En una de sus mejores alegorías, Borges narra la historia de un imperio en el que el arte de la cartografía alcanza tal perfección que los cartógrafos terminan por levantar un mapa del mismo tamaño del imperio. Por supuesto, la gran ironía ⎯y el prodigio de esta alegoría⎯ consiste en que, justo al alcanzar la perfección, el mapa se vuelve inservible. Y aunque esta, para Borges, es sobre todo una metáfora de la ciencia, también nos sirve para entender cómo se construyen los discursos políticos.
En esencia, un político se presenta ante la opinión pública a través de historias que simplifican la diversidad de los pueblos, reduciéndolos al menos a dos bandos: héroes y villanos. Estas historias suelen venir acompañadas de fábulas que reducen la complejidad histórica de las naciones a versiones de la historia que dejan siempre bien parado al político en cuestión. Por eso, la construcción de discursos políticos exige, ante todo, destreza en el viejo y espeluznante arte de la simplificación. Y, en eso, la política se parece mucho a la cartografía. Mejor dicho, las cartografías simplifican a los territorios del mismo modo que los discursos políticos simplifican a las naciones.
En el 22, por ejemplo, Petro se impuso en las urnas impulsado por un discurso que redujo el complejo y contradictorio mapa político del país a dos facciones: continuidad y cambio. Esta maniobra le sirvió, entre otras cosas, para insistir en que la culpabilidad de todos nuestros males yacía exclusivamente en quienes entonces representaban la continuidad.
Ahora, la oposición en manos de la derecha ⎯tan diligente para señalar las simplificaciones a las que acude Petro como para callar las propias⎯ está echando mano de una estrategia afín con el eslogan “recuperemos a Colombia”. El propio lenguaje del eslogan, al ser conjugado con la primera persona del plural, sugiere la reducción del pueblo colombiano a dos cuadrillas: los villanos que ‘nos’ arrebataron la nación y los héroes que liderarán la reconquista. Al mismo tiempo, este eslogan formula una promesa elemental: volver al pasado. En eso, se parece mucho al eslogan más famoso de nuestra era: Make America Great Again. A la larga, ambos pretenden infiltrar en la opinión pública la idea nostálgica de una era gloriosa en un pasado recóndito ⎯tan recóndito que nunca existió. Más aún, para fortalecer este discurso, la oposición colombiana está empeñada en reducir todos los problemas de la nación a un solo factor: Petro.
Si bien es cierto que el gobierno de Petro es, desde más de un punto de vista, indefendible, la realidad es mucho más compleja de lo que la estrategia electoral de la oposición permite reconocer. Y que sirva de ejemplo la peor crisis por la que atraviesa el país: la seguridad. La oposición reduce esta crisis a la única palabra del diccionario que parece conocer: Petro. Pero la verdad es que el tamaño de las bandas criminales viene creciendo exponencialmente desde el 2016. Mejor dicho, estamos ante una crisis que Petro agravó pero no causó. Y algo similar sucede en los casos de la crisis fiscal y la de la salud.
Y no se trata ⎯repito, por si hace falta⎯ de excusar la indiscutible culpabilidad de Petro en la agudización de estos problemas. Se trata, más bien, de que si la respuesta de la oposición a los descalabros del actual gobierno es volver al pasado, no conseguiremos más que regresar al origen de nuestros martirios. Por eso no les compro su Make Colombia Great Again.
Por lo demás, tampoco es claro cuál es ese pasado al que prometen devolvernos. ¿Acaso se refieren a la retórica de “perseguir bandidos” de Duque que solo consiguió aumentar en un 17 % el tamaño de los grupos armados? ¿O acaso se refieren a los años de la seguridad democrática cuando el ejército empuñó sus propias armas contra miles de civiles inocentes?
Cuando los políticos despliegan sus mapas, conviene, de cuando en vez, corroborarlos echándole una mirada al territorio.