La fotografía de Petro en su discurso de triunfo el domingo antepasado me mueve a la ilusión. Él, en el apogeo de una lucha de más de tres décadas, sobreviviente de varias guerras, exultante de satisfacción; a su lado, su padre con la bandera tricolor, su esposa, los hijos, y una multitud con la gente pospuesta desde siempre: negritudes, indígenas, líderes cívicos, pueblo del común. Lo más notorio, ni un solo político a la vista, ni los Roys, ni Benedettis, ni Cepedas. Lo más cercano a esa fauna, Antanas Mockus, un antipolítico que en el avance de su deterioro encarna con toda dignidad ese otro sector también eternamente postergado, desoído, de los académicos e intelectuales. La única voz que se escuchó, aparte de la del futuro presidente, fue la de la mamá de Dylan Cruz. De ese modo, las víctimas y, sobre todo, muchos ausentes, también estaban allí.
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Adicional a esa imagen potente, las sensaciones auditivas completaban el llamado al optimismo: el discurso del hombre, proyectado hacia el futuro, hacia el lugar posible que puede ser Colombia, sin mayores referencias al pasado; el estribillo de “Sí se pudo” en la boca de cientos de personas a lo largo de la noche, pero, sobre todo, los silencios, esto es la ausencia de consignas contra Uribe, contra Duque, que se hicieron tan cotidianos en estos 4 años. Esa actitud inconsciente y sublimada de asumir que cuando dejamos de nombrar los terrores, los miedos, los fantasmas, tienden a disiparse en el olvido, a migrar hacia la nada.
Lo que vimos y escuchamos, o no escuchamos, lo que sentimos el domingo antepasado es un punto de quiebre, creería yo, definitivo del país. Y, no lo digo por el hecho inédito de que por primera vez en dos siglos se le vaya a entregar el poder a la izquierda, o porque a segunda vuelta arribaron dos aspirantes que no provenían de las casas políticas de siempre; tampoco, por las expectativas de que Petro vaya a ser un gran presidente, que ojalá lo sea. No, es por todo eso y por la acumulación de fuertes simbolismos que se han ido sumando desde que se firmó la paz y se empezó a implementarla, con deficiencias, con obstáculos, inclusive con artimañas en su contra. Desde ese mismo instante arrancó un proceso paralelo, casi indetectable por sutil, aunque al mismo tiempo poderoso, que no acabó la guerra (en estos 4 años se encendió de nuevo la violencia), pero que sí nos puso a debatir como nunca sobre ella, a enterarnos de verdades que horrorizan desde todos los costados pero que asimilamos como parte de un pasado a sanar, a resarcir y a no repetir, y también nos hizo cobrar conciencia de que en el centro de esa violencia, de todos nuestros atrasos y miserias, está una clase política cuya acción es medular y estructuralmente corrompida, y que la corrupción no es una abstracción sino una realidad cercana que explica la mayoría de las deudas que el Estado tiene con la gente, y las deficiencias en sus vidas.
El ingeniero Rodolfo Hernández acertó al ubicarla en el eje del discurso y siempre derivó todas sus respuestas hacia ella; el problema es que en su caso también era un pretexto para ocultar la pobreza argumental, la ignorancia sobre múltiples dimensiones del Estado, y probablemente sus rabos de paja personales.
El país venía cambiando y el 19 de junio se consolidó que el cambio traspasó el punto de no retorno, esa medida de las rutas de aviación para designar que ya es más razonable seguir hasta el destino de llegada que devolverse al del origen. El gobierno de Duque representó el último estertor del engendro moribundo, y sus desatinos solo aceleraron un proceso que podría haber tardado más. Mi optimismo tiene bases en todo lo que pueda hacer Petro, en lo que lo dejen hacer, pero va mucho más allá porque, además, se sustenta en varios procesos que veo irreversibles: construcción de la verdad como discurso y exigencia; minorías étnicas reivindicándose a sí mismas; visibilización de la diversidad sexual; progresismo en temas de la moral tradicional, retroceso del dogmatismo religioso, etc. Pero, además, porque estas elecciones recogieron jefaturas para siempre, y la de Uribe es el ejemplo más preciso, aunque hay que incluir además a Andrés Pastrana, a César Gaviria y a Sergio Fajardo (qué pequeño e irrelevante terminó siendo); creo que a Duque ni vale la pena mencionarlo. Lo mismo se puede decir del ingeniero. Pero más importante, nos dejó planteados otros liderazgos al futuro. Lo veo claramente en Francia Márquez, en Luis Gilberto Murillo, en Alejandro Gaviria, en Angélica Lozano; estos dos últimos demostraron su grandeza al no sucumbir en los personalismos y priorizar las exigencias de una coyuntura que no podía malograrse. Y hay más nombres de gente interesante que va a tener escenarios en estos cuatro años: Ariel Ávila, Humberto de la Calle, Mabel Lara, Andrea Padilla, Luis Ernesto Gómez, y hasta Marelén Castillo.
Los inmediatos no van a ser años fáciles. El malestar social está ahí, en la expectativa de unos resultados que no se van a apreciar rápidamente, y ese malestar convirtió la calle en un nuevo actor político. Pronto se va a comprobar que tiene vida propia y que no era Petro el motor que lo movía, aunque sí fuera quien mejor lo lograba interpretar e inclusive instrumentalizar. Vamos a ver cómo dialoga desde el poder con la protesta. Creo que pronto, al nuevo presidente se le van a caer algunos alfiles por procesos en su contra que venían avanzando, y que serán golpes para su gobierno; lo esperable es que no acuda al libreto de la persecución, ni a deslegitimar instituciones. Hay una prensa de derecha mañosa y descarada que por fin va a poder hacer su periodismo militante contra el Gobierno, y una oposición que va feroz y ciegamente a bombardearlo. La altura de esos debates venideros ya la dejó clarísima María Fernanda Cabal esta semana cuando lo que le pareció digno de señalar en el discurso de triunfo del nuevo presidente es que lo sintió alicorado; “así ha salido en otros discursos”, dijo. En fin.
Y sin duda, hay un antipetrismo muy grande en el país, no el de los políticos ni en de los ricos asustados, sino el de la gente común. Esos son los primeros a los que Petro debe convencer.