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Desde que la Unión Europea, y en particular Alemania, comenzaron una aguda reducción de sus importaciones de carbón colombiano, hace aproximadamente cinco años, la producción de este insumo ha estado prácticamente en caída libre. Tanto así que la Agencia Nacional de Minería abiertamente dice que el gobierno está buscando otras alternativas para el mineral, que parecía encaminado a no ser más el segundo producto de exportación legal de Colombia después del petróleo.
La invasión de Rusia a Ucrania podría invertir esta tendencia, con posibles consecuencias favorables para la economía colombiana, y peligrosos efectos sobre la lucha contra el cambio climático.
El problema estructural para las exportaciones de carbón colombiano es que los principales consumidores ahora están más cerca de otros productores que de Colombia, o son ellos mismos productores. China, Rusia, Corea del Sur e India, por ejemplo, producen carbón, y si lo importan, lo hacen de países como Indonesia, Australia y Sudáfrica, que tienen costos de fletes mucho menores que si importan el carbón desde Colombia.
El mercado del carbón colombiano entonces se ha volcado sobre países como Turquía, pero estos nuevos mercados, y los que se preveía podrían abrirse, como los de África Occidental, apenas si eran suficientes para mantener a flote el carbón. Tanto así que las minas de Prodeco se cerraron.
Sin embargo, desde que Alemania ha anunciado la anulación de Nord Stream 2 y la Unión Europea seguramente reduzca sustancialmente su consumo de gas ruso, quedan dos alternativas: la nuclear energía o volver al carbón. Las energías renovables por supuesto tendrán un impulso, y ojalá sean protagonistas, pero no logran aún el nivel de reemplazar al gas natural.
Si Europa aplaza algunos de sus compromisos ambientales y retoma el carbón, que a corto plazo podría ser la opción más barata y quizás incluso la más segura, porque las plantas nucleares alemanas son ya viejas, Colombia experimentaría una revaluación y un ingreso de dinero similar al de hace una década. Sería una bonanza, porque además habría un aumento en el precio del petróleo.
Sin embargo, se pagaría un alto precio ambiental por ella. Justo meses después de los compromisos de COP21, habría un reverso que amenazaría las de por sí insuficientes metas de reducción de emisiones de carbono.
Uno de los grandes perdedores en esta guerra son los objetivos medioambientales para impedir el cambio climático. Así Europa encuentre la manera de suplir el gas ruso sin aumentar su consumo de carbón, queda aún el inmenso reto de guiar al mundo hacia la reducción total de emisiones en medio de una ruptura total entre Occidente y Rusia, un país con el cuál es necesario trabajar para lograr los compromisos ambientales.
Difícilmente el mundo podrá impedir las consecuencias más nefastas del cambio climático si Rusia no está en el mismo barco.
Al desafío diplomático de acabar la guerra se le suma el de recuperar la ruta hacia impedir una catástrofe ambiental. Esperemos que el rumbo se enderece.
Twitter: @santiagovillach
