
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Me imagino que hace dos años uno de los temas que discutió en París Gustavo Petro, ya presidente, con el futuro ministro Juan Florián, entonces trabajador sexual, y Amaranta Hank, futura funcionaria del gobierno y actriz porno en la web cam, cuando se sentaban a hablar en largas jornadas sobre “El capital”, me imagino que uno de los temas fue el de las contradicciones estructurales, al que Marx también le dedicó bastante tiempo y muchas páginas.
Sumados tres años de este gobierno, me cabe la certeza de que el cuatrienio de Petro debería pasar a la historia, entre otros fiascos, por sus profundas contradicciones en temas como el feminismo, el clasismo, la diversidad sexual, el racismo.
Es duro comprobar que el personaje que elegimos en 2022, y por el que votamos entre otras por confiar en que era un hombre libérrimo, más allá de los prejuicios, ardiente defensor de las causas de la libertad, la autodeterminación, las equidades, en el fondo conserva los rescoldos machistas de la izquierda tradicional, incluida la homofobia, y no está exento del todo del virus del racismo. Y aún más, que sus prejuicios de clase son más amplios de los que creíamos, pues además del desprecio a los “blanquitos ricos” también exhibe un menosprecio y un determinismo hacia ese Brayan que hay en cada barrio popular y que es “un muchacho perdido en la vida” que solo sabe embarazar mujeres y luego desaparecer.
Con el tema de las mujeres, hemos tenido numerosos ejemplos de lo que subyace bajo el ánimo liberal y progresista de Petro, con frases tan desafortunadas como esa de hace una semana de que las grandes mujeres son las que saben “acompasar el clítoris con su cerebro”. Más revelador aún fue el episodio en el que pretendió pasar por mujer a su ministro de Igualdad, justo Juan Florián, con el que discutía a Marx en París cuando se le perdió por dos días a la comitiva oficial. Para burlar la ley de cuotas, se preparó este circo de Florián asegurando feliz que quería ser tratado como “la ministra” porque su sexualidad es fluida, a pesar de que en su hoja de vida se había identificado bajo el sexo masculino. El Tribunal de Cundinamarca no compró esa tesis tan peregrina y suspendió su nombramiento. Interesante que Florián y Petro investigaran lo que le sucedió a la primera ministra escocesa Nicola Sturgeon, defensora de la ideología de género, que se cayó hace dos años del puesto después de aprobar una ley trans que produjo el despelote de miles de presos pidiendo traslado a las cárceles para mujeres, con el mero argumento de que de repente se sentían identificados como del sexo femenino.
En el tema de la homosexualidad, el episodio de Petro paseándose de la mano con una mujer trans, en visita oficial en Panamá, que podría haberse convertido en la más contundente demostración de su espíritu transformador y revolucionario, se desdibujó con la muy pobre declaración de que se trata de su vida privada y la aclaración no pedida de que, de todos modos, él no es gay.
Siendo justos y asumiendo en serio a Marx, es claro que la izquierda desde siempre ha tenido unas contradicciones protuberantes y manifiestas con respecto a las mujeres y a los homosexuales. Las FARC, que ahora posan de feministas, fueron la mejor comprobación con las numerosas prácticas de aborto y esterilización forzados, y de esclavitud sexual entre las filas, y con unos ordenamientos de género que estructuraban relaciones de poder asimétricas, en las que las mujeres siempre ocuparon lugares de subordinación a un mando jerárquico masculino. Con la homosexualidad son todavía más evidentes las incongruencias de la izquierda, ya que en la Cuba de Castro la homosexualidad era delito y cientos de cubanos terminaron en la cárcel por esa condición, como lo cuenta de modo desgarrado Reynaldo Arenas en su “Antes que anochezca”. Y con respecto a las FARC, aún falta mucho por profundizar en el tema de la violencia sexual contra personas LGBTI+ a lo largo del conflicto, pero Amnistía Internacional y también la Comisión de la Verdad documentaron decenas de casos de hombres y mujeres trans, lesbianas y gays que eran obligados a desplazarse o a hacerse la prueba de VIH contra su voluntad.
Me preocupó el racismo encubierto, o inconsciente, del presidente desde aquella primera declaración hace dos años de “que los blanquitos ricos no se crean que no tienen sangre negra porque sí la tienen”, con su consideración negativa de la raza negra y la intención de insultar así a los supuestos blancos colombianos. Luego hizo una alusión al concepto de Vasconcelos de la “raza cósmica”, la surgida con nuestro mestizaje, a la que su autor le asignaba una condición de superioridad espiritual. Quizá Petro no leyó a Vasconcelos ni se enteró de que en su planteamiento hay un racismo brutal pues para él la raza superior debe ayudar a superarse a la inferior, y la más bella mejorar la estética de la más fea. Después Petro le dijo al presidente de la Corte Suprema que un negro no puede ser conservador, con un determinismo ofensivo de que el negro debe pensar como negro y no simplemente como hombre, y hace tres semanas se vino con la famosa frase de “a mí nadie que sea negro me va a decir que hay que excluir a un actor porno…”
Siendo aun más justos, el problema no es solo Petro y sus incoherencias discursivas e ideológicas, tampoco la izquierda colombiana. En el fondo, a pesar de tanta alharaca, tantas manifestaciones, pañuelos y banderas, incluso con los innegables avances en estos temas de las mujeres, los gays, los negros, la equidad e inclusión, a todos alguna vez se nos sale el machista escondido, el racista barnizado de librepensador, la burla por los Fredys, los Maicol, los Steven. Falta mucho para ser sociedades mentalmente abiertas y libres de verdad. Y los progresistas disfrazados de igualdad y buenas intenciones terminan restando más que sumando.
