MIAMI. En medio de una manifestación en apoyo a la revuelta en Cuba, hubo una escena bien curiosa en las afueras del restaurante Versailles, en la Pequeña Habana, punto histórico del exilio de la isla: el jefe de la policía de Miami, Art Acevedo, se tomó una foto con un miembro de los Proud Boys, organización racista, de extrema derecha. Por paradojas de la ideología, el líder de ese grupo de supremacistas blancos -considerado por el FBI como una amenaza terrorista- es un afrodescendiente de origen cubano llamado Enrique Tarrio. Su pandilla puso una amplia cuota de violencia durante el ataque al Capitolio, en Washington, el pasado 6 de enero. Como es bien sabido, esa insurrección trumpista buscaba alterar, por la fuerza, los legítimos resultados de una elección presidencial. Ese mismo sujeto, que tiene pendiente un juicio que lo podría llevar a la cárcel al declararse culpable de quemar una bandera de Black Lives Matter que se la robó de una iglesia afroamericana en Washington, grita a voz en cuello por la libertad y la democracia en Cuba. Y como si fuera poco, durante la protesta en frente del famoso restaurante miamense, sus conmilitones desplegaron una enorme bandera de las estrellas y las barras con la frase: “Trump ganó, recuperemos a Estados Unidos”. En este momento existe un poderoso símbolo de la antidemocracia y el autoritarismo: el expresidente anaranjado y alegar que el triunfo de Biden fue gracias a un fraude electoral. Lo curioso es que estos botafuego compartieron las tablas con varios dirigentes republicanos de la Florida, que deslegitimaron una elección presidencial transparente, e incluso hasta último momento buscaron sabotearla. Ellos también se rasgan las vestiduras por la democracia y la libertad en Cuba, y le están exigiendo al gobierno de Biden que actúe con rapidez. De hecho, la Casa Blanca anunció sanciones individuales contra dirigentes civiles y militares encargados de la represión contra las manifestaciones pacíficas en Cuba. Si hiciéramos una comparación sobre acciones de abuso de autoridad, lo sucedido en Colombia, durante el mes y medio de protestas callejeras, es mucho más sangriento y devastador de lo sucedido en la patria de Martí. Es claro, además, que el atropello fue sistemático y que el gobierno de Duque no hizo nada concreto para detener la barbarie por parte de las fuerzas del orden. Sin embargo, a nadie en Washington se le ocurriría proponer sanciones contra comandantes de la policía o el ministro de Defensa. Dirán que Colombia es una democracia, con una justicia independiente, pero precisamente por no tener ni lo uno ni lo otro es que ese país vive la tragedia cotidiana de masacres y asesinatos selectivos en medio de una completa impunidad. Por supuesto que hay congresistas demócratas que han pedido suspender la financiación de unidades militares comprometidas en abusos de derechos humanos. Dichas sanciones no han servido para extirpar de las FF. AA. su mentalidad contra insurgente. Muchos de los que tienen su puño en alto y dicen apoyar a quienes se oponen al régimen de La Habana, pisan la arena movediza de la doble moral: para empezar, el subpresidente colombiano, que con un descaro apabullante, pide a la dirigencia cubana que respete la protesta pacífica. Por otro lado, gran parte del exilio cubano le dio el triunfo a Trump en Florida, y Biden ganó por una precaria mayoría en el condado Miami-Dade, de tradición demócrata. El argumento para apoyar al exmandatario es que había profundizado las sanciones contra la isla, exhibía un discurso anticomunista, y destruyó los esfuerzos del gobierno de Obama por normalizar las relaciones con Cuba. Lo impactante es que el grueso del voto a favor de Trump fue de los jóvenes recién llegados de la isla o de ancestro cubano, además de los viejos del llamado exilio histórico. Creo que quienes luchan en Cuba son los verdaderos demócratas, los que quieren en serio una sociedad pluralista. Los otros, los que defienden la destrucción de la democracia en Estados Unidos con argumentos falaces, pero dicen ser soldados de la causa de la libertad en la isla, los que en Colombia son cómplices de la agresión contra quienes quieren un país mejor, pero se solidarizan con sus pechos henchidos de hipocresía con la disidencia que combate al autoritarismo estalinista, todos ellos pisan la arena movediza de su endeble y espuria causa.
Arena movediza
Sergio Otálora Montenegro
24 de julio de 2021 - 12:00 a. m.
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