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Los niños que juegan con pistolas

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Santiago Vargas Acebedo
13 de septiembre de 2025 - 09:13 p. m.
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Como ya se habrá dado cuenta hasta el más despistado de los mortales, en la vida a menudo las cosas resultan siendo exactamente lo contrario de lo que parecen. Y uno de los más contundentes ejemplos de este fenómeno es ese extraño ritual al que le hemos dado el nombre de jugar. Jugar, a primera vista, parece la más ingenua e inofensiva de todas las actividades humanas. Pero basta con un segundo vistazo para constatar que, en realidad, se trata de todo lo contrario.

En la infancia, jugar es esencialmente un ritual a través del cual los niños imitan el mundo que perciben a su alrededor. Cuando los niños juegan a ser vaqueros, soldados, bandoleros, princesas, astronautas y demás lo que hacen es imitar a los íconos que fueron enseñados a adorar. Del mismo modo, cuando los niños juegan a ser padres, madres y demás lo que hacen es imitar ese mundo cuya entrada siempre les es restringida, el de los adultos. Por eso, jugar funciona como uno de los primeros mecanismos a través del cual los seres humanos internalizamos un tipo específico de sociedad. Mejor dicho, jugar es una actividad con la que aprendemos a replicar una forma de ser y estar en el mundo.

Y es, justamente por eso, que jugar siempre es un acto que incluye reglas, incentivos y, sobre todo, tabús. Bien nos enseñaron en la infancia que hay cosas con las se juega y otras que están prohibidas. Con el placer del propio cuerpo no se juega, por ejemplo, pero sí con pistolas. Intercambiar roles de género es un juego vetado, mientras que es bienvenido jugar a acribillarse a metrallazos frente a las pantallas. Por supuesto, con el tiempo, los juegos dejan de serlo y, así, se convierten en eso que llamamos realidad. No es vano que en, en este mundo, hayamos hecho del cuerpo una obscenidad y de la guerra una forma de entretenimiento. Peor aún es que hayamos convertido al sexo en porno y a la violencia en espectáculo.

Por supuesto, los juegos siempre tienen connotaciones que van más allá de sí mismos. En la infancia, para los hombres, jugar a las metralletas es propio de valientes, mientras que jugar a las muñecas es propio de degenerados. Pero es que, al fin y al cabo, la violencia es un elemento estructural de la relación que impera entre el jugar y la masculinidad. Jugar a la violencia, virtual o físicamente, es algo así como un rito de iniciación con el que los hombres dan fe de su virilidad. En muchos sentidos, la masculinidad es una cualidad que se mide de acuerdo a qué tanto miedo o aversión demuestran los hombres a la violencia. Por supuesto, esta es una práctica que lleva siglos siendo institucionalizada. En Esparta, los niños se convertían en hombres a través de un ritual que consistía acribillar a cuchillazos a la mayor cantidad posible de esclavos. Mejor dicho, desde hace mucho ya que jugar a la violencia funciona como el performance por excelencia de la masculinidad.

No cabe duda de que otro sería el mundo si, de niños, los hombres hubiéramos aprendido a jugar a las muñecas y no a las metralletas. No somos un mundo violento porque haya quienes salen violentos del cascarón. Somos un mundo violento porque ese fue el juego que aprendimos a jugar.

Pero si el mundo es, en muchos sentidos, producto de nuestros propios juegos, esto también quiere decir que otro mundo es posible, siempre y cuando dejemos de jugar a la violencia. Pero para tal fin quizás no hay estrategia más torpe e ineficaz que la de la prohibición. Bien nos enseñó Freud que la prohibición es un camino directo a la formación de un deseo reprimido. Más bien, podríamos empezar por desmontar el teatro que convierte en héroes a los guerreros y a la violencia en un espectáculo tecnicolor.

Santiago Vargas Acebedo

Por Santiago Vargas Acebedo

Sociólogo y arquitecto que investiga la interacción entre la cultura y la política. Es candidato a doctorado en Sociología por la Universidad de Cambridge, tiene una maestría en Cultura y Sociedad de la London School of Economics y un pregrado en arquitectura de la Universidad de los Andes. Ha publicado ensayos, cuentos y columnas en medios.
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DIEGO ARMANDO CRUZ CORTES(25270)14 de septiembre de 2025 - 03:07 p. m.
Valoro aún más las habilidades que aporta el juego en el crecimiento, antes en las calles o en parques se integraba al desarrollo el trabajo en equipo, liderazgo, solidaridad, generosidad, ahora los video juegos violentos de por si, no es que esten formando asesinos seriales sino desarrollando otro tipo de habilidades. Las series y peliculas de ayer y hoy son violentas pero tambien desarollan otro tipo de habilidades. He visto gente que va a la iglesia y es mas violenta que quien no lo hace.
Astrid Vallejo(60305)13 de septiembre de 2025 - 05:32 p. m.
Excelente columna. Una reflexión para padres, madres, educadores, educadoras el estado y la sociedad, en general.
Aura lucia Mera becerra(81917)13 de septiembre de 2025 - 02:37 p. m.
Felicitaciones. Este articulo deberia llegar a colegios escuelas. ‼️📚‼️📚
Gines de Pasamonte(86371)13 de septiembre de 2025 - 02:29 p. m.
¡En todo juego hay revalidad! ¡De perogrullo, Santiago! El ajedrez, por ejemplo, mi primer deporte favorito, entraña una rivalidad permanente: ¡La supremacía de la elucubración! El “matarife” se volvió un paradigma casi que, para todo, sus genes están en la Esparta depravada y no en la épica del gran guerrero Leónidas, héroe de la batalla de las Termopilas. ¡Plop! ¡Interesante columna!
UJUD(9371)13 de septiembre de 2025 - 02:27 p. m.
El autor tiene más grados que un termómetro. Por lo tanto, columna inteligente.
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