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Moderación en el lenguaje

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Santiago Montenegro
14 de junio de 2009 - 10:45 p. m.
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AL REFLEXIONAR SOBRE LAS NOTAS Y comentarios que recibo semanalmente en la versión electrónica de este periódico, quiero agradecer y reconocer los comentarios serios y ponderados que recibo sobre mis columnas, a favor o en contra, pero con el sano espíritu de aportar a un debate.

Aunque también recibo comentarios mostrando la agresividad de algunos que se toman el trabajo de agredir encapuchados en un seudónimo. Me han volado la madre, me han dicho maricón, hampón, neoliberal y una cantidad de epítetos e insultos que creía ya en desuso. Y, por supuesto, pastuso. En mayor o menor medida, eso les sucede a todos los columnistas. ¿Será esto un signo de nuestro tiempo? ¿Cómo debemos reaccionar ante tal realidad? ¿Qué deben hacer los medios?  Nicholas Taleb —el autor de varios libros célebres sobre probabilidad e incertidumbre—  aconseja no detenerse a leer estos comentarios y concentrarse sólo en los que uno le pide a personas y a fuentes realmente calificadas. Tomando de la teoría de la probabilidad el concepto de “información condicional”, argumenta que, sólo si la fuente es altamente calificada, el comentario habla más del comentarista que de la columna o libro que se intenta analizar. En alusión al genio de la filosofía analítica, a este mecanismo lo define como “la regla de Wittgenstein”. “Si no se tiene plena confianza en la precisión de una regla cuando se la utiliza para medir una mesa —argumenta Taleb—  puede ser que la mesa acabe midiendo a la regla”. Cuanto menos se confíe en la precisión de la regla, más es la información que se obtiene sobre la regla que sobre la mesa. Así, la información que obtenemos de algunos comentaristas anónimos a nuestras columnas de opinión habla más de ellos mismos que de las columnas que, en principio, intentan comentar. Recibo con mente abierta los comentarios de quienes no están de acuerdo con mis columnas porque son un insumo a la reflexión y a la construcción de nuevas ideas. Sin embargo me cuesta entender a aquellos que insultan a los columnistas con adjetivos que no aportan al debate, que acuden a la agresión personal y no a la sustentación de tesis para exponer sus opiniones. ¿Quiénes serán estas personas que no se atreven a poner su nombre y tampoco a sustentar sus ideas? ¿Qué motivo les impedirá debatir en forma directa? 

Si esto podemos decir de los comentarios que hacen ciudadanos anónimos, ¿cómo no preocuparnos con el lenguaje de enfrentamiento que hemos observado entre los más altos poderes públicos, como entre el Gobierno y la Corte Suprema de Justicia?  ¡Qué falta hace en este momento en Colombia más ponderación y más moderación en el lenguaje!  Cada palabra que salga de la boca o de la pluma de los jefes de los poderes públicos debería ser pesada y medida en su responsabilidad personal y en su tremenda responsabilidad política. Están muy equivocados quienes creen que en la época de las tecnologías de la información y las comunicaciones el lenguaje puede darse ciertas libertades y licencias, que lo importante es decir lo que se piensa. Sí, hay que decir lo que se piensa, pero es mejor pensar lo que se dice. Y todos, desde el más anónimo de los comentaristas hasta los altos funcionarios del Estado, deben recordar que tienen la obligación de apuntar con altura a lo que dicen y escriben porque, de otra forma y como en la metáfora de Wittgenstein, puede ser que la mesa acabe midiendo a la regla.

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