CREO QUE MUCHOS ANALISTAS SE están apresurando a celebrar el triunfo de la democracia en las revoluciones políticas de los países árabes.
Cómo me gustaría que tuviesen razón, pero me temo que su camino estará plagado de muchísimas dificultades, quizá mayores a las que enfrentaron los países de la Cortina de Hierro, sobre las cuales Ralf Dahrendorf escribió en 1990 su magnífico ensayo Reflexiones sobre la Revolución en Europa. Inspirado en la monografía de Burke sobre la Revolución Francesa, en esta pequeña obra maestra, Dahrendorf plantea una especie de taxonomía, con las etapas y el papel que juegan los dirigentes políticos y sociales en estos procesos históricos. No pretende ser una teoría, menos un manual de los procesos revolucionarios, sino unos consejos prácticos de lo que puede suceder pasada la euforia inicial y pasados los momentos de las grandes promesas, de las ilusiones y de los sueños revolucionarios. Como buen seguidor de Karl Popper, para Dahrendorf el reto es crear una sociedad abierta, una democracia con un equilibrio entre gobiernos que puedan gobernar, pero que al tiempo tengan contrapesos para que no abusen de su autoridad y poder.
En este dificilísimo proceso de creación de una sociedad abierta, plantea tres momentos. El primero es el de los abogados constitucionalistas, de los jueces que redactan la nueva constitución, que no debe tardar más de seis meses. Viniendo de una situación donde mandaba uno solo, es el momento de plasmar en la norma superior la mayor democracia posible entendida, no sólo como el gobierno del pueblo, sino como la ausencia de poder en las manos de pocos, sean quienes sean, garantizando la separación de poderes, la descentralización, los derechos civiles, políticos y sociales, el quiebre de los monopolios.
Pasada la constitución, la política normal llena los espacios y llega la hora de los políticos profesionales, los que ganan las elecciones y desplazan a los intelectuales y a las personalidades cívicas que ayudaron a derrocar a los dictadores. Son los que deben manejar las inevitables tensiones entre la política y la economía durante el tránsito por el valle de lágrimas de la reconstrucción económica. Porque, usualmente, las finanzas públicas quedan destruidas, se impone crear una nueva estructura económica con muchos sacrificios, conteniendo alzas salariales en medio del desempleo. Según Dahrendorf, tienen que haber pasado unos seis años para saber si las reformas económicas están funcionando sin que hayan destruido el nuevo ordenamiento constitucional. Pero la hora de los juristas y la hora de los políticos no son nada sin la hora de los ciudadanos. La tercera condición en la ruta de la sociedad abierta es la creación de las condiciones sociales que transforman la constitución y la economía para enfrentar, no sólo los buenos, sino todos los climas y para aguantar las tormentas generadas dentro como fuera de la sociedad. Así, la sociedad civil es la clave. Pero mientras, la hora de los constitucionalistas puede tomar unos seis meses y la hora de los políticos seis años, la hora de los ciudadanos es de unos sesenta años. Ese es el plazo para saber si la variedad y el caos creativo de las organizaciones, asociaciones e instituciones cívicas, la prensa libre, las pequeñas empresas, las iglesias, las universidades, las artes, las fundaciones, las instituciones de filantropía —la ciudadanía—, toda esa constelación de entidades son capaces de proveer una ancla firme a la constitución de la libertad. Nada más, pero nada menos, es el reto que tienen por delante los países del norte de África.