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Nietzsche, Trump, Arendt y 500 mg de acetaminofén

Santiago Vargas Acebedo

27 de septiembre de 2025 - 12:05 a. m.

En 1889, Nietzsche sufrió un colapso mental que lo condenó a vivir en un delirio sostenido por el resto de sus días. Años después, cuando finalmente murió de locura, su hermana publicó una compilación de algunos de sus apuntes personales bajo el título La voluntad de poder. En estas páginas, hay una nota que, con el tiempo, se hizo tan famosa que prácticamente se convirtió en aforismo de la filosofía de Nietzsche: no existen los hechos, sólo las interpretaciones. A lo que Nietzsche se refiere es a que los hechos siempre están sujetos a nuestras perspectivas y, sobre todo, a nuestra “voluntad de poder”, la cual, según él, caracteriza la condición humana de hasta el más bienintencionado de los mortales.

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Décadas después, la gran Hannah Arendt ofrecería una versión matizada de este argumento, alegando que los hechos sí existen, pero el problema radica, más bien, en que estos siempre están condicionados al relato de un testigo. Mejor dicho, la primera condición para que aceptemos algo como un hecho es la fe en la palabra de quienes lo declaran como tal. Y si bien poner en duda la existencia de los hechos nos sumerge en un mar de alucinación, siempre resulta cuando menos lógica la posibilidad de poner en tela de juicio la palabra de los testigos.

Y traigo esto a colación a raíz de la más reciente polémica desatada por Donald Trump quien, junto a su controversial secretario de Salud, el antivacunas Robert F. Kennedy Jr., aseguró haber encontrado las causas del reciente aumento exponencial en los casos de autismo: el consumo de acetaminofén por parte de las madres durante el embarazo y un supuesto exceso de vacunas en la infancia. Como de costumbre, médicos y expertos en la materia, como el prestigioso ACOG, salieron a refutar las declaraciones de Trump y Kennedy, alegando que, tras un cuantioso número de estudios, ha sido imposible establecer una relación causal entre el acetaminofén y el autismo. Mientras tanto, según The New York Times, las especulaciones alrededor de la relación entre las vacunas y el autismo se originaron en un artículo de 1988 publicado por el británico Andrew Wakefield, quien terminó por retractarse cuando quedó claro que había falsificado sus datos. Con todo y eso, Trump, Kennedy y muchos de sus seguidores siguen empeñados en su versión de los hechos. Por eso, la pregunta que resulta apenas razonable hacernos es: ¿por qué diablos?

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En cuanto a Trump, es apenas obvio que esta es una estrategia para seguir posicionándose ante sus electores como un delator de teorías de la conspiración supuestamente encubiertas por el establecimiento. Se trata, mejor dicho, de una distorsión de los hechos a manos de “la voluntad de poder” diagnosticada por Nietzsche. Pero, en lo que a sus seguidores respecta, la respuesta es menos obvia. Desde orillas liberales, se insiste, una y otra vez, en que se trata simplemente de un rebaño de personas que se niega a creer en los hechos porque prefiere ponerse al servicio del desvarío de sus pasiones. Pero esta respuesta, además de simplista, peca de pereza intelectual. Afirmar que alguien se rehúsa a creer en los hechos es asumir que se engaña a sí mismo de manera consciente. Pero engañarse a sí mismo de manera consciente es sencillamente imposible desde el punto de vista de la lógica.

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La respuesta, más bien, reside en las ideas de Arendt. Es decir, el problema no es que haya un sector de la sociedad que se resista a creer en los hechos, sino que, más bien, ha perdido la fe en quienes antes fungían como irrefutables testigos de los hechos; es decir, científicos, historiadores, grandes medios de comunicación y demás. Quizás esta reflexión sirva para dejar de estereotipar a este grupo de personas como antagonistas de los hechos, lo cual no hace nada más que exacerbar su desconfianza hacia quienes queremos que hagan las veces de testigos de los hechos.

Por Santiago Vargas Acebedo

Sociólogo y arquitecto que investiga la interacción entre la cultura y la política. Es candidato a doctorado en Sociología por la Universidad de Cambridge, tiene una maestría en Cultura y Sociedad de la London School of Economics y un pregrado en arquitectura de la Universidad de los Andes. Ha publicado ensayos, cuentos y columnas en medios.
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