Estaba escribiendo una columna sobre el racismo. Sobre el absurdo mayor del prejuicio y la segregación en cualquier sociedad, pero aún más, en una que es mayoritariamente mestiza, con un mestizaje cargado de dolor, de ignominia, porque fue fruto de la violación, de migraciones brutales, un sucedáneo a la masacre y el genocidio. No es razonable que sociedades tan mezcladas y maltratadas por agentes externos, sigan reeditando los libretos discriminatorios que les trajeron de afuera. Si el racismo es una monstruosidad en todas partes, aquí lo es mucho más.
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Estaba escribiendo una columna sobre el racismo. Sobre el absurdo mayor del prejuicio y la segregación en cualquier sociedad, pero aún más, en una que es mayoritariamente mestiza, con un mestizaje cargado de dolor, de ignominia, porque fue fruto de la violación, de migraciones brutales, un sucedáneo a la masacre y el genocidio. No es razonable que sociedades tan mezcladas y maltratadas por agentes externos, sigan reeditando los libretos discriminatorios que les trajeron de afuera. Si el racismo es una monstruosidad en todas partes, aquí lo es mucho más.
Alcancé a escribir cómo me disgusta el término afrocolombiano, acuñado también en otras latitudes, junto al eufemismo de “hombre de color”, para evitar la muy sonora y hermosa palabra “negro”. Expliqué que no me gusta pues evita nombrar, y lo que no se nombra termina no existiendo o existiendo a medias, pero además porque en su etimología queda atravesado irremediablemente un pasado de esclavitud, de desplazamiento forzado, de inhumanidad mercantilista, pero sobre todo porque le da un carácter de eterno forastero a un conglomerado muy numeroso de los nuestros; sería como hablar de un eurocolombiano para designar a la gente que tiene la piel más blanca. Evoqué a Totó, la Momposina, reclamando su título de negra con el mejor argumento posible: “sonaría muy mal aquella canción de Calixto Ochoa si en su estribillo de ‘mama, ¿qué será lo que quiere el negro?’, se tuviera que decir ‘¿mama que será lo que quiere el afrocolombiano?’”.
Alcancé a adjetivar con rabia a la cada vez más desagradable y triste Marbelle por el episodio en el que comparó con un gorila a esa sí muy grande y valiosa mujer que es Francia Márquez. Entonces no me pregunté ¿que será lo que quiere el negro?, sino ¿que será lo que la pasa a Marbelle, que anda tan envenenada, tan envilecida, ella que existe, o debería existir, para cantar y para alegrar la vida?
En esas estaba, y el jueves la dinámica informativa de este país me cambió los planes. Temprano en la mañana supimos de la grabación del rector de la universidad Sergio Arboleda, Rodrigo Noguera, en la que trataba de presionar la decisión de una fiscal, Angélica Monsalve, para que “ayudara” en el proceso a su cargo contra la familia Ríos Velilla, involucrados en el escándalo por el contrato de concesión de recaudos de Transmilenio. Ya se había rumorado algo como eso, luego de que la fiscal fue trasladada de modo intempestivo a Putumayo, pero todo se había negado. El jueves, Daniel Coronell entregó la prueba reina de esa grabación, y ahí se escucha a Monsalve decirle al rector que “eso es tráfico de influencias”, y a él responderle que “no sea ridícula”, y “que la sociedad funciona así”. Ella simplemente concluyó diciendo “qué asco”, antes de colgar.
Es lo suficientemente grave que un rector de un plantel educativo, cuya carrera de mostrar es justamente el Derecho, legitime que se tuerza la ley para unos privilegiados porque “así funciona la sociedad”. Pero es terriblemente grave que otro egresado de esa universidad, Francisco Barbosa, sea el jefe máximo de la fiscal en cuestión, porque todo sugiere que la orden de traslado, el castigo del exilio en Putumayo, la haya dado el fiscal general.
La Sergio Arboleda se hizo muy notoria en estos cuatro años porque, además del fiscal, también estudió allí el presidente Iván Duque, y varios de los ministros de su gabinete. Si la cabeza de la institución se mueve en la lógica de que así funciona la sociedad, o sea interfiriendo la ley, relativizándola para favorecer a unos poderosos, traficando influencias, presionando a funcionarios, entonces se hace más claro que nunca ese axioma de por qué la sociedad funciona así, o sea por qué está tan podrida. Los protagonistas deberían desmentir y “pedir investigación exhaustiva hasta las últimas consecuencias” (¿suena conocido eso?) sobre si, luego de la famosa llamada, hubo otra de Noguera a Barbosa pidiendo la cabeza de aquella fiscal que piensa que la sociedad debería funcionar de otro modo.
Hace cuatro años, escribí sobre mi enorme decepción sobre Francisco Barbosa, a quien conocí personalmente como profesor, y por quien sentía respeto e inclusive aprecio, al ver su convicción por el proceso en La Habana, sus intentos de convertirse en un magistrado de la Jurisdicción Especial para la Paz, JEP, en la cual creía y a la que pensaba servir. Pero ya con Duque de candidato comenzó a mostrar unas señales confusas, y luego como consejero presidencial, un libreto totalmente opuesto, a bajarle importancia a las cifras de los líderes sociales asesinados, e inclusive a atacar a la JEP. Luego fue ternado para ser el fiscal general y ahí ya fueron más que evidentes las razones de su apostasía a la paz y su claudicación.
Con la grabación del jueves pasado terminé de juntar todas las claves, y comprendí que desde siempre Barbosa entendió que “así funciona la sociedad”.
De verdad, estamos muy podridos como sociedad, como mentalidad, como colectivo, y la confirmación fehaciente es este gobierno al que todavía le quedan cuatro largos meses, y con el que caímos al fondo.
Al terminar de escribir esta columna seguíamos esperando la renuncia del rector Noguera, para evitarle más daño a la universidad Sergio Arboleda, y en particular a los egresados de Derecho de esa institución. Es demasiado ostensible la diferencia con universidades como el Externado, cuya carrera bandera también es Derecho, y que a pesar de amenazas y riesgos sostienen una demanda contra la presidenta de la Cámara de Representantes, Jennifer Arias, por el plagio en su tesis de grado.
Eso consuela un poco, así como también consuela saber, y llama a la esperanza, que existan fiscales como Angélica Monsalve (no sé si egresada también de la Sergio, valga decirlo) que se atreven a no dejarse manosear, que ponen en peligro su puesto y su seguridad por hacer lo que creen correcto, y que se atreven a decirle en voz alta “qué asco” a un todopoderoso rector universitario.