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2026: el santo y seña

Sergio Otálora Montenegro

04 de octubre de 2025 - 12:04 a. m.

MIAMI.- Una de las claves para entender la radicalización del gobierno de Trump hacia el despeñadero del autoritarismo, la militarización de ciudades gobernadas por demócratas y la amenaza de una invasión a Venezuela, es la enorme impopularidad de su gobierno y la imperiosa necesidad que tiene, para las elecciones de mitad de término de 2026, de mantener las mayorías trumpistas en Cámara y Senado. El silencio de los republicanos y su complicidad avasallante han permitido que este gobierno instaure un régimen de corrupción sin precedentes y que todos los días añada un nuevo ingrediente para vulnerar y poner a prueba, como nunca antes, las instituciones de este país.

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En su incendiaria intervención frente a 100 generales, reunidos de urgencia en Virginia, Trump volvió a hablar del “enemigo interno” y soltó una bomba: enviar tropas regulares a las ciudades que considera tomadas por la violencia, para que se entrenen en la guerra. Esta es una estrategia electoral y de alto contenido autoritario. Crear una fuerza al servicio del presidente para reprimir a la oposición en las zonas del país que considera hostiles. Y al mismo tiempo usar el poder de disuasión de los militares para cantar victoria: el presidente afirmó sin evidencias que apenas en siete días había logrado que la seguridad volviera a las calles de Washington D.C., gracias a la acción de la Guardia Nacional.

Todo, por supuesto, era una exageración, que partía de la mentira de que la capital estaba tomada por el hampa. La idea es clara: el líder supremo de la Casa Blanca instaura el imperio de la ley en ciudades manejadas por los demócratas, gracias a la valentía y el patriotismo de los soldados. Es una estrategia con sabor a Bukele, el autócrata de El Salvador. Y el objetivo es arrancarles votos a los demócratas, en sus fortines electorales, en las elecciones parlamentarias del año entrante.

Por su parte, el secretario de Defensa, Pete Hegseth —un virulento payaso forrado de tatuajes con símbolos del supremacismo blanco— está preparando el terreno quién sabe para qué operación ilegal porque ha amenazado con someter al polígrafo a todos los oficiales —empezando por los generales— sospechosos de filtrar información a los medios de comunicación. Eso es una arbitrariedad y, además, una acción que va contra las leyes, pero el Congreso sigue mudo. Y no hay duda de que si ganan los demócratas la Cámara o el Senado, o ambas corporaciones, Hegseth tendría que rendir cuentas ante el Congreso.

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Pam Bondi, la fiscal general de la Nación, que también es la cabeza del Departamento de Justicia, ha empezado la tarea de empapelar a los “enemigos” de Trump. Es decir, es la ejecutora de la operación venganza que tantas veces el entonces candidato anunció en campaña y pocos le creyeron. De lo que acusó (sin pruebas) tantas veces al gobierno de Biden de estar persiguiendo al líder de la oposición con demandas fabricadas y coordinadas con la fiscalía, es ahora una acción a la luz del día e incluso anunciada por el caudillo, sin ningún pudor, desde su red social. Empezó con James Comey, exdirector del FBI, y la lista es larga. Los republicanos del Capitolio callan o aceptan esta profunda irregularidad.

Esa miedosa combinación de presidencia imperial auspiciada por el Partido Republicano tomado por el trumpismo, y validada por la Corte Suprema de Justicia, y de tener que ganar, sin apelación, los comicios electorales del año entrante, hace que cada día sea una desagradable sorpresa. Las imágenes de violentos arrestos de inmigrantes (con o sin documentos) ya son asunto cotidiano en las redes sociales, y el ataque sistemático contra el derecho a la libre expresión, garantizado en la Primera Enmienda, se agudizó desde el asesinato de Charlie Kirk. Él y Donald Trump se forjaron, crecieron y se volvieron muy poderosos bajo la protección de esa enmienda que ahora el trumpismo quiere destruir.

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En todos los temas, los números del actual inquilino de la Casa Blanca son desastrosos. En el manejo económico está hundido. En la encuesta de encuestas de CNN, que les sigue la pista a todos los sondeos de opinión, la desaprobación del trabajo del presidente es del 56 %. Entre los jóvenes de 18 a 29 años y entre los latinos, su popularidad se desplomó.

A propósito: la amenaza de una acción militar para tumbar al “narcoterrorista” que despacha en el Palacio de Miraflores, en Caracas, tiene de plácemes a los venezolanos, que han sido detenidos, humillados y deportados en masa. Trump ha trabajado siempre con los márgenes y en eso ha sido exitoso. Si recupera una porción importante del voto hispano, puede respirar un poco más tranquilo.

Y los demócratas qué. Regular, gracias. Acaban de producir la paralización del gobierno federal, porque no llegaron a un acuerdo con los republicanos sobre el presupuesto. Quieren que el trumpismo no acabe con unos subsidios de salud que cubren a millones de familias de bajos recursos. No es claro si lograrán su objetivo.

En el terreno electoral, no la tendrán fácil el año entrante ante la arremetida sucia de Trump. Está utilizando todos los medios legales e ilegales para mantener su proyecto fascista patrocinado por el ala más reaccionaria de la política gringa, y para salvarse él mismo porque es consciente de que ha desatado fuerzas que lo pueden destruir.

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En su arenga a los oficiales de alto rango, se sorprendía por la reacción tibia de la izquierda ante su metódico trabajo de desmonte de lo que se conocía como democracia antes de su caótica llegada al poder por segunda vez. El 2026 pinta peor que estos nueve primeros meses de vértigo de un sátrapa en ciernes, anidado en la oficina oval. Él y sus conmilitones están creando las condiciones para que las tropas, en cualquier momento de una protesta salida de madre, abran fuego con total impunidad.

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