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El “deja vú” de volvernos Venezuela

Sergio Ocampo Madrid
09 de mayo de 2022 - 05:00 a. m.

Aquí estamos otra vez en la misma encrucijada de hace cuatro años. De nuevo, la disyuntiva será entre Petro y el otro, entre una izquierda radical y la ultraderecha virulenta. Volvemos a un escenario casi idéntico al del 18, pues, aunque desde el establecimiento clamen que Federico Gutiérrez no es “el que dijo Uribe”, hay demasiadas intersecciones y convergencias entre ellos. Inclusive, esta vez el Centro Democrático ni siquiera se ocupó en montar la pantomima de “discutir internamente si aliarse o no”, “encontrar puntos coincidentes” y “buscar un diálogo” con el aspirante del Equipo por Colombia, y a menos de doce horas del triunfo de Gutiérrez en consulta, ya el lánguido Zuluaga había renunciado y adherido.

Ya ni vale la pena volver a reclamarles a los verdes, al ruinoso centro ideológico, por el desperdicio de estos cuatro años en los que todo estuvo dispuesto para hacer una gloriosa oposición, y la hicieron muy a medias, cuando dejaron triunfar la doctrina de Fajardo de no ser uribistas ni antiuribistas, en una dislexia severa para leer que la resistencia ante la infamia no podía ser pasiva, y que pertenecer al centro no significa ser neutral.

Otra vez tendremos al Petro que lleva tantos años preparándose, el que tiene un programa estructurado, incluyente, y un proyecto de país abarcador, con su ideología de izquierda, a veces radical, a veces no tanto, y su corte popular, en ocasiones inevitablemente populista, ahora enfrentado contra otro aprendiz cuya única experiencia en el Estado es una Alcaldía y una presidencia del concejo municipal de Medellín, y que califica al de Duque como un gran gobierno, y se adscribe al conservatismo en los temas de moral y religión. El pequeño matiz de esta elección es que ya no es un pequeño gentleman el candidato de derecha sino alguien con una dicción barriobajera, de montañero extrovertido, y un estilo descachalandrado que a veces parece intencional, premeditado, y que busca esconder en la espontaneidad y la frescura una tremenda pobreza mental y discursiva. Así, en ese tono de paisano confiable e informal no suena tan ignorante y destemplado un “plata es plata”.

Mirando las fotos de él y de Petro y oyéndolos hablar solo unos minutos, un despistado podría creer que el candidato de la izquierda es Federico y no Petro.

Todo es tan cercano a un deja vu con lo de hace cuatro años, en esta condena a una circularidad viciosa de la historia, que ya ha comenzado a repicar, y Gutiérrez a vocearlo, que estamos de nuevo a las puertas de volvernos Venezuela, y que solo él podrá “salvarnos”. Él y el uribismo, aunque no lo diga exactamente.

Mucho se ha hablado de que, en esta tierra febril y delirante que es América Latina, el chavismo y el uribismo son dos caras de la misma moneda, la del autoritarismo, la de los “salvadores” que reemplazan los ordenamientos jurídicos y constitucionales, o sea que destruyen la institucionalidad con métodos y lógicas similares, aunque se hallen en extremos ideológicos opuestos. Lo que no se ha dicho, o yo no lo he leído ni escuchado, es que aunque ambos han discurrido casi paralelos (el primero comenzó en 1999, y el segundo en 2002), Chávez y sus esbirros sí lograron el objetivo de arruinar el país y demoler todo el aparato del Estado; el uribismo y sus secuaces no lo consiguieron, a pesar de estar doce años en las delicias del poder y otros ocho en la comodidad de una oposición coercitiva y virulenta. No pudieron, a pesar de espiar a las cortes, de acosarlas, de convertir a menudo sus fallos en debates airados, de criminalizar a la justicia ante la opinión, de volver presos políticos a criminales comunes, de pedirles a sus exfuncionarios que huyeran por la falta de justicia, de la estrategia de minar credibilidades, y presuponer fraudes cuando los resultados pintaban negativos, del descaro cínico y arbitrario de poner subordinados directos en los máximos cargos de control.

