MIAMI. - La congresista republicana María Elvira Salazar resumió en su monserga contra el líder de la Colombia Humana lo que busca su partido en las elecciones de mitad de término de 2022: volver a identificar al Partido Demócrata con la perorata socialista y comunista.
Es la Florida. Un estado difícil, con una población hispana voluble, sensible a todo lo que tenga que ver con los apellidos Castro o Chávez, que durante el cuatrienio de Trump se desplazó hacia la extrema derecha. La trampa está puesta y es complicado hacerle el quite. Salazar buscó, en su interrogatorio a un alto funcionario del Departamento de Estado, Brian Nichols, mostrar que la administración Biden es débil, que no es capaz de censurar a un candidato –a quien Salazar calificó de ladrón, terrorista y marxista– que podría poner en serios aprietos al “aliado histórico de Estados Unidos en la región” (como se repite tantas veces) y que tal vez no lo confronta porque entre Petro y Biden, según esta nueva cepa de republicanos volcados al macartismo sin escrúpulos, hay vasos comunicantes ideológicos.
Es evidente que la representante Salazar, quien recibió el entusiasta apoyo de Álvaro Uribe cuando era por segunda vez candidata a la Cámara federal por el distrito 27 del sur de la Florida, les habla a sus votantes, una amalgama de venezolanos, nicaragüenses, cubanos y colombianos. Todos ellos están marcados por un anticomunismo cerril, y son terreno fértil para la nueva cruzada republicana.
También el abogado Abelardo de la Espriella apoya a la congresista. Y queda siempre la pregunta de si Salazar está recibiendo donaciones desde Colombia, y no en Estados Unidos. Sería bueno que ese tema se aclarara, aunque la ley estadounidense permite que haya contribuciones anónimas, y no hay ninguna posibilidad de saber quiénes están detrás de ellas. Es lo que llaman “dark money”.
Lo que está haciendo Salazar es iniciar, con bombos y platillos, la campaña bifronte que se jugará en la Florida, a propósito de las elecciones en Colombia. Petro será el gran argumento de los congresistas del llamado Estado del Sol para presionar a Biden a que intervenga en los asuntos internos de Colombia. Sin duda, esto pondrá contra las cuerdas al equipo diplomático de la Casa Blanca y del Departamento de Estado que lidia a diario con América Latina y, en especial, con nuestro país.
Aquí en Miami el Partido Republicano de Trump y el uribismo son uno solo. No hay duda de que a medida que se acerquen las elecciones en Colombia, habrá más declaraciones de parte y parte, con el ánimo de sacar provecho por partida doble: la “amenaza comunista” que se cierne sobre la Casa de Nariño, y la pasividad de la administración demócrata para defender a su aliado histórico.
Pero nada de lo anterior es nuevo. Una parte del exilio cubano ha utilizado a Cuba de la misma manera como ahora juega con los asuntos internos de Colombia. Esa es la razón por la que es imposible un debate serio sobre los efectos devastadores del embargo contra la isla. Y su evidente inutilidad. Es un chantaje político e ideológico, y una grotesca manipulación de la rabia y el resentimiento de un sector importante del electorado que sin duda define elecciones apretadas, como las que suelen darse en la Florida.
Lo de Salazar plantea también un peligro de doble vía: querer suprimir toda opción política que no sea la republicana, conservadora o, francamente, fascista. Descalificar de esa manera a Petro es negarle su derecho a participar de manera democrática en una justa electoral. De igual manera, la congresista y sus aliados de la extrema derecha –que tienen asiento en el Congreso– buscan suprimir, mediante la intimidación, la obstrucción al voto y la posible elección de funcionarios venales dispuestos a desconocer la voluntad popular con espurios argumentos de fraude, la victoria de los demócratas en las elecciones de 2022 y 2024. Es la carta autoritaria del trumpismo, que está influyendo en las elecciones de Brasil –según lo denunció un completo informe del New York Times- y ahora busca abrir una tronera en Colombia.