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UN DÍA LUNES DE HACE MUCHOS años, el editorial del periódico El Derecho —ya desaparecido— de Pasto, mi ciudad, comenzó con una frase como esta: “Anteayer fue un día muy importante porque cumplimos cuarenta años de existencia”.
Se habían olvidado. Por supuesto, el olvido de una efemérides tan significativa se volvió la comidilla de todas las reuniones y, naturalmente, en otro chiste pastuso. Hasta cuando leí el editorial de El Tiempo, el sábado 28 de noviembre, yo creía que esas cosas sólo nos sucedían a los pastusos. Ese día, su editorial comenzó con la siguiente frase: “El pasado 20 de noviembre se cumplieron 50 años del fallecimiento de… Alfonso López Pumarejo”. Se habían olvidado. Pero también se olvidó la revista Semana; se olvidó la Casa de Nariño, que no sacó ni siquiera una pequeña nota recordando el aniversario de uno, si no el más, influyente jefe de Estado del siglo XX. Pero quizá, lo más sorprendente —e indignante— fue el olvido del partido de López, el propio Partido Liberal. No hicieron nada, ni una comitiva para llevar unas flores a su tumba, ni un aviso recordatorio en los periódicos, menos aún un seminario recordando la obra transformadora de López, tanto en su partido como en el país en sus dos gobiernos.
Entre los pocos que sí se acordaron, están El Espectador, que publicó un pequeño artículo sobre López en una de las páginas interiores —pero no un editorial— el columnista Francisco Gutiérrez Sanín y la Universidad Nacional, que fue, hasta donde yo sé, la única entidad que organizó un seminario recordatorio de su obra. Pero tampoco quiero dramatizar y extraer de este olvido conclusiones exageradas sobre unos supuestos males del país y del propio Partido Liberal. Tampoco voy a repetir mi columna del 6 de julio pasado en la que, al tiempo que resaltaba su obra reformista, alertaba sobre la necesidad de recordarla con motivo del medio siglo de su muerte. Porque la obra de López fue tan grande y profunda que resiste este y otros olvidos, como lo expresó Alberto Lleras el día de su entierro: “Las ideas que puso a andar pasan, ya sin él, de una generación a otra, resisten recuento, como las batallas, los monumentos o las vías, porque siguen madurando, transformándose, renaciendo, repitiéndose hasta convertirse en el lenguaje común de millones de colombianos que no podrán decir siquiera de dónde las hubieron”.
Con esto no quiero decir que tenemos licencia para olvidar la historia de Colombia. Al contrario, tenemos que estudiarla, recordarla permanentemente, analizar de dónde venimos, ponderar sus logros y sus zozobras y los errores cometidos, para no repetirlos. También tenemos que pedirles que estudien nuestra historia a los que a menudo repiten que ella ha sido sólo un catálogo de fracasos o de violencia, y que, por lo tanto, se puede hacer borrón y cuenta nueva y “volver a comenzar”; que se puede reinventar un país como quien saca una nueva torta del horno. Por eso, a ellos y a todos los lectores de este periódico quiero también recordarles que el próximo 4 de enero se conmemoran 20 años de la muerte del ex presidente Alberto Lleras Camargo, quien, como pocos, ponderó la necesidad de estudiar la historia. “No se puede inventar una nación nueva —escribió Lleras— como si no tuviese cimientos y ruinas, y como si los padres no hubiesen existido, trabajado y sufrido sobre ella; confiad en los que humildemente sienten el peso de los muertos y reconocen que tenemos que continuar”.
