El desempleo entre estudiantes recién graduados en Estados Unidos por primera vez ha superado el nivel de desempleo promedio. En un país que se ha preciado de tener las mejores universidades del mundo, y sobre todo las más caras, la cifra puede indicar dos cosas: primero, escollos económicos a la deriva para Estados Unidos; o segundo, un cambio estructural en la civilización urbana globalizada. Bueno, supongo que también podría indicar las dos a la vez, pues como dice aquella ley: si algo puede empeorar…
La primera opción, que estas cifras de desempleo entre recién graduados reflejen posibles dificultades económicas en el horizonte, responde a que las empresas estén temerosas de ampliar su planta de trabajo recibiendo a recién graduados, y por ello prefieran ver qué sucede durante los próximos trimestres. La inestabilidad por la volatilidad de las decisiones que está tomando el Ejecutivo, en particular en los anuncios de política arancelaria, ha despertado incertidumbre con respecto al rumbo que tomará la economía. Con los nuevos proyectos en pausa y los inversionistas en suspenso, los recién graduados entran a un mercado laboral acobardado.
Si la incertidumbre deviene en recesión, o peor, crisis, entonces la situación para los recién graduados empeorará, pero el aumento en desempleo también golpeará a otros trabajadores, de forma que no necesariamente será más elevado que el promedio.
La segunda opción, que no es mutuamente excluyente con la primera, es que los recién graduados estén recibiendo el primer embate de un cambio en la estructura de la civilización centrada en las economías de servicios, impulsadas por conocimientos intelectuales técnicos especializados que se aprenden en instituciones universitarias. Si la inteligencia artificial generativa está realizando las mismas tareas técnicas no muy complejas, pero especializadas, que antes hacía un recién graduado, entonces se está dando el reemplazo de una capa de la fuerza laboral, de la misma forma que la mano de obra de las fábricas fue en buena medida reemplazada por robots.
Los efectos de la segunda opción son uno de los retos más profundos que haya tenido la economía globalizada en su historia. En su carrera por desarrollar la tecnología más avanzada posible antes que lo haga la competencia, las empresas que diseñan grandes modelos de lenguaje y otras tecnologías de inteligencia artificial generativa no están supeditando el ritmo al que lanzan sus productos a que la sociedad logre digerirlos.
En los países donde el acceso a la educación universitaria es para las familias de clase media y clase alta, como en América Latina y cada vez más en los Estados Unidos —país donde por demás el partido de gobierno está decidido a debilitar lo más posible el sistema universitario—, perder el propósito competitivo y formativo de la universidad nos lanza a un territorio inexplorado. En los Estados Unidos se habla de que, en lugar de ir a la universidad, más jóvenes deberían aprender habilidades manuales en escuelas de oficios, como la carpintería o la plomería. Un buen carpintero puede llegar a tener los mismos ingresos que cualquier graduado de una universidad.
Esa solución es extremadamente controversial en Estados Unidos, pero en América Latina sería catastrófica. Si una porción considerable de jóvenes de clase media no tiene oportunidades laborales de ingresos medios/altos por ser universitarios, y deben entonces aspirar a ser carpinteros y albañiles, estaríamos ante el fin de la clase media, una mayor desigualdad económica, el fin de la posibilidad de ascenso social y el gradual empobrecimiento de la sociedad. Habría una capa delgada de capital-habientes que usa tecnología digital y un grueso de trabajadores manuales. El neofeudalismo digital.
Las empresas de inteligencia artificial deben no sólo producir tecnología, sino participar de las soluciones y la construcción de caminos para que sus productos no sean profundamente disruptivos e incluso destructivos.
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