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Mi Bogotá inconclusa

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Sergio Ocampo Madrid
03 de abril de 2023 - 02:00 a. m.
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Bogotá es una ciudad muy fracturada, humana y mentalmente, aunque nadie se atreve a trazar o definir dónde están las fronteras de la separación social, y cada habitante no solo las establece en el pensamiento, sino que las asume en un sobreentendido de su identidad, de grupo, de clase.

En esta meseta andina, 2.600 metros más arriba del mar, las calles entre el sur y el norte se van repeliendo a punta de sucesión aritmética simple, catastral, pero también de discriminación compleja, segregación.

Todo lo anterior, más o menos parafraseado, hace parte de la última novela que escribí, “Las distancias”, que saldrá a fines de abril, en Feria del Libro, y lo cito porque en una de esas asombrosas y afortunadas coincidencias, cuando estaba ya en proceso de impresión me pidieron prologar un libro académico, del profesor de Economía Óscar Alfonso, llamado “Bogotá inconclusa”, de la Universidad Externado de Colombia.

En mi novela se habla del desencuentro entre la Bogotá de un padre de estratos altos, proveniente de familia acomodada, y la Bogotá de su hijo concebido en una relación fugaz con la empleada doméstica. Allí se esboza entonces un mapa intuitivo de la exclusión, de la desigualdad, de las fronteras urbanas invisibles pero rigurosas entre la ciudad próspera y la desposeída. La casualidad maravillosa es que toda esa mirada instintiva, desde una poética literaria, fue encontrando en la lectura de “Bogotá inconclusa”, escrita en el rigor de las ciencias sociales, unas respuestas a esas incógnitas eternas de por qué nacemos, vivimos y morimos en una de las ciudades más fragmentadas y excluyentes del mundo, por qué lo asumimos como parte del orden natural, con lo cual no nos produce culpa o vergüenza, y por qué se hace poco o muy poco para modificar una serie de situaciones que perpetúan esa realidad de generación en generación.

Es muy revelador en el estudio, por ejemplo, constatar que cada habitante de los sectores marginados realiza en promedio casi el triple de desplazamientos diarios que los que deben realizar las clases medias y altas, con lo cual los costos de la movilidad geográfica se llevan una cuarta parte del presupuesto de gastos del hogar. La movilidad entonces, además de restar calidad de vida, ahonda el empobrecimiento. Y, adicional, hace que Bogotá ocupe el cuarto lugar entre las 404 ciudades con más tráfico vehicular del mundo.

El entramado de la desigualdad en esta capital ha terminado por fomentar la existencia de una especie de gravamen privado de la renta por segregación, que es el sobrecosto de la tierra en los estratos altos, que se paga con un sentido de exclusividad, y de imposibilitar que gente de ingresos y patrimonios diversos convivan en los mismos vecindarios. Y así, el valor de la propiedad en los estratos populares crece muy poco, o inclusive decrece, lo cual empuja a los sectores menos favorecidos hacia un empobrecimiento patrimonial, mientras que a las clases altas y medias les propicia mantener una constante valorización inmobiliaria.

Por antiguo, por histórico, toda esta segregación parece haberse normalizado en la conciencia, y en las demandas éticas de unas grandes mayorías, de quienes la infligen pero también de quienes la padecen. Sin embargo, las banderas rojas del hambre que empezaron a ondear en muchas cuadras de la ciudad con la pandemia nos descorrieron el velo por un rato. Parte muy importante de “Bogotá inconclusa” es el análisis de cómo el Covid 19 en Bogotá y en Colombia se manejó también con criterios de desigualdad y de exclusión. Partiendo del análisis sobre cómo se priorizó el esquema de vacunación, el estudio afirma que debería haberse impuesto más una “justicia espacial” que una “justicia generacional”. En otras palabras, debieron tenerse en cuenta, antes que nada, los factores que facilitan el contagio, que lo activan y aceleran, y menos las consideraciones efectistas de “hay que cuidar a los abuelos”. Y es asombroso que justo esos factores tienen todo que ver con la fragmentación urbana y social de Bogotá.

