Si bien la policía no puede matar con impunidad en todos los casos, sí puede asesinar o torturar a la vista de cualquiera sin que la interrumpan. Sobre el horror de la violencia, al observar los videos de abuso policial, se impone también la angustia de que nadie puede hacer nada por impedir el delito. Más adelante este testimonio grabado, irrefutable antes de que medien los abogados, será la bala de plata para hacer justicia; pero el daño fue hecho ante la impotencia de todo observador.
Este manto es el resultado de una asimetría que resulta fundamental para la existencia del Estado: el monopolio de la violencia debe estar en manos de la policía y el ejército. Quienes graban abusos policiales no solo son respetuosos de este principio, sino conscientes de que violarlo pone en riesgo su vida. Como dijo un policía a un muchacho de 16 años, en una de las grabaciones de abusos policiales que han circulado: “Pégueme para tener el gusto de darle un tiro”.
No solo esta grabación y la de la tortura de Javier Ordóñez, sino también las hechas a muchos policías que dispararon sus armas de fuego contra la población civil, a distintas horas y en distintos lugares de Bogotá entre el 9 y el 10 de septiembre, demuestran que la policía en Colombia está cómodamente acostumbrada a extralimitarse en el uso de la fuerza.
La capital vivió una masacre comparable a la masacre de las bananeras de 1928, si aceptamos el cálculo más bajo de muertes de sindicalistas, que es de 9 personas. En Bogotá la policía mató a 13 manifestantes y simples transeúntes, y a ninguno en situación de defensa propia.
Por supuesto que hubo violencia por parte de manifestantes. Se quemaron buses y estaciones de policía, hubo decenas de policías heridos (ninguno muerto), pero las imágenes de grupos de policías disparando hacia personas que se hallaban bastante lejos confirman que el uso de armas de fuego no fue para protegerse de los manifestantes, sino para atacarlos. No fue una maniobra defensiva, sino ofensiva.
Violencia que además ocurrió con la complicidad de unas personas vestidas de civil, que pueden ser una de dos cosas: grupos paramilitares, como las Águilas Negras, que apoyan a la policía en su violencia contra civiles, o policías que se camuflan de civil para ser más efectivos en su violencia, y que también pueden ser las autodenominadas Águilas Negras. Es algo que debe aclararse, pero que el Gobierno actual no tiene ningún interés en averiguar, o lo sabe y lo encubre.
Esa violencia parece ser una estrategia coordinada para la policía, que hace parte de su respuesta de manual a las manifestaciones. Ya lo hemos visto denunciado en múltiples ocasiones: paramilitares o policías encapuchados, en cierto momento, cometen actos de vandalismo para justificar agresiones contra quienes están marchando.
Ante esta situación, el espectáculo de Iván Duque, de aparecer con un chaleco de la policía en un CAI, es un respaldo a la masacre de civiles en Bogotá, no a la policía. Un respaldo a la policía habría sido ayudarle a recuperar la credibilidad ante la ciudadanía.
No toda la policía apoya estos actos ni está de acuerdo con esta violencia, pero el Gobierno no ayuda a que los policías que quieren una reforma sean escuchados.
En cambio, repitió la estrategia eterna del Centro Democrático: respaldar los abusos y crímenes de las fuerzas armadas estatales, para acumular más lealtad de su brazo más violento y menos respetuoso de la democracia. Así, el día que los necesiten para ejercer la represión violenta contra los civiles, estarán a sus órdenes. Es la cooptación de las fuerzas armadas mediante la tolerancia de sus abusos; una politización rastrera que se basa en la complicidad.
Hay un problema en la policía como institución: en sus entrenamientos, en reconocer los límites de su accionar, en su proceso de rendimiento de cuentas, en su legitimidad y en el poco control que sobre ella tienen las autoridades civiles locales, que deben ser su legítima cabeza, y no el Ministerio de Defensa y el presidente de la República, como si la policía fuera una rama más de las Fuerzas Militares. Esto es lo que se debería estar discutiendo y reformando para tener una mejor policía: no darle un espaldarazo el día después de cometer una masacre.
Twitter: @santiagovillach