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Ser colombiano: vergüenzas propias y ajenas

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Sergio Ocampo Madrid
22 de julio de 2024 - 05:00 a. m.
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Luego de ver la película “La final, caos en Wembley”, corroboré una vez más una pequeña teoría personal: los colombianos padecemos un síndrome de culpabilidad colectiva, una rara condición de ser intrínsecamente perversos, más que el resto, de expiar ese pecado cuando estamos afuera, y de vivir reiterando, aquí adentro, esa narrativa de nuestra propia maldad, de la singularidad de nuestro desorden, y de la endémica inclinación a lo retorcido, a la mala intención, al ventajismo, y a la viveza. Todo lo anterior vinculado a una cierta incertidumbre de origen, de inferioridad racial, de programación hacia la violencia y la primitividad.

Ver esas hordas de descendientes de celtas, anglosajones, normandos y vikingos invadiendo la explanada alrededor del legendario estadio, intentando entrar a la fuerza, derribando vallas, saltándose controles, y apreciar la basura final y las miles de latas de cerveza vacías, y más tarde, a los hooligans en una orgía de patadas y puños, ver esas imágenes, días después de las de Miami y su final de la Copa América, no me sirvió de consuelo, pero sí me validó la hipótesis de que si lo hacemos nosotros somos un pueblo de bárbaros, de indiamenta y chusma, y si lo hacen ellos es producto de la exaltación natural del fútbol, de los tragos y hasta del azar. Algo va de ser súbdito de su majestad Carlos, con su corona, a serlo del pequeño Gustavo con su sombrero vueltiao. Algo va de tener el pasaporte azul del real imperio británico a tener el morado de esta potencia de la vida y el vivir sabroso.

“La selección con su fútbol, nos dejó por lo alto; y los colombianos en Miami dejándonos por el suelo”, leí en las redes más de una vez. Interesante y extraño ese espíritu corporativista que asume como colectivo el comportamiento de uno solo o de unos cuantos, y le otorga carácter de representatividad nacional. ¿De dónde surgió ese gregarismo en la vergüenza, y en últimas esa convicción fatalista de nuestra proclividad a lo malo, y de una inconfesada vergüenza de origen?

Yo creo que se puede rastrear muy atrás y desde el origen de la naciente república. El propio Bolívar en su carta a Juan José Flórez, en 1830, se arriesgaba a afirmar triste y derrotista: “La única cosa que se puede hacer es emigrar… Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas”. Un siglo después, Luis López de Mesa defendía en “De cómo se ha formado la nación colombiana” y en revistas, que parte de nuestro atraso se debía a unos indebidos cruces raciales, o a un mestizaje inconcluso. Laureano Gómez, futuro presidente, describía como estigmas de inferioridad la herencia negra e indígena en nuestro caudal sanguíneo.

Pero ese sustrato de identidad vergonzante, compartido con buena parte de América, se complicó aun más en nuestro caso con el fenómeno del narcotráfico y la condición negativa de ser los precursores de ese fabuloso y nefasto negocio. Así, nos acostumbramos y hasta naturalizamos los maltratos, las vejaciones y atropellos, y los tratamientos diferenciales y humillantes en el exterior, en las embajadas, aeropuertos, aduanas. Sí, ha menguado, pero aún hoy persiste esa actitud en varios lados, e inclusive este año tuvieron que reunirse las embajadas de Colombia y México por la evidente discriminación y arbitrariedades en ese país contra viajeros nuestros. Un país hermano, tan cholo o más cholo que nosotros (orgullosamente cholo, además) segregándonos y menospreciándonos.

Los gobiernos colombianos asumieron como propia la lógica y la conveniencia de los países hegemónicos, y cargaron con toda la culpa y la responsabilidad en el complejo entramado del negocio narcotraficante, y por más de tres décadas interiorizamos con resignación ser los malos en el mundo del narco. Lo aceptamos, y nuestra diplomacia, siempre tímida, siempre vacilante para defendernos, nos terminó reforzando ese rol ante el mundo. Las derechas y ultraderechas y su obsecuencia ante las potencias, con fumigaciones, con mano dura interna, planes Colombia, extradiciones, etc., ayudaron a consolidar nuestra culpabilidad. Absurdo e injusto, pues sin dudarlo Colombia es la gran víctima del narcotráfico y de la guerra mundial contra él, y ha pagado los precios más altos en víctimas, en violencia, en depredación ambiental, en desinstitucionalización, y hasta en la propia autoimagen.

Echado un vistazo a los reportes del New York Times, del Washington Post, de la BBC, de Bloomberg y de la Deutsche Welle del lunes y el martes siguientes a la final de la copa América, además de un registro sobre el desorden y los desmanes, y de la preocupación por las evidentes fallas organizativas, no encontré señalamientos particulares ni asignación de responsabilidades para los colombianos, y sí un llamado de alerta sobre lo que puede ocurrir en el mundial de 2026.

El vandalismo, el desorden, la trampa y la violencia en Miami son injustificables, absurdos, vergonzosos, pero no me siento llamado a pedir perdón por ellos al mundo a nombre de los colombianos. A cambio de eso, sí me atrevo a exigir que la Federación Colombiana de Fútbol investigue a fondo y explique el episodio de Ramón Jesurún, de qué fue realmente lo que sucedió allí, si fue la arbitrariedad de un guardia contra un extranjero, o si fue la viveza de ese extranjero o el espíritu latinoamericano de un “usted no sabe quien soy”. Sin conocerlo y sin gustarme del todo, me dolió ver a Jesurún vestido de naranja y esposado. Es imperativo que la Federación nos diga toda la verdad, y actúe en consecuencia. Triste decirlo, pero la justicia gringa era admirable, paradigmática, hasta hace un par de semanas, cuando su Corte Suprema decidió que Trump, y todos sus presidentes, están por encima de la ley. Difícil así, pretender seguir dándonos lecciones.

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Jesus(15239)23 de julio de 2024 - 03:15 a. m.
Maravillosa columna
ANA(11609)23 de julio de 2024 - 12:37 a. m.
Este pésimo comportamiento, no tienen porque cargarlos los colombianos que no hicieron parte de los desmanes. Aquí pretenden, cómo en la biblia que carguemos un “pecado original”. Que cada quien asuma sus responsabilidades.
FERNANDO(sv6gc)22 de julio de 2024 - 11:37 p. m.
El tal Ramón Jesurum es y ha sido un VIVO del fútbol colombiano y es sostenido en el mismo desde que fue dirigente del Junior (Clan Char), preguntemos por la reventa de boletas en un partido reciente en Barranquilla, el dinero fruto de este torcido fue a parar a los bolsillos de Jesurum, Alvarito Gonzáles y parece que también partieron la marrana con el convicto en EE.UU, Luisito Bedoya. Partida de PICAROS:
Alberto(3788)22 de julio de 2024 - 11:27 p. m.
Magnífica.
Nydia(33385)22 de julio de 2024 - 11:10 p. m.
Se refiere este señor a las ordas de vandalos que hicieron de las suyas antes del patido Argentina - Colombia, como ¨indiamente¨, como si el ser indigena fuera sinonimo de patán, inculto, chusma, etc...etc. Más respeto por nuestros pueblos indigenas señor Ocampo Madrid, si es que se le puede dar este título a una persona segregacionista.
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