
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Si la histórica condena a Donald Trump termina incidiendo en su campaña, en el sentido de persuadir a los indecisos en los llamados estados péndulo de que no pueden votar por un delincuente, por un hombre sub judice, algo que parece no incomodar a decenas de millones de estadounidenses, si la condena al magnate termina pesando, ese país y buena parte del mundo tendrán que agradecer que quienes los salvaron de la incierta aventura de otros cuatro años de Trump al timón, fueron una actriz porno y un juez nacido en Bogotá, Colombia.
Qué ironía que una mujer y un inmigrante, dos de los sectores despreciados por el discurso y la ideología de Trump, sean los que inclinen la balanza, ojalá en su contra.
Dejemos a Stormy Daniels a un lado y hablemos de Juan Manuel Merchán, o Merchan, pues en su estancia de casi toda la vida en Nueva York terminó perdiendo la tilde. Es él uno de esos personajes que lo terminan reivindicando a uno en ese incierto ejercicio del orgullo nacional. No sé hasta dónde alcanza la conciencia aquí, y en el mundo entero, para comprender que este bogotano de 62 años, hijo de inmigrantes que salieron en 1968 de Colombia, acaba de presidir el juicio en el que condenaron no solo a uno de los hombres más poderosos del mundo, sino a uno de los más peligrosos, por su falta delirante de límites para mentir, resignificar la verdad a su acomodo, maquillar sus deformidades y presentarlas como honor, valor civil, patriotismo, imponer una cultura ciega de lo contraevidente y convencer a medio país de que sus intereses económicos y comerciales, los de él, son indivisibles de los intereses de la nación.
A lo largo de estas semanas, los abogados de Trump trataron de liquidar moralmente a Merchán, de sembrar dudas sobre su probidad y sindéresis, sobre su sentido del derecho y la justicia. Escarbando, encontraron, por ejemplo, que donó 35 dólares al partido demócrata, incluidos 15 a la campaña de Biden hace cuatro años, y trataron de presentar aquello como el impedimento mayor y la falta absoluta de ética para juzgar al expresidente. También, que su hija, Loren, trabaja en una empresa que recauda fondos para los demócratas, incluido el representante a la Cámara Adam Schiff, uno de los que promovió el impeachment contra Trump en 2019 por la eventual intervención de Rusia en las elecciones gringas de 2016. El juez elevó una consulta ante el comité de ética judicial del estado de Nueva York y el dictamen fue que no veían impedimento alguno en que siguiera adelante con el proceso de Trump.
También, a lo largo de este tiempo los seguidores trumpistas y el propio magnate se encarnizaron con él y su familia por medio de las redes sociales, al punto de que hubo necesidad de emitir una orden judicial para prohibirle que se refiriera al juez o a sus parientes durante el tiempo del juicio. Trump entonces alegó que se le estaba conculcando su derecho a la libertad de expresión.
El jueves pasado, luego del veredicto, Trump lo calificó de vergüenza y se fue de nuevo contra Merchan. Además de llamarlo corrupto dejó escapar un comentario racista, de esos que aplauden sus supremacistas blancos: “Este juez me odia, solo miren de dónde viene…”. No mencionó para nada que no fue el juez sino 7 hombres y 5 mujeres, los jurados, quienes lo hallaron culpable de los 34 delitos.
Pinta aterrador para el juez lo que viene en este mes y medio que falta para el 11 de julio, cuando le corresponda anunciar la pena para Trump y decida si lo envía a prisión, ya que los 34 delitos dan hasta para cuatro años de cárcel. Cualquier cosa puede ocurrir porque Trump no tiene antecedentes y puede pedir la excarcelación, pero uno de los criterios para otorgarla es que el condenado muestre arrepentimiento y voluntad de enmendar; obviamente eso no cabe en este caso.
Merchan ya entró en la historia, como héroe para medio país, como villano para el otro medio, y como super héroe para la enorme mayoría de la inteligencia en el mundo, los académicos, librepensadores, intelectuales, gente informada. Independiente de si va a la cárcel o no, o si gana o no en las elecciones, el juez tuvo el enorme valor humano y civil de soportar la enorme presión y actuar en derecho, para reseñar con la foto de reo al expresidente y colgarle el rótulo de delincuente condenado de ahí en adelante, y sobre todo dejar el mensaje inmenso de que no es intocable, un precedente para los otros tres grandes procesos que tiene pendientes, de carácter federal y mucho más graves, entre ellos el de haber sustraído material clasificado de la Casa Blanca que pertenece al gobierno de Estados Unidos, y llevarlo a su mansión de Florida. De allí fue rescatado por el FBI en un allanamiento, también histórico. Por cierto, esa investigación también la lleva una juez colombiana, Aileen Cannon, quien fue nominada por el propio Trump para ser juez de Distrito Sur de Florida, y quien ha sido muy criticada por actuaciones favorables a él que han dilatado su curso, y exponen a dejar el juicio pendiente hasta después de elecciones. Así, el año pasado aprobó la solicitud de Trump de bloquear el acceso del Departamento de Justicia a esos papeles, una decisión que luego el tribunal de apelaciones echó para atrás. Obvio, Cannon no ha sido cuestionada por Trump ni se ha hecho eco de su condición de inmigrante.
No deja de ser una paradoja grandiosa que una mujer, una de dudosa reputación para la vacilante moral de los republicanos, y un inmigrante, de un país paria, además, sean los que pusieron contra las cuerdas a un todopoderoso, y que tal vez incidan en una decisión que no solo compete a la primera potencia del mundo sino a la humanidad toda.
