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El crimen contra el aburrimiento

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Santiago Vargas Acebedo
04 de octubre de 2025 - 05:04 a. m.
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Esta es la historia de un crimen. Y como en todos los crímenes hay una víctima, un victimario, una escena del crimen y un arma de fuego. Empecemos por la víctima: el aburrimiento. Sí, diario se acribilla, y sin tregua, el aburrimiento de cada uno de nosotros, los seres modernos. ¿El victimario? ¿La escena del crimen? ¿El arma de fuego? Aún está por verse.

Para dar con estas respuestas, es necesario empezar por hacernos la pregunta que todo detective honrado se formularía: ¿por qué carajos ha de importarnos que se haya cometido un crimen contra el aburrimiento? ¿No merece esto nuestra celebración pública en lugar de nuestro reproche? ¿Acaso deshacernos del aburrimiento no nos ofrece un alivio? ¿No llegamos a diario hasta las más disparatadas instancias tan solo para librarnos de un bostezo? ¿No le enseñó Lord Henry a Dorian Gray que el único pecado que no tiene perdón es el aburrimiento?

Pues me temo que al aburrimiento ⎯a quien hemos acribillado en plaza pública y a plena luz del día, sospechando que se trataba de un villano colectivo⎯ era en realidad uno de nuestros grandes aliados. Y es que el aburrimiento es un estado de ánimo que, como pocos, tiene el poder de ponernos en contacto con la desnudez de nuestra propia existencia. ¿Por qué?

Ocupamos la gran mayoría del transcurrir del tiempo a dos tipos de actividades: ejecutar tareas y saciar nuestro apetito de entretenimiento. Mejor dicho, producir y consumir. En el primer caso, hay un objetivo y en el segundo, un objeto de deseo. Pero en ambos casos, hay algo ajeno a nosotros mismos que ocupa la atención de nuestro pensamiento. Pues bien, el aburrimiento irrumpe como un relámpago en esta dinámica bipolar.

Bien le aprendimos a Heidegger que, cuando nos atrapa el aburrimiento profundo, los objetos externos dejan de satisfacer nuestro interés y, así, somos arrojados de vuelta a nosotros mismos. Es decir, durante el aburrimiento, nuestra existencia se convierte en el objeto de nuestra propia atención. De hecho, Kierkegaard sugiere que el aburrimiento es exactamente contrario al deseo, porque desear es dejarse seducir por el mundo externo, mientras que aburrirse es rechazarlo. Cuando nos aburrimos, lo que queda es nada más y nada menos que el propio ser.

Pero para que el potencial del aburrimiento se lleve a cabo, la primera condición es tener tiempo y espacio. Y esto es precisamente lo que el mundo moderno nos ha expropiado. El aburrimiento nos asalta en la fila de un banco, en la parada de un bus, en una sala de espera, al filo del retrete... Mejor dicho, esperando. ¿Esperando a qué o a quién? ¿A Godot? No importa, pero esperando. Es esperando cuando no nos queda más remedio que aburrirnos y ocuparnos de nosotros mismos.

Pero la tecnología moderna, en manos de cada vez más irrisorios ególatras disfrazados de filántropos, le ha declarado la guerra al aburrimiento e insiste, con cada vez mayor ímpetu, en invadir cada uno de nuestros momentos de espera. La invasión ha sido tal que ya ni nos acordamos de lo que significa esperar a solas con nuestra propia conciencia. Peor aún es que esperar ⎯el más aburrido y, por eso, el más sagrado de todos los rituales⎯ se ha vuelto cada vez más insoportable porque ya no aguantamos ser arrojados de vuelta a la desnudez de nuestra existencia.

Así que hemos dado con el arma de fuego del crimen: la tecnología moderna, que es más bien una bazuca. Y, ¿el victimario? Vive, muy probablemente, en Silicon Valley, promovía el wokismo cuando esto llenaba sus bolsillos y, ahora, tiene la lengua pegada a la suela de los zapatos de charol de Donald Trump. Lo peor de todo es que hemos convertido al victimario en héroe y glorificado el calvario de la víctima que, en realidad, somos nosotros mismos. Y la escena del crimen: este cada vez más ridículo espectáculo que llamamos modernidad.

Santiago Vargas Acebedo

Por Santiago Vargas Acebedo

Sociólogo y arquitecto que investiga la interacción entre la cultura y la política. Es candidato a doctorado en Sociología por la Universidad de Cambridge, tiene una maestría en Cultura y Sociedad de la London School of Economics y un pregrado en arquitectura de la Universidad de los Andes. Ha publicado ensayos, cuentos y columnas en medios.
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Atenas (06773)05 de octubre de 2025 - 04:25 p. m.
¿Aburrimiento ?, lo q’ me causa tan frondios textos como este, tuquio de citas y de interpretaciones amañadas pa mostrarse como encumbrado pensador síendo mísero opinador q’ defiende innobles causas xq’ de momento actividad y empleo por cuenta de terceros. Si se fuera a proveer por cuenta propia, otro gallo le cantaría. Atenas.
@;-)=B:-(=(4444)04 de octubre de 2025 - 10:41 p. m.
¡Muy buena columna! Además, es peligrosísima la muerte del aburrimiento, pues la tecnología moderna alimenta a la gente y sobre todo a los jóvenes con imágenes vacuas. No solamente muere el aburrimiento, también muere poco a poco el ser humano.
@;-)=B:-(=(4444)04 de octubre de 2025 - 10:39 p. m.
¡Muy buena columna! Además, que es peligrosísima la muerte del aburrimiento, pues la tecnología moderna alimenta a la gente y sobre todo a los jóvenes con imágenes vacuas. No solamente muere el aburrimiento, también muere poco a poco el ser humano.
Armando(j4e9s)04 de octubre de 2025 - 09:50 p. m.
Más cierto no pudo ser
Edgar Salamanca(40706)04 de octubre de 2025 - 06:54 p. m.
Lo comparto totalmente.
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