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Nunca me ha convencido la idea de que los opinadores deban limitarse a ser observadores imparciales de la sociedad. Fue Nietzsche quien nos enseñó que nuestras posturas siempre están condicionadas por nuestra experiencia subjetiva del mundo. De ahí que perseguir la imparcialidad sea una aventura, como la del poeta trágico, destinada al fracaso. Me quedo más bien con la noción de Sartre del intellectuel engagé que toma posiciones, sin tapujos pero con rigor, acerca de los asuntos de la polis. Y qué mejor momento para dar un paso en ese sentido que el inicio del ciclo electoral.
En el 22, con el ánimo desgarrado entre la ilusión y la incertidumbre, voté por Gustavo Petro. Pero estos sentimientos no tardaron en transformarse en la combinación exactamente contraria: una certera desilusión. Aun así, insisto, y la haré cada vez que sea necesario, que no han sido las ideas de la izquierda las que le han fallado al electorado en estos últimos tres años, sino la destreza de Petro para ponerlas en práctica. Es más, las ideas que son el corazón de la izquierda democrática ⎯la consolidación de un Estado de bienestar y el libre desarrollo de la personalidad⎯ no solo siguen vivas, sino que resultan hoy más urgentes que nunca. Y quizá Petro, tan eficaz para asuntos electorales como ineficaz para asuntos de gobernanza, haya sido el indicado para llevar estas ideas al poder, pero no estuvo a la altura de llevarlas a buen puerto. Para semejante hazaña hace falta una persona que se tome tan en serio las ideas de la izquierda que esté dispuesta a tratarlas con pragmatismo, aceptando que la política es tan solo el arte de lo posible, y a reconocer los límites de sus propias certezas, manteniendo oídos abiertos a consejos ajenos. Esa persona puede ser Iván Cepeda.
En una coyuntura marcada por la reducción de la complejidad de la política a la banal acrobacia de las redes y por la transformación de influencers en políticos y de políticos en influencers, la candidatura de Iván Cepeda representa una bocanada de aire fresco. En los paneles que realiza anualmente Cifras & Conceptos, Cepeda es reiterativamente nombrado como uno de los mejores senadores del país. Incluso, este año fue quien encabezó la lista. Más aun, si algo ha dejado claro el juicio que ha librado contra el más intocable de los intocables es la fe que deposita Cepeda en las instituciones, por encima de las artimañas retóricas, como narradores fidedignos de la verdad. Cepeda también ha demostrado que es capaz de abrir espacios de diálogo con quienes militan en las antípodas, como es el caso de José Félix Lafaurie. Una y otra vez, sus adversarios han pretendido deslegitimarlo ante la opinión pública, acusándolo de sobornar testigos y de militar en la guerrilla. Una y otra vez, la justicia ha desestimado semejantes acusaciones.
Pero hay dos lunares en la campaña de Cepeda que deben pasar por el dermatólogo si es que pretende sumar apoyos más allá de la izquierda, para mudarse al Palacio de Nariño y luego tener buenas relaciones con el Capitolio. Primero, debe bajarse de una vez por todas del bus de la constituyente. Esta tiene nulas posibilidades de prosperar. El peligro radica en que izar esta bandera puede apartar a un sector de la izquierda del consenso alrededor de las reglas de juego que se alcanzó en el 91, después de tanta sangra derramada. No hay nada que ganar y mucho que perder al insistir en una constituyente. Y todo por un capricho retórico del presidente. Segundo, a Cepeda, y a la izquierda en general le hace falta demostrarle al electorado que está en la capacidad de enfrentar la actual crisis de inseguridad. Una izquierda que no se toma en serio la consolidación del monopolio de la fuerza en manos del estado, no se toma en serio a sí misma como proyecto político con vocación de poder.
santiago.vargas.acebedo@gmail.com
