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Uno de los dilemas más complejos a los que se enfrenta un periodista, en especial los que simpatizamos con las ideas progresistas y de izquierda, es la dicotomía entre rigor y activismo. A menudo, la urgencia y la decisión del activista choca con la lentitud y la distancia del método de las ciencias sociales. Equivocadamente, el activista interpreta la pausa del analista como debilidad moral. Falta de compromiso ético. Hay que reconocerlo: es un golpe de genialidad el término despectivo que se usa para describirlos, mejor dicho, para describirnos: “tibios”. Somos, para bien y para mal, tibios.
Entiendo la impaciencia. Activista que se respete quiere cambios y los quiere ahora. Cuando hay una injusticia hay que pararla ya. Cuando hay un genocidio hay que nombrarlo sin ambigüedades y hay que detenerlo. Esa urgencia puede salvar vidas, ¿y qué es más valioso: ponderar todos los lados de una cuestión o evitar que mueran más niños?
También creo que este es un falso problema auspiciado por la cacofonía de las redes sociales. La estructura de los problemas y su solución no responden a un perpetuo referendo. Hacer un mal diagnóstico por apresurarse es también algo que puede causar más problemas de los que se pretenden solucionar.
Una de mis posiciones más tibias fue resistirme a llamar “genocidio” a los crímenes de guerra del Estado israelí en Gaza cuando comenzó su ofensiva el 13 de octubre de 2023, como respuesta a los ataques terroristas de Hamás el 7 de octubre. Quienes gritaban “genocidio” estaban entendiblemente indignados por la característica estrategia israelí de anteponer sus objetivos militares a las vidas de civiles; pero ¿era la destrucción del grupo su objetivo?
Aunque algunos lo asumieron desde el primer momento, me sostengo en que, a pesar de la retórica de los miembros de extrema derecha del gabinete, había lugar a dudas. La campaña militar, aunque sanguinaria y criminal, todavía tenía visos de ser una campaña militar, no una de exterminio.
Aunque desde el principio percibí que el gobierno de Benjamín Netanyahu quería hacer limpieza étnica y cometía crímenes de guerra, sólo acepté la tesis del genocidio cuando todo el liderazgo de Hamás fue destruido, y en lugar de reducir la presión sobre la población civil, el puño israelí apretó más. Desde hacía casi un año se le había advertido a Israel que iba a causar una hambruna y muertes masivas. Tenía la capacidad para evitarlo y no lo hizo. La conclusión lógica es que no quería evitar esas muertes.
Ahora lo que vemos es un genocidio en cámara lenta para que sea plausiblemente negable, para que el Estado israelí pueda decirles a sus habitantes y al mundo que sucedió por daño colateral, o por culpa de Hamás, que no entregó a los secuestrados y no se desarmó.
El objetivo parece ser darle una solución, de una vez por todas, al problema de que haya palestinos en Gaza y quizás también se pueda encontrar la forma de hacer algo parecido en Cisjordania. Quizás por eso las provocaciones de Itamar Ben-Gvir en la mezquita de Al-Aqsa. Los extremistas en el gobierno necesitan otro 7 de octubre y para ir a por Cisjordania. Luego provocar para que Estados Unidos se decida a solucionar el problema de Irán. Así es la mentalidad violenta.
Pero la agresión no tiene un final. Cuando el objetivo de la opción militar no es llegar a una solución política, sino simplemente aplastar al enemigo, la guerra y sus genocidios son un fin en sí mismo, y no acaban. Ese es el camino que hoy recorre Israel. Su pueblo puede presionar para que se construya otro.
Threads: @santiagovillach