El primero es el del hacinamiento. De las 112 Unidades de Planeamiento Zonal (UPZ) que tiene la ciudad, Patio Bonito muestra una densidad cinco veces superior a la que debería tener, y Diana Turbay 7,8 veces, mientras que esa medida en Chicó Lago solo alcanza un 0,7 y en Country Club un 1,1. El segundo es la realidad práctica de los recursos y reservas económicas para soportar el encierro y la inactividad laboral. De acuerdo con el Dane, por cada hogar de clase alta que admitió haber pasado hambre en ese tiempo, en las clases populares hubo 113. El tercero es que un elemento indiscutible del contagio tiene que ver con los tiempos de desplazamiento a los trabajos, triple en los sectores vulnerables, y el cuarto, la realidad de que los grupos etarios por debajo de los 44 años son los más propensos a contagiar y a ser contagiados. Solo para hablar de la población joven, en las zonas segregadas de Bogotá sobreviven 2,5 millones de personas entre los 10 y los 29 años.

Sin creer mucho en teorías de complot, sí se alcanza a sentir una cierta suspicacia de que todo está diseñado para perpetuar un statu quo que nadie parece dispuesto a romper, pues las políticas públicas apuntan siempre a combatir la pobreza, pero no a romper la desigualdad y, casi sin excepción, las soluciones se orientan a construir vivienda para los pobres y en asignarles subsidios, pero obligatoriamente en las periferias o en los mismos espacios segregados ya constituidos. Allí se asentarán, pagarán su techo subsidiado, allí quedarán relativamente aislados de los flujos del mundo, de los centros de enseñanza superior, de las ofertas de salud altamente cualificadas, forzados a invertir demasiadas horas de su vida en movilizarse, en medios de transporte además precarizados y aversivos, expuestos a la malnutrición y a sus enfermedades derivadas, allí se multiplicarán y allí morarán probablemente sus hijos y las generaciones subsiguientes.

Afortunado esto de encontrar en la economía, en sus estudios e investigaciones, el otro pedazo de razones que la poesía y la literatura siempre andan buscando.

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Alberto(3788)03 de abril de 2023 - 09:42 p. m.
Muy interesante.
Sergio(3490)03 de abril de 2023 - 06:09 p. m.
Sobrecogedora descripción de lo que generan las políticas urbanas de los tecnócratas que diseñan las ciudades colombianas mientras, se frotan las manos por los contratos que sacarán.
Atenas(06773)03 de abril de 2023 - 03:37 p. m.
Y sonrío con sarcasmo cuando leo a estos opinadores q’ sólo de ocupan de definirlo todo, de comentarlo y de soslayar las correctas o debidas conclusiones cuando los chambones son de sus afectos. De allí q’ en sus pandos análisis no hacen ninguna alusión al continuado fracaso de los mandatarios de izquierda q’ han asolado a la capital, y eso, pues, q’ se jactan de tener el más destacado voto de opinión del país, pero de nada se ufanan, y si no ¿xqué Isabel Segovia dice q’ Bogota es un infierno?
  • Oscar(85691)03 de abril de 2023 - 09:33 p. m.
    Vaya que eres un tarado!! La columna se trata de cuestiones de fondo y no de las banalidades de la mente de una bodeguita en alquiler.
Pedro(86870)03 de abril de 2023 - 11:36 a. m.
"La bella y fría Bogotá" como dice Juan Gabriel Vásquez en uno de sus relatos. Soy del eje cafetero y quiero a esta gran ciudad que hace el aporte mayor al PIB de Colombia. Pero no se les olvide que por Bogotá pasaron alcaldes mediocres como Pastrana, Peñaloza y el nieto de Rojas que la estancaron
juan(5027)03 de abril de 2023 - 03:19 a. m.
Tremenda descripción de la desigualdad. Muchas gracias.
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