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Des-Encanto

Sergio Ocampo Madrid

17 de enero de 2022 - 12:00 a. m.

De verdad, esperaba que me gustara y que me gustara mucho. En los últimos años, algunas de las películas más hermosas e inteligentes que he visto tienen que ver con Disney: Coco, Monsters inc, Intensamente; entonces, era esperable que una sobre Colombia fuera toda una joya, una explosión de metáforas, de colores, de contenidos cercanos y familiares, de sutilezas y significados. Aunque apaleado, y mal gobernado, este es un país megadiverso, prolijo en simbolizaciones, en riqueza mística, en absurdos y contradicciones, en polisemias. En fin, un paraíso para un gran guionista.

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Pero la sensación que me quedó cuando encendieron las luces, tras una hora y treinta y nueve minutos de Encanto, fue en realidad de desencanto. Llevo varios días tratando de digerirla, pero sobre todo de encontrar la respuesta al por qué no me gustó. Lo he discutido con amigos, y me sigue exasperando esa respuesta de “pero es que es una película para niños, no le busques más”. Para niños es una cinta como Monsters inc, que elabora un universo paralelo en el que la energía para mover al mundo se consigue por medio del miedo, y así se construye un inmenso entramado de puertas que comunican esa industria de recolección de sustos con las habitaciones de los niños en todo el planeta, y son monstruos-obreros los agentes recolectores. Pero un día, alguien descubre que la risa, particularmente la infantil, puede aportar más energía que el pánico, y se cambian todos los paradigmas. Además de una historia muy poderosa es un hermoso compendio de alegorías, que cada quien apropia en distintos niveles. Otra buena sorpresa me llevé con la primera parte de Los increíbles y su enunciado inicial de que, si todas las personas son especiales, en el fondo nadie es especial. Por eso el villano, llamado Síndrome, me parece el más espectacular de los renegados de Disney, con su planteamiento de que toda la humanidad puede alcanzar el estatus de superhéroe, y no por superpoderes congénitos, ni rayos o pócimas, sino porque la tecnología está ahí para llevarnos a esa utopía, con la cual hasta “países eternamente humillados pueden reclamar respeto”. Todo un verdadero subversivo en el corazón del capitalismo.

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Encanto, en cambio, es un batiburrillo de costumbrismo tropical con mensaje de unión familiar, pero también de transformismo y superhéroes en el estilo The Avengers. Aparte de unos pocos elementos como ese hermoso río de colores que recuerda a caño Cristales, las mariposas amarillas garciamarquianas, unas palmas de cera que aluden al valle de Cocora, un “miércoles”, como expresión que se le suelta al papá de Mirabel, una imagen de un par de silleteros como los de Santa Elena, con sus silletas hechas de flores, y los acordes iniciales de En Barranquilla me quedo, del gran Joe Arroyo, la película no me transmitió ninguna identificación cultural, ningún sabor propio o evocación como colombiano.

En un principio, traté de intelectualizar la historia. De buscarle conexiones entre la complejidad de la realidad nacional, a menudo paradójica y disparatada, con la incomprensibilidad de la trama; de encontrar similitudes entre los grandes huecos del argumento y las dislocaciones, vacíos y amnesias de nuestra historia como nación; de establecer vasos comunicantes entre personajes sin desarrollo ni coherencia con la superficialidad y ligereza con que encumbramos figuras salidas de la nada, e insustanciales, y las convertimos en personajes, de Duque a Epa Colombia. Llegué inclusive a encontrar hasta una sugerencia sutil sobre nuestro fenómeno de gamonalismo local, en esa familia, los Madrigal, cuya hacienda se constituye en el eje del que depende toda una comunidad.

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Pero no, la película no es elaborada, ni hermética, ni concebida en claves por desentrañar (y que no se piense que por estar dirigida a un público infantil no podría serlo); la película es floja porque su narrativa es confusa, un poco inasible, y las situaciones se conectan de modo forzado. La mejor comprobación es la dificultad para contarla, para resumirla. ¿De qué se trata Encanto?: Una familia que pierde a su padre, probablemente por la violencia, queda en el desamparo. De quién sabe dónde y sin saber por qué surge una vela mágica que en manos de la viuda le da vida, literalmente, a una casa tutelar donde terminan asentándose y convirtiéndose en la gente principal del pueblo, con un claro sentido solidario, y siempre alrededor de la figura central que es la madre/abuela; al mismo tiempo, la vela hace que todos los Madrigal adquieran un don, una especie de superpoder, que reciben en una ceremonia de iniciación al cumplir cierta edad. Así, una de las chicas posee una fuerza descomunal, otra consigue dominar el clima -al menos en su entorno inmediato-, otra más hace aparecer flores por todas partes y el menor habla con los animales. El lío es que Mirabel, la protagonista, no recibe ningún don al llegar su momento, y la magia de todos comienza a debilitarse, aunque no es claro si es por ese motivo o por la desaparición años atrás de Bruno, otro integrante de la familia, que un día decidió, sin saberse por qué ni cómo, ausentarse. El enredo en la trama se soluciona de un modo muy gratuito a punta de magia, de la magia de la tierra, de la de los arcanos, pero también la de la unidad familiar.

Al final, queda la sensación, me quedó a mí, de una obra fallida, del desperdicio de una película con algunos elementos muy bellos como ese rescate y exaltación del poder femenino en la raíz de lo que somos como sociedad, o esa vibrante realidad multirracial de gente de todos los colores en una misma y única familia.

Quizás, en lo que pudo ser y no fue esté la última metáfora de esta cinta de Disney con respecto a Colombia, de cómo una nación que vive en medio de una naturaleza espléndida, con convicciones sobre la solidaridad y el arraigo, con ánimos festivos y buena disposición a la vida, al trabajo, a los otros, termina siendo un lugar con una historia tan enredada y difícil. Con una trama, social y argumental tan desintegrada.

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