La idea de que los países tienen derecho a la soberanía y a decidir sobre sus propios asuntos es un loable y frágil principio que una y otra vez se quiebra. Vivimos en tiempos contradictorios. Nunca antes había sido tan universal el acuerdo entre naciones con respecto a unas ciertas reglas de juego. La hegemonía del Estado-nación como unidad política está extendida en todos los rincones del planeta, salvo la Tierra de Marie Byrd en la Antártica. Incluso países marginales y rebeldes, como Corea del Norte, lentamente se integran a las reglas del sistema internacional de naciones.
La contradicción radica en que, por primera vez desde el final de la Guerra Fría, potencias distintas a las occidentales se están arrogando la autoridad para violar el principio de la soberanía nacional. El orden internacional anterior radicaba en que las únicas potencias que podían violar la soberanía de otros países, sin suscitar una reacción violenta de otras potencias, eran las occidentales.
Hace dos semanas escribí sobre cómo el desafío de Rusia a la soberanía de Ucrania es una muestra del cambio en el desequilibrio de poderes que ha imperado en el mundo desde los años 1990. El desafío de Rusia al mundo es que ahora también pueda invadir y ocupar el territorio de otros países impunemente. Pero el caso no se reduce a Rusia.
Quizás envalentonado por el drama eslavo, el embajador de China anunció la semana pasada que si Taiwán, respaldada por los Estados Unidos, insistía en avanzar hacia la independencia nacional, probablemente habría una guerra.
Es una advertencia más de que el tema de Taiwán no ha sido solucionado. Es imposible prever si China está dispuesta a mantener indefinidamente la solución de no tener una solución. Solo podemos guiarnos por lo que dicen las partes, y el Partido Comunista ha insistido en que la isla eventualmente se va a integrar a la República Popular de China. Es decir, es una solución provisional, hasta que alguna de las partes decida darle una solución definitiva (finalmente, en términos históricos, toda solución es provisional).
Es la primera vez desde la Guerra Fría que en el mundo podría estallar una guerra entre potencias. Los bandos serían, más o menos, los mismos de la Guerra Fría. Pero la situación podría también dar una vuelta de 180 grados.
Hace unos días el presentador de televisión de Fox News, Tucker Carlson, faro ideológico del Partido Republicano bajo Trump, le preguntaba a un experto internacionalista por qué Estados Unidos se ponía del lado de Ucrania y no de Rusia. “¿Para qué? Es que sinceramente no lo entiendo”, preguntó Carlson, “porque Estados Unidos históricamente se hace del lado de la democracia”, respondió el entrevistado. Quienes conocemos la historia de América Latina sabemos que eso no es cierto. Vayamos más allá: no es cierto para los mismos estadounidenses que Estados Unidos históricamente está del lado de la democracia.
El auge del fascismo en Estados Unidos, el éxito de estrategias para debilitar el sistema democrático interno, y el abierto desprecio del sistema electoral por parte del Partido Republicano, sugiere que habrá cambios. Estados Unidos, finalmente, también es una democracia joven. Al igual que como sucedía con Sudáfrica, no podía decirse que Estados Unidos fuera un país democrático antes que le otorgara plenos derechos civiles a la población negra, lo cual aconteció en 1965. La democracia, la soberanía nacional y las garantías del derecho internacional parecen sólidas, pero son frágiles. Son inestables, inciertas, y están en constante proceso de negociación.
Quizás incluso Estados Unidos se ponga del lado de Rusia en lugar de Ucrania; quizás acepte no respaldar más a Taiwán. En estos tiempos esas cosas podrían pasar.
Twitter: @santiagovillach