollo humano de las Naciones Unidas. Además del progreso material, Chile ya es un país muy moderno con una gran diferenciación funcional de la sociedad, con clivajes recientes diferentes a los proclamados por el marxismo entre burguesía y proletariado, con una amplia clase media y con nuevas generaciones que demandan autonomía para editar sus propios planes de vida y que exigen igualdad de oportunidades, más que de resultados, con un amplio espacio para el mérito personal.
Con una noción que degrada la madurez y la responsabilidad de los ciudadanos, como si fuesen ignorantes, el presidente del Partido Comunista de Chile, el dirigente de extrema izquierda español Pablo Iglesias y el expresidente de Colombia Ernesto Samper culparon a los grupos económicos y a los medios de comunicación por el triunfo del Rechazo. Como contraste, hasta el presidente Boric y varios dirigentes de los partidos de la coalición de gobierno aceptaron los resultados del plebiscito y reconocieron también muchos errores de la Convención y el maximalismo de algunos de sus miembros. Lo que en realidad mostró el resultado del plebiscito es la gran madurez, responsabilidad y el inmenso amor que los chilenos le tienen a su país.