¿Dónde estuvo la gran diferencia entre un país y otro si sus fenómenos políticos eran casi idénticos en la práctica, aunque distantes en doctrinas? En que Colombia no es Venezuela, ni de lejos, y que aquí hay reservas institucionales, sobre todo en la rama judicial (sin mencionar el periodismo y los líderes sociales), pero además un acervo de conocimiento y una provisión de éticas que no terminan dependiendo de los individuos, sino de un espíritu gremial corporativo. Eso permite una dinámica de fuerzas, y en últimas de contraposición y resistencia, en la que a un rector universitario que llama a traficar influencias se le pueda contraponer una fiscal como Angélica Monsalve; que un fiscal de bolsillo, como Gabriel Jaimes, se tope con una juez como Carmen Helena Ortiz, y su negativa a archivar un proceso contra un todopoderoso expresidente y salvador; que un congresista corruptísimo como Eduardo Pulgar se estrelle contra un juez como Andrés Rodríguez Cáez, que no se deja sobornar, o que un presidente tramposo como Duque reforme la ley de garantías a menos de tres meses de elecciones para incidir en ellas por medio de contratos masivos, y se encuentre con una Corte Suprema que no quiso acolitarlo.

Petro mismo es la evidencia fehaciente de que aquí hay grandes reservas de institucionalidad, porque, así como hubo un Estado que intentó frenarlo, disminuirlo, sacarlo del juego, otra parte de ese Estado lo protegió. Eso se puede rastrear desde que se alzó en armas en su contra y luego se allanó a sus términos con amnistía y reinserción; también aquella vez que un procurador mezquino lo inhabilitó por 15 años, pero un Consejo de Estado no lo permitió y le devolvió sus derechos políticos, incluso por mayoría avasallante (17 votos contra uno). Hace un mes, el poder electoral, en manos del uribismo y los partidos, no tuvo más alternativa que reconocerle 500 mil votos de adición, o sea le sumó otros cuatro senadores, cuando se demostró que en las actas se había consumado un error grave. Si esto fuera Venezuela, o Nicaragua, Petro estaría preso hace años o exiliado.

Hoy, Uribe se bate en retirada, y por la puerta de atrás, en buena medida porque las instituciones resistieron, y porque Petro ayudó como nadie a contenerlo. Es que esto no es Venezuela y nunca va a serlo.

 

joseledimo(24065)10 de mayo de 2022 - 01:03 p. m.
Muy sensata esta columna. También es cierto que la tarea de defender esta débil democracia ha sido extenuante y desgastante y mientras miles han perdido todo. Para que pasarnos al otro extremo a seguir en las mismas y defendiendo las instituciones y la Constitución? No es mejor una vía diferente?
alvaro(18137)10 de mayo de 2022 - 11:13 a. m.
El aumento de comentarios estereotipados y de corte y pegue antipetro hacen ver que los recursos para el pago de bodegueros aumento de manera considerable.
Gerardo Rubio(jrrg7)10 de mayo de 2022 - 02:39 a. m.
Uribe se bate en retirada por la puerta de atrás y con la cola incendiada.
Pedro Juan Aristizábal Hoyos(86870)10 de mayo de 2022 - 02:18 a. m.
Gracias por la columna don Sergio Ocampo. Qué horror los uribistas se tomaron los comentarios
  • Usuario(51538)10 de mayo de 2022 - 04:45 a. m.
    Los uribistas, no. Un MALPARIDO enfermo mental, un sicario, un cachuchón a la fija, que usa estos alias: cayon, tukola, Tuvuche y ahora MAZATO, perro HI JUE PU TA.
Mario(16018)10 de mayo de 2022 - 01:36 a. m.
Pero es el mismo Petro el que dice que aquí no hay democracia, entonces en qué estamos.
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