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A menudo pareciera que la política ambiental se importa según las expectativas de países extranjeros, más que diseñarla desde nuestras propias experiencias y necesidades, articuladas con las experiencias y necesidades del mundo.
Las principales promesas hechas por el gobierno del presidente Iván Duque durante la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático del 2021 (COP26) son reducir las emisiones de carbono en 51% antes de 2030, frenar la deforestación y sembrar 180 millones de árboles. Para el gobierno actual son promesas con un bajo costo político, porque no incluyen un plan de implementación y al presidente Duque le queda menos de un año de su mandato.
La más urgente es la segunda. La tercera es deseable, pero insuficiente. La primera distrae de los objetivos más importantes.
Colombia, según datos de World Population Review, es el número 47 en la lista de los países que más emisiones de carbono produce, con 0,23% de las emisiones mundiales anuales. Su matriz energética depende de hidroeléctricas, por lo que reemplazar el 9,5% que representa el carbón por energías limpias no tendría un impacto significativo sobre los objetivos ambientales.
Para reducir significativamente emisiones tendría que apuntar a reemplazar la infraestructura de gas natural, que abastece a 11 millones de hogares y que no tendría casi ningún efecto sobre el cambio climático. En cambio, tendría un enorme y perjudicial efecto sobre el presupuesto nacional.
El gobierno colombiano está haciendo unas inversiones multimillonarias en introducir energías renovables, que son deseables en la medida que amplíen la matriz energética, pero no lo son si su objetivo es reemplazar el carbón o el gas natural por energía solar y eólica, que sería lo lógico dentro del inútil objetivo de reducir en 51% las emisiones de carbono de Colombia durante los próximos ocho años.
Digo inútil, porque reducir de 0.23% a 0.11% la proporción de emisiones mundiales de Colombia es irrelevante en términos medioambientales. Si China, Estados Unidos, Rusia, India y Brasil reducen emisiones, ningún otro país del mundo tendría la necesidad de hacerlo. Realmente el destino del planeta, y el rumbo del cambio climático, está en manos de un puñado de países, no en manos de todos, como a veces nos hacen creer los discursos y propagandas sentimentales.
Como ya he dicho en columnas anteriores, Gustavo Petro, más que pensar en una política que nazca de las necesidades particulares de Colombia, también parece importar una noción extranjera de ambientalismo con respecto a la reducción de emisiones y la extracción de hidrocarburos.
Colombia no tiene necesidad de dejar de explorar, o de explotar, petróleo y carbón. El carbón está ya en decadencia porque se acabaron los mercados europeos y los asiáticos son muy lejanos, así que bien podemos aprovecharlo por el poco tiempo que aún durará.
Lo mismo podría decirse del petróleo, pero a un mediano plazo. ¿Para qué matar a la gallinita de los huevos de oro mientras aún pone huevos? No somos un país rico e industrializado para eliminar casi de un tajo nuestro principal producto de importación, que aporta 1 de cada 3 pesos a las regiones para su gasto, y que casi determina el precio del dólar.
No hablo de los demás candidatos porque, como he dicho antes, sus discursos son vaporosos.
La urgencia es la deforestación. La industria en la que hay que poner la mira lo antes posible es la ganadería. De allí viene realmente la destrucción de ecosistemas y bosque tropical que mayor impacto puede tener sobre el cambio climático, no de una industria carbonera en decadencia y de una industria petrolera que ni siquiera está dentro del top 10 mundial. Tampoco de nuestra matriz energética, que es limpia.
Fijemos objetivos ambientales de inmediato, démosles toda la urgencia, pero no desperdiciemos municiones pegándonos tiros económicos en el pie. Enfoquémonos en lo más importante para el mundo desde una política nacional bien estudiada, y no importando expectativas y objetivos extranjeros.
Twitter: @santiagovillach
