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A repatriar “nicas”

Sergio Ocampo Madrid

19 de febrero de 2023 - 09:02 p. m.
"Nicaragua, la cuna del modernismo (el literario), es la comprobación fehaciente de que la modernidad (la mental, la social e histórica) nunca ha terminado de asentarse en esta América Latina aporreada y vacilante. Allí aún hay destierro, hay confiscación y pérdida de nacionalidad y no ha prosperado esa conquista de la civilización que se llama Estado de Derecho".
Foto: AFP - Agencia AFP

Si Rubén Darío, el gran poeta, el americanista, el antiyanqui del siglo XIX, estuviera vivo, es seguro que Daniel Ortega ya lo hubiera desterrado y quitado la nacionalidad nicaragüense. Esta semana que pasó, 94 hombres y mujeres de ese país fueron declarados por el poder judicial como “traidores a la patria”; en consecuencia, fueron obligados al destierro, a perder sus bienes materiales y sus derechos ciudadanos para siempre. Se quedaron sin patria.

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Nicaragua, la cuna del modernismo (el literario), es la comprobación fehaciente de que la modernidad (la mental, la social e histórica) nunca ha terminado de asentarse en esta América Latina aporreada y vacilante. Allí aún hay destierro, hay confiscación y pérdida de nacionalidad y no ha prosperado esa conquista de la civilización que se llama Estado de Derecho. No sé en qué otras partes de este vecindario, donde sobreviven varias dictaduras aberrantes, suceda algo similar, pero al menos en Colombia no. Aun con esta triste tendencia a avergonzarnos de nuestro pasaporte, aquí a nadie se lo pueden retirar; aun siendo una patria expulsora de muchos, nadie está forzado al exilio por mandato de una ley.

De un plumazo, en dos semanas, y con la pantomima de procesos judiciales, Daniel Ortega ha repudiado y expropiado a 317 originales de esa tierra; apenas una semana más atrás, 222 personas fueron liberadas de las cárceles, donde purgaban delitos políticos, y montadas en un vuelo humanitario rumbo a Washington, para quedar libres pero sin referencia de origen ni propiedades. Hubo uno, el 223, el obispo Rolando Álvarez, que se negó a subir al avión; entonces, ya no volvió a su casa por cárcel y fue trasladado de inmediato a una prisión regular, y sentenciado a 26 años. “Que sean libres, yo pago la condena de ellos”, dijo y se despidió.

Ironías de la historia y de la política que en la lista de los 94 esté el sandinista Rafael Solís, vicepresidente hasta el 2019 de la Corte Suprema de Justicia, desde donde diez años más atrás fue la figura clave para permitir la reelección presidencial indefinida. Gracias a él Ortega ya anda por su cuarto periodo consecutivo, y en los últimos seis años con su esposa como vicepresidente. Como una finca familiar. En 2021, el dictador ganó unas elecciones en las que encarceló a casi todos los candidatos. Ese abril, en una rueda de prensa, que se puede ver en redes, Solís renunció y allí mismo admitió que a menudo lo llamaba el presidente, o la vicepresidente, para ordenarle a qué presos políticos deberían los jueces condenar. Entonces él se reunía con estos, y los juicios quedaban fallados de antemano. “Cuando la decisión es política, al poder judicial no le queda más camino que cumplir una decisión política”, afirmó sin sonrojarse.

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Entre los 94 de la última semana hay nombres tan increíblemente diversos que el único delito que podrían compartir es el de atreverse a pensar, y en consecuencia cuestionar, lo cual constituye para el régimen “traición a la patria”. Hay allí inclusive comandantes de primera línea del sandinismo original, como Luis Carrión, uno de los nueve comandantes supremos que derrocaron a Somoza en el 79. Además, Carlos Fernando Chamorro, el hijo del legendario periodista Pedro Joaquín Chamorro, cuyo asesinato por la dictadura de Somoza detonó la guerra en Nicaragua, que llevó al sandinismo al poder.

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Era otro sandinismo, y la prueba irrefutable es que en la lista aparece también Sergio Ramírez, el premio Cervantes 2017, y uno de los cinco miembros de la junta de gobierno que, junto con Ortega, asumió el poder en el 79; además, fue su vicepresidente años después, la primera vez que Ortega gobernó, del 85 al 90. Sergio publicó hace un año “Tongolele no sabía bailar”, una novela que parodia a la pareja presidencial, oscura y asesina. Por eso, además de ser despojado de la ciudadanía circula una orden de captura contra él.

Ortega es un monstruo cada vez más delirante y deformado, que rebasa de lejos a varios de los dictadores literarios del boom, en una siniestra metamorfosis en la que ya no es posible reconocer algo de aquel partisano romántico que fue entrevistado por García Márquez en 1979, y cuyas palabras quedaron en el libro “Los sandinistas”, de la editorial Oveja negra. Allí, en la página 231, hablaba de la necesidad de enterrar a los sectarios y así al sectarismo para unificar a su país. También, en la página 232 quedó registrada su total oposición a un régimen dinástico que quería apoderarse de Nicaragua tras librarse de la tiranía somocista.

Por lo anterior, porque no debe haber gente sin patria, porque además para todo latinoamericano el resto de países deberían ser sus otras patrias, es que sería excepcional si el gobierno Petro decidiera recibir a muchos de estos nuevos expatriados. A Gioconda Belli, por ejemplo, la poeta del Partido Izquierda Erótica. Si Duque abrió puertas a los venezolanos y hasta eventualmente a unos distantes afganos, por qué no ahora a gente con firmes y reales lazos de origen y hermandad.

Sería un gesto de grandeza y humanidad, de liderazgo continental, que además nos sacaría de las dudas acerca de su real consideración, tan dubitativa y contradictoria, sobre la dictadura en Nicaragua. Dudas grandes tras el episodio lamentable de la ausencia de Colombia en la OEA en la sesión que buscaba condenar a Nicaragua por la violación a los Derechos Humanos. Luego, la confusa explicación de que ese ausentismo fue motivado por razones humanitarias, y pocos días después las declaraciones del propio canciller Álvaro Leyva sobre la “barbaridad” del trato de Ortega a la oposición y la resolución de la ONU en Ginebra condenando a Nicaragua, que Colombia suscribió. Más adelante, el propio Petro invitó a Venezuela y a Nicaragua a regresar a la OEA, pero criticó duramente a esta por excluir países y dividir. La relación pareció congelarse, pero el pasado 7 de febrero presentó sus cartas credenciales León Fredy Muñoz, embajador de Colombia ante Ortega, y todo fueron abrazos y aplausos.

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