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Humor perro y barato

Sergio Ocampo Madrid

24 de octubre de 2022 - 12:10 a. m.
"Hombre, Camilos, se defienden mejor callados. Resulta que la familia de Isabela les salió a deber. Todos les salimos a deber".
Foto: Instagram @fucksnewsnoticreo

Hace treinta años tuve la oportunidad de escribir una crónica de largo aliento sobre Sábados felices, que estaba cumpliendo dos décadas al aire. En la investigación para escribirla me enteré de que el programa había sido censurado varias veces. Una de ellas fue por aquel chiste en los ochenta, que sigue siendo vigente todavía, sobre un hombre que se gana la lotería en el Chocó y se viene a conocer Bogotá en su carro recién estrenado. Lo estaciona frente a la plaza de Bolívar y se baja a tomar fotos. Pronto llega un portero del Capitolio y le dice que no puede dejar el auto allí porque ya van a salir los congresistas, a lo que el negro responde sabiamente: “Ah, tranquilo, que el carro está asegurado”. La reacción del poder legislativo fue tal que Fernando Cepeda, ministro de Gobierno, expidió una resolución en la que prohibía que en la Tv y en la radio se imitaran personajes públicos. Vino la polémica y terminó enfrentado con Hugo Patiño en un debate radial en el que este último lo imitó al aire. A las dos semanas, revocaron la medida.

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Recuerdo en ese viejo Sábados felices a Pinochet presidiendo la asamblea de la OBLEA, a Isabelita Perón buscando con afán ministros en Colombia porque allá nadie le quería aceptar y aquí todos se morían por serlo, burlas al Carepiña Noriega, a los gringos, los rusos, y hasta una parodia de la toma del coronel Tejero a las cortes en España, con Salustiano, el flaco Agudelo, el Topolino cantando la falange.

Rescaté del olvido al candidato Clímaco Urrutia, un bogotano de los clásicos, que se lanzó a la presidencia en 1978, en el programa obviamente, y fue cogiendo tanta fuerza que un día lo buscó el sindicato de vendedores ambulantes de Bogotá para dar un aporte y adherir muy seriamente a su campaña. Hasta Carlos Lleras, expresidente y de nuevo candidato, lo llamó públicamente a que renunciara a su aspiración y lo apoyara, y Clímaco le invitó a hacer todo lo contrario. Un memorando de Inravisión llegó por esos días con una lista de palabras que Clímaco no podía pronunciar so pena de suspenderles el programa. Recordé también las telebobelas, una burla a nuestros culebrones, y que después de los éxitos de “La hija del arroyo”, y “Quién es su papá”, vino “Contacto en Miami”, en la que se hablaba de unos nuevos ricos, que todo lo podían comprar, que andaban con escoltas y en enormes camionetas. Se emitieron tres capítulos, pues anónimos y llamadas de amenaza forzaron volver esa historia de mafiosos en una de amor titulada “Contigo en Miami”.

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En fin, hablo de un espacio que se burlaba con originalidad, ingenio, gracia, del país pero también del mundo, que hacía la caricatura justa de la pequeñez y mezquindad de la política y del Estado, que vaticinó la llegada fatal de los narcos, que fue censurado y sancionado. Allí estaba el gran Humberto Martínez Salcedo.

En los 90, nuestro humor también alcanzó unas cotas muy altas de calidad con el genio y la sensibilidad de Jaime Garzón y su noticiero Quac, el edificio Colombia, Dioselina Tibaná, el maravilloso embolador Heriberto de la Calle, Godofredo Cínico Caspa, toda una radiografía nacional, descarnada, punzante, peligrosa para los poderes dominantes, al punto de que lo asesinaron los paramilitares. Las ultraderechas si algo no tienen es humor. Si lo tuvieran dispararían mucho menos.

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Hay entonces una tradición de comediantes en este país y, aunque con Garzón se nos fue un pedazo enorme de la risa inteligente, y de Sábados felices ya no queda casi nada más que el disfraz, la mera imitación jocosa, la comedia exagerada que se hace en el colegio, hay varias propuestas creativas y chispeantes de humor: Diego Camargo, Ricardo Quevedo, y otros buenos herederos de la burla y la parodia a la política como La luciérnaga y Voz pópuli. Sigue habiendo aquí un humor que nos divierte, nos exalta, nos conflictúa, nos mueve, nos confronta.

Ante esto, no queda bien parado un experimento como el de F*cks news, de Camilo Pardo y Camilo Sánchez, en el que lo esperpéntico reemplaza lo ingenioso, lo ramplón desplaza lo creativo. De entrada, puede ser valioso eso de asumir una resistencia ante una cultura de lo políticamente correcto tan atosigante y castradora; pero para hacerlo se necesita investigación, mirada original, deducciones novedosas, y en últimas, inteligencia, como decía Henri Bergson, el ensayista de la risa. Inteligencia para tejer simbolizaciones y multiplicar significados a partir de un simple hecho o una palabra. Decía él que la sorpresa no debe ser la única condición para el humor, ni el detonante para producir reacciones. Y, añado yo, escandalizar, ser irreverente, o desacralizarlo todo, tampoco. Burlarse de los gay, de las mujeres, de los defectos físicos no es en sí mismo algo negativo, si lo que emerge al final del chiste es la ironía o la contradicción que terminan revelando el absurdo del prejuicio.

Todo esto para referir el episodio de hace una semana en el auditorio de la universidad de Medellín cuando los Camilos recrearon la muerte de Isabela Montoya, una mujer de apenas 18 años que murió atropellada por un bus mientras forcejeaba con un ladrón para evitar que le robaran el celular. Entre las risas de ellos, y las del público, dijeron cosas como “la dejaron sin señal”, “le cortó los datos”; “si no hubiera forcejeado no habría pasado nada”. Aparte de lo retorcido que puede ser hacer escarnio sobre el dolor de los demás, es un humor sin trascendencia, que no representa desafíos de interpretación ni suscita otras semánticas. Válido que nos riamos solo por reírnos; lo gracioso no tiene por qué ser siempre un proceso intelectual. Lo malo en este caso es que el premio de la risa es a costa del dolor, de la dignidad, del duelo. Y lo crítico no recae en el sistema, en la inseguridad, en la Policía, en el transporte público sino en la víctima, casi culpable de su propio fin.

Hasta Human Rights Watch se interesó en el caso y en asocio de una ONG nacional, decidió demandarlos. La respuesta de los Camilos fue aun más triste que el chiste original. “Que nos demanden”, escribieron en sus redes. Y luego argumentaron que gracias a ellos la noticia de la muerte de Isabela no pasó desapercibida, que nos enteramos, por ellos, de la clase de lugar en que vivimos, donde un celular vale más que una vida. “Si no es por esto, ninguna ONG se preocupa por la familia afectada”.

Hombre, Camilos, se defienden mejor callados. Resulta que la familia de Isabela les salió a deber. Todos les salimos a deber.

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