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Saldremos adelante

Santiago Montenegro

03 de agosto de 2020 - 12:01 a. m.

La pandemia es un evento devastador, que se ha dado en medio de tres tendencias que están afectando en forma determinante el futuro: el envejecimiento de la población, la digitalización de la sociedad y el calentamiento global. A estos fenómenos se unen una débil economía mundial, que apenas se recupera de la peor recesión desde la crisis de los años 30, y un orden político internacional que enterró el arreglo bipolar que se creó después de la Segunda Guerra Mundial y, mal que bien, dio sentido a Occidente durante medio siglo.

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La historia nos ha enseñado que en situaciones como estas cunde el miedo y que el miedo es padre de otros sentimientos como la rabia, la soledad, el desarraigo, la envidia o la xenofobia. Y cuando hay miedo, la historia también nos enseña que la gente se torna muy receptiva a relatos dicotómicos que dan sentido a los hechos con narrativas que buscan culpables y ordenan la sociedad con explicaciones simplistas de buenos y malos, puros e impuros, pueblo y élite. Es el momento en que los dictadores y autócratas aprovechan para aferrarse al poder, y en el que los populistas y los enemigos de la sociedad abierta aprovechan para destruir la democracia liberal y la economía de mercado. En Colombia también enfrentamos esas amenazas, acrecentadas por el aumento del narcotráfico y por la expansión de los grupos armados ilegales, apoyados por la dictadura de Maduro.

En estas duras circunstancias, para pensar cómo resolver tantos problemas del presente e imaginar el futuro, quiero argumentar que tenemos motivos para ser razonablemente optimistas si entendemos y valoramos varias fortalezas heredadas del pasado. En uno de los países geográficamente más fragmentados del mundo, construimos una nación con regiones fuertes y autónomas, ajena a las dictaduras y a los caudillismos, gobernada por civiles, elegidos en procesos electorales, que han hecho un uso limitado del poder. Contamos con una riquísima cultura, representada por una multitud de símbolos y ritos que nos recuerdan con respeto a los padres fundadores de la nación, al tiempo que nos reconocemos en una historia y en una comunidad con sus fiestas, conmemoraciones, canciones, carnavales y creaciones artísticas que nos señalan la fugacidad de nuestra existencia. Tenemos unas instituciones que han privilegiado la libertad de opinión, han reducido la pobreza y expandido la esperanza de vida en montos inimaginables para las generaciones que nos precedieron. Tenemos un país en el que las mujeres representan ya más de la mitad de la matrícula universitaria y, como pocos en América Latina, han llegado a ocupar altos puestos en la dirección del Estado y en el sector privado. Tenemos un país que ha acogido a más de un millón y medio de inmigrantes venezolanos, sin protesta, sin la xenofobia y el rechazo que se ha visto en otros países de la región.

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Pero, como argumentó el presidente Alberto Lleras, si algo define a Colombia es su apego a la libertad. La libertad contra la intromisión de la autoridad y de extraños en la vida privada, la libertad de empresa, la libertad para editar los planes de vida. Por supuesto que tenemos que resolver muchos y apremiantes problemas, pero si somos capaces de valorar este activo, el más valioso de todos, la libertad, no me cabe la menor duda de que saldremos adelante.

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