Publicidad

¿Qué significa opinar?

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Santiago Vargas Acebedo
20 de diciembre de 2025 - 05:03 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Hay palabras que por sí mismas son incomprensibles; palabras que no tienen sentido a menos de que las examinemos de la mano de sus antónimos. La palabra bondad, por ejemplo, no significa nada si no es a la par de la palabra maldad. Pues bien, ‘la opinión’ es una de estas palabras.

A la larga, su significado solo se hace tangible cuando la observamos a la luz de su más viejo y radical adversario: los hechos. Tanto así que la palabra ‘hechos’ se refiere literalmente a los acontecimientos que no admiten opinión. Mientras tanto, las opiniones son juicios sin el respaldo absoluto de los hechos. Mejor dicho, como la civilización y la barbarie, las opiniones y los hechos son dos conceptos que se definen a través de su antagonismo. Lo uno significa la ausencia de lo otro.

Y esta revelación debe, cuanto menos, provocar un suspiro entre quienes dedicamos parte del tiempo al oficio de opinar. ¿Significa esto que estamos condenados a habitar el reino de la divagación perpetua? ¿Merecemos acaso ser desterrados a comunas aisladas de opinadores donde los hechos se conviertan en la más prohibida de todas las manzanas y nos sea, por tanto, imposible ponernos de acuerdo? Quizás, pero la verdad es que esas comunas ya se parecen mucho a eso que llamamos mundo.

Con todo y eso, para nadie es un secreto que habitamos un mundo que otorga mucho mayor valor a los hechos que a las opiniones. Pensamos, ingenuamente, que los hechos son nuestro único punto de contacto con eso que ⎯también ingenuamente⎯ llamamos realidad. Pero me temo que hemos desarrollado una idolatría tal hacia los hechos que hemos terminado por convertirlos en fetiche.

Incluso, hoy llamamos hechos a muchas cosas que realmente no lo son. Las cifras, por ejemplo, no son hechos. Asumir que las cifras son hechos es equiparable a afirmar que no admiten opinión. Pero la recolección de cifras, por muy rigurosa que esta sea, inevitablemente depende de una metodología, la cual siempre da cabida a enmiendas. Más encima, las cifras necesariamente se basan en muestras que pretenden representar más nunca abarcar totalmente a las sociedades. Por supuesto que hay cifras que buscan acercarnos a la realidad mientras que hay otras que pretenden manipularla abiertamente. Las segundas son mentiras pero eso no quiere decir que las primeras sean hechos.

En el ámbito de la política, también tendemos a equiparar nuestras posturas con hechos. Pero lo cierto es que la política y los hechos son conceptos relativamente antagónicos, como nos lo recuerda Hannah Arendt. Mientras que la política consiste en imaginarse lo que el mundo debería ser, los hechos se refieren a los que el mundo ya es.

Más aún, la primera consecuencia de equiparar nuestras posturas políticas con hechos es la de convertir las posturas ajenas en ilegitimas. Mientras tanto, admitir el carácter opinante de nuestras propias posiciones, trae consigo al menos dos consecuencias: aceptar la legitimidad de las posturas contrarias y abrirle la puerta a la autocrítica. Yo no sé ustedes pero yo me quedo con la segunda alternativa.

Y advierto ⎯antes de que exijan para mí la guillotina⎯ que esto, bajo ninguna circunstancia, pretende legitimar la política que distorsiona intencionalmente la realidad para ajustarla a sus propios relatos. Una cosa es opinar y otra muy distinta es mentir. De hecho son fenómenos contrarios: en el primer caso, hay una intención de representar al mundo y, en el segundo, de distorsionarlo. Tampoco pretende esto sugerir que todas las opiniones sean igualmente rigurosas, pero el rigor no convierte a una opinión en hecho.

Más bien, se trata de resaltar, primero, que muchas de las cosas que llamamos hechos en realidad no lo son y, segundo, de insistir en que solo en la medida en la que aceptemos los límites de nuestras propias posturas, reconociéndolas como opiniones, será posible encaminarnos hacia una cultura política pluralista, democrática y, sobre todo, pacífica.

Felices fiestas.

santiago.vargas.acebedo@gmail.com

Santiago Vargas Acebedo

Por Santiago Vargas Acebedo

Sociólogo y arquitecto que investiga la interacción entre la cultura y la política. Es candidato a doctorado en Sociología por la Universidad de Cambridge, tiene una maestría en Cultura y Sociedad de la London School of Economics y un pregrado en arquitectura de la Universidad de los Andes. Ha publicado ensayos, cuentos y columnas en medios.
Conoce más

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.