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Esta columna nace de los recientes comentarios de Roger Waters sobre la guerra en Ucrania. Sin embargo, cada vez que escucho los comentarios geopolíticos de Waters (o en su defecto los de Oliver Stone), me entran ganas de escribirla. Sus anticuadas cadenas lógicas se propagan con demasiada facilidad entre un público que, si bien se enorgullece de tener un pensamiento crítico, lo pierde sin darse cuenta cuando lee el mundo desde el lente del “anti-occidental”.
Este estilo de pensamiento tomó sus principales contornos más o menos durante la guerra de Vietnam y las décadas de la descolonización (aunque hay ejemplos anteriores), y más que renovarse con el tiempo, interpreta todos los acontecimientos históricos desde una clave binaria, repetitiva y cansada, que parece extraída de una canción de The Doors: the West vs. the Rest. Esta perezosa fórmula es muy fértil entre la izquierda política latinoamericana, porque no hemos terminado de construir una lectura propia de los países no-occidentales.
Entiendo también los motivos por los que es tan seductora. En efecto, los pueblos del “Tercer Mundo” hemos sido víctimas de reiterados abusos por parte de los gobiernos de Estados Unidos y Europa occidental. El asesinato de Patrice Lumumba y el Plan Cóndor, el apoyo a regímenes totalitarios de Chile, Guatemala, Haití, Bolivia, Argentina, Panamá, El Salvador, Zaire, Sudáfrica, Chad, entre muchos otros, las intervenciones militares a favor de las empresas y los intereses estadounidenses que han llevado a la destrucción de países como Irak (aunque en el caso de Irak también hubo una dosis alta de idealismo desviado). Todos estos eventos, algunos bastante recientes, dejan una estela negra. Es fácil caer en la tentación de una lectura univalente: los poderes occidentales son los mismos siempre y los intereses que los motivan no cambian.
Este es el primer elemento problemático del occidental “anti-occidental”. La historia para él es algo que se repite; no un escenario de cambios. Según su lógica, cada intervención de la OTAN o de los países occidentales es por los mismos motivos. Solo cambia la fecha y el lugar.
El lugar, o la geografía humana y política, por demás es algo tan secundario para el occidental “anti-occidental” como la historia. La voz de quienes están combatiendo y poniendo los muertos, los ucranianos, no vale. Son manipulados por occidente. Cayeron en su telaraña.
El occidental “anti-occidental” generalmente es occidente-centrista.
En esa lógica polar desde la que interpreta la geopolítica, él entonces se ubica en el bando opuesto al de occidente, como si la realidad fuera tan simple como un partido de fútbol. Al occidental “anti-occidental” no le importa mucho lo que piensen los ucranianos o los taiwaneses, pues son fichas occidentales. Le importa que algo deben estar haciendo bien Rusia y China, porque están en un bando opuesto a los gobiernos que desprecia. Los gobiernos de los países donde no obstante prefiere vivir, pues al occidental “anti-occidental” le costaría bastante vivir en un país no-occidental.
Sin embargo, no le vendría mal vivir en un país no-occidental, para ampliar su perspectiva y entender ciertas sutilezas. Por ejemplo, que los países más imperialistas del momento son Rusia y China, pues tienen subyugados territorios de etnias minoritarias e insisten en ampliar sus fronteras hacia nuevos territorios que llevan vidas políticas independientes, y que no quieren hacer parte del imperio.
Al occidental “anti-occidental” le cuesta ver esto, porque para él hay un juego de suma cero. Hay buenos y malos. Hay gobiernos que considera sólo se mueven por los intereses de sus élites económicas (es decir los occidentales), y están esos otros gobiernos no-occidentales que no entiende, pero en su arrogancia occidental cree que sí, porque el enemigo de mi enemigo es mi amigo.
Twitter: @santiagovillach
