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Hace 15 días escribía yo en este mismo diario un manifiesto por la Antioquia enferma y degradada que veo en los últimos tiempos; esa que fue determinante en la derrota del plebiscito por la paz; la única región cuya capital marchó de modo masivo con Álvaro Uribe el primero de abril, dizque contra la corrupción, y la que convirtió a “Popeye”, el esbirro de Pablo Escobar, en un referente de una nueva moral y hasta en objeto de culto. Y que el país piense lo que quiera.
Apenas cinco días después, el gobernador Luis Pérez Gutiérrez condecoró a Maluma con el escudo de Antioquia, categoría Oro, máxima distinción que otorga el departamento. Sí, a Maluma, el reguetonero de 23 años, duramente criticado adentro y afuera por las “Cuatro babys”, una canción muy pobre en lo musical y con un contenido que degrada a las mujeres hasta un nivel aberrante y enaltece al macho mujeriego, al semental que puede sexualmente con una, con 3, con 4, que las animaliza, las esclaviza, las envilece. Y ellas felices, según la canción.
Sé, por buenas fuentes, que a Pérez le advirtieron sobre la inconveniencia de ese reconocimiento, por provocador, por inoportuno, pero él siguió adelante y homenajeó al reguetonero como un nuevo puntal de la cultura antioqueña. Y para remarcar aún más el desafío, ese día le pidieron al cantante que cantara “Cuatro babys” y lo aplaudieron a rabiar.
Escuchando a Pérez en Blu radio, ya no supe qué fue peor: si el homenaje con su innecesaria intención retadora, o las explicaciones posteriores que dio, porque según él lo que hace Maluma es “poesía urbana”. ¿Poesía urbana?, ¿eso qué es?
Sin entrar en ese debate inabarcable de qué es poesía y qué no lo es, intuyo que ni el propio Maluma se cree eso de que él es un poeta, ni creo que sea su pretensión. Pero es que aquí el problema no es Maluma (que, entre otras, tiene unas canciones que me gustan), sino las “Cuatro babys”, y la forma ridícula e ignorante en que el Gobernador trató de defender lo indefendible.
En verdad, siento pena que un gobernador de mi país (de mi región) llegue a decir cosas como: “Tanta poesía veo, que hay 23 millones de jóvenes que lo siguen”. Eso es cómo decretar la poesía por mayoría de votos. Más adelante, en la misma entrevista radial, afirmó que “las obras de arte hay que respetarlas. Ustedes están peleando con una obra de arte; ustedes están peleando como con una pintura…” Ahí, mi duda adicional es que si “Cuatro babys” es poesía, entonces el poeta sería Noriel, el puertorriqueño que la compuso, y no Maluma, que solamente la canta. ¿O también es poeta el que lee poesía, digamos, en voz alta?
Y hubo más frases desastrosas e inclusive incongruentes: “Yo tengo una visión de la cultura y el arte un poco más universal (…) Los símbolos de la historia van cambiando: el hacha era un símbolo; luego fue el carriel; luego fue la música guasca; ahora es Maluma moviendo y liderando la alegría. A unos nos gusta la poesía de Borges; a otros les gusta la poesía de Maluma. El mundo que tenemos es un mundo lleno de malas culturas, de vicios; dejemos a los jóvenes que ellos construyan su mundo”.
El momento cumbre fue cuando comparó a Maluma con Débora Arango, la pintora colombiana más importante en toda nuestra historia, porque “a ella la censuraron en los años 70 por pintar desnudos”. De todos los ejemplos que podía tomar Pérez para defender las “Cuatro babys” y a Maluma, agarró el peor, y por varias cosas.
El ostracismo y silencio al que Antioquia y Colombia sometieron a Débora Arango, que entre otras no fue en los años setenta sino que arrancó desde fines de los treinta, fue primero por ser mujer, y segundo por ser mujer talentosa y transgresora. Y provino de los curas de Medellín, de unos pintores mediocres y envidiosos, y de un personaje tan deplorable como Laureano Gómez, que la fustigó desde Bogotá por machismo y por oportunismo político. La ironía es que ese conjunto de creencias y prácticas que subvaloran, subordinan e infantilizan al sexo femenino ha cambiado pero no tanto como debería haber cambiado y justamente las “Cuatro babys” son la demostración fehaciente.
Pero, además, si al reguetonero lo condecoraron por exitoso, por sus 23 millones de fans, hay que recordar que cuando Débora murió, a los 98 años, apenas había vendido cinco cuadros en toda su vida, como contó su amigo Vedher Sánchez, el director de la casa de la cultura de Envigado en una crónica para El Espectador, que la eligió como uno de los personajes más grandes del siglo XX en Colombia.
Débora Arango, con sus desnudos, y con su crítica a la mojigatería y doble moral de una ciudad donde, según Santiago Londoño Vélez en la revista Nómadas, había una prostituta por cada cuarenta hombres y en el Medellín de 1928 se contaban 800 cantinas, una por cada cien habitantes; Débora Arango, la que previó la monstruosidad de la política nacional, la degradación progresiva de sus métodos y lógicas, estuvo condenada al olvido por una región y un país por negarse a ser simplemente un adorno, la señora de alguien, una “baby”, de entre cuatro, de entre mil, de entre millones. Y hoy, 110 años después de su nacimiento, y a doce de su muerte, es una referencia absoluta y así lo será para siempre en las artes plásticas de este país.
No sé si en cinco años, máximo diez, Maluma ya sea solamente un recuerdo.